La muerte entra a un bar

Todos dejaron lo que estaban haciendo cuando la figura que portaba una guadaña y vestía túnica negra atravesó la entrada del bar. Cada uno de los ojos en aquel recinto la siguieron meticulosamente mientras caminaba hacia la barra. Y con cada paso que daba, el mango de la guadaña golpeaba el suelo de madera produciendo un eco sepulcral.

La muerte entra un bar1

“¿En… en… en qué puedo ayudarte?”, tartamudeó el camarero del bar.

“Busco a un hombre en particular”, dijo la muerte con una voz tan profunda y hueca que parecía provenir de una tumba. “Responde al nombre de José Pérez”.

“No conozco a nadie con ese no… nombre”, respondió el camarero. “Tal vez, te equivocaste de… de… bar”.

“Este es el bar Las Torres, ¿verdad?”, preguntó la muerte.

“Así es”, confirmó el camarero.

“Entonces, estoy en el bar indicado”.

“¿Alguien aquí conoce a Jo… José Pérez?”, preguntó el mesero a sus clientes.

Instantes después, un sujeto mal encarado sentado en una de las mesas de la esquina se levantó. Sin pensarlo dos veces, señaló a un hombre que se encontraba en la otra esquina del bar.

“Ese de allí es José Pérez”, gritó.

La muerte cruzó el recinto y se paró justo frente a la mesa que le indicó el soplón.

“¿Eso es verdad?”, preguntó la muerte. “¿Te llamas José Pérez?”.

José consideró la posibilidad de mentirle a la muerte, pero dedujo que sería en vano. Si iba por él, mentirle sobre su identidad no cambiaría las cosas, pues tarde o temprano lo alcanzaría.

“Sí”, respondió José con un suspiro. “Yo soy José Pérez”.

“Levántate”, le dijo la muerte.

“¿Al menos me permites terminar el trago?”, respondió el hombre buscando algo de misericordia en aquel ser sombrío.

“¡He dicho que te levantes!”, insistió la muerte.

“Muy bien”, respondió José mientras se apoyaba sobre la mesa para ponerse de pie.

“Es hora de que te vayas”, dijo la muerte mientras levantaba la guadaña y apuntaba a la salida.

“Le ruego que me disculpe”, dijo José al borde del llanto creyendo que no había escuchado correctamente a su verdugo.

“Que te vayas”, repitió la muerte. “Y cuando salgas asegúrate de atrancar bien la puerta”.

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