Un hombre en la habitación del bebé

Fue algo extraño soñar con mi hija justo antes de despertar y encontrarla observándome junto al buró. Entre la penumbra de mi habitación distinguí su delicada silueta de seis años: sus manos entrelazadas sobre la cintura, sus mejillas regordetas que siempre empujaban una sonrisa en sus labios y ese cabello rubio rizado que heredó de su madre quien roncaba sin pena a mi lado. Estaba desorientado, pero los primeros rayos de sol todavía no se colaban por las ventanas y supuse que era medianoche.

pesadila en casa

– ¿Lucía?

– Papá, hay un hombre en la habitación del bebé.

Aquellas palabras parecían aún más siniestras provenientes de esa voz tan dulce.

Inmediatamente retiré las sábanas de mi cuerpo, despertando a mi esposa en el proceso, después corrí por el pasillo más allá de las fotografías colgadas en la pared, justo a la última habitación. Al encender el interruptor, apareció la habitación de mi hijo de dos meses: las paredes color pastel, las cajas con pañales que nos regalaron en el baby shower, una cesta repleta de peluches y un cuenco con chupones y toallitas. Sin embargo, detrás de la cuna donde dormía mi hijo, Noé, encontré algo espantoso.

Un intruso se arrastraba por la ventana.

El sujeto volteó cuando la luz lo alertó de mi presencia. Y en ese momento me di cuenta del cuchillo. Era un hombre grande, de barba descuidada y con el pelo largo y grasiento. El hedor que emanaba de su cuerpo era algo rancio y pútrido, típico de las drogas vaporizadas. Aproveché el factor sorpresa y me abalancé sobre él antes que pudiera sacar provecho al arma. Rodeé la cuna de mi hijo mientras aún dormía y tomé un pesado apoyalibros del librero, golpeé al intruso mientras se sacudía y tambaleaba en el alféizar de la ventana. Después que lanzara varios golpes fallidos con el cuchillo, concentré los ataques en su cabeza. El apoyalibros se estrelló varias veces contra su cráneo, pero logró salir al patio trasero dando vueltas torpemente antes de brincar la cerca y desaparecer en la oscuridad.

Levanté a Noé, quien afortunadamente todavía estaba dormido y completamente ajeno al peligro, y lo sostuve firmemente sobre mi pecho.

“¿Qué sucede? ¿Por qué la ventana está abierta?”, preguntó mi esposa cuando ingresó a la habitación del bebé.

“¡Llama a la policía! Alguien entró a la casa”.

“¿Qué?”, se río la mujer.

“¡Llama!”, le exigí con un tono de voz fuerte proyectando todo el miedo y nerviosismo, pero accidentalmente terminé despertando a Noé de su sueño.

Ella llamó a la policía mientras yo encendía cada una de las luces en la casa, especialmente las del exterior. Revisé cada habitación con Noé en brazos, haciendo todo lo posible para tranquilizarlo. Tuve que dar dos vueltas a la sala de estar, hasta que finalmente dejó de llorar y pude hablar con mi esposa después que colgara el teléfono.

“¿Me vas a decir que pasó?”, preguntó ella.

“Sí. Siento haberte gritado antes, fue por la impresión y los nervios”.

“No te preocupes, ¿qué sucedió?”.

“Alguien intentó meterse a la casa por el cuarto de Noé. Después que pinté la habitación, olvidé cerrar la ventana. ¿Recuerdas que la dejamos abierta para que se ventilara? Lo siento mucho cariño. Algo pudo…”

“Detente”, exclamó mi esposa. “Noé se encuentra bien. Tú estás bien. Yo estoy bien. Todos estamos bien”.

“Tienes razón”.

“La policía no tarda en llegar, y van a dar con el tipo”.

“No será difícil localizarlo. Tarde o temprano los ladrones drogadictos terminan cometiendo errores”.

“¿Qué te despertó? ¿Noé estaba llorando?”.

Ponderé la respuesta, analizando con cuidado lo que estaba a punto de decir y entonces observé a mi hijo: “sí, Noé me despertó con su llanto”.

“Qué mala madre soy. Ni siquiera pude escuchar su llanto”.

“No te preocupes. Las cosas salieron bien. ¿Qué te parece si tomamos algo de café?”.

dibujo fotografia de una niña

Fue a la cocina y escuché que lavaba la cafetera. Llevé a Noé hasta el pasillo y levanté su cuerpo a mi lado para que estuviera a la altura de las fotografías que adornaban la pared. Le mostré a mi hijo la imagen de una niña de 6 años con rizos rubios que esbozaba una sonrisa entre sus mejillas regordetas.

“Ella es Lucía, Noé. Tú hermana mayor”.

Noé extendió la mano y posó sus pequeños dedos sobre el marco.

“Siempre supe que sería una gran hermana. Murió antes de que nacieras, pero tu madre y yo la hemos extrañado cada día de nuestras vidas. Sin embargo, es bueno saber que todavía cuida de su pequeño hermano”.

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