La esclava

Una mujer despeinada y con ojeras terribles se sentó frente a mí. Se acomodó con la espalda recta y las manos cruzadas sobre las rodillas, pero no dejaba de mover su pie izquierdo. A continuación, dio un largo suspiro. “Nunca antes estuve en terapia. Siempre creí que era algo para los locos. Aunque es posible que esté un poco loca, pero es lo que el mundo me ha hecho. ¿Nada de lo que te diga saldrá de este lugar, cierto?”, preguntó la mujer.

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Asentí con la cabeza asegurando la confidencialidad de la terapia. Apuntó con la barbilla a la grabadora sobre mi escritorio y le expliqué que era para fines académicos. Ella continuó.

“Nunca quise convertirme en madre. Siempre tomaba anticonceptivos, pero algo salió mal. Ya estaba casada para el momento en que quedé embarazada. Ya no lo estoy. Quiero decir, estoy casada, no embarazada. Obviamente, decidimos sacar adelante el bebé. La ley así nos obligaba. Mi esposo se sentía en un sueño. Su mayor anhelo en la vida era ser padre. Yo fingí que me sentía igual de feliz. ¿Qué más podía hacer?”.

Tomé algunas notas y asentí con la cabeza para indicarle que podía continuar.

“Era extremadamente buena en mi trabajo. La empresa me puso al frente del departamento financiero. Y lo disfrutaba mucho. Pero conforme avanzó el embarazo, la situación cambió. Las intensas emociones ocupaban tanto mi atención que solía olvidar muchas cosas. Algunos días me sentía tan mal que ni siquiera podía levantarme, y simplemente no iba a trabajar. Al final, el gerente no hacía más que contar los días para finalmente darme la baja por maternidad”. Dejó escapar una risa llena de ira y decepción.

“Entonces llegó el bebé. El dolor más terrible que he sentido en toda mi vida. Para empeorar las cosas sufrí de depresión posparto. Sin embargo, amo a mi pequeña más que a nada en este mundo y no puedo ya imaginar mi vida sin ella”.

La mujer empezó a llorar y le acerqué una caja de pañuelos desechables.

“Cuando se terminó la baja por maternidad, mi esposo insistió en que me quedara en casa para cuidar a la bebé. Dijo que era lo mejor para todos. Pues de otra forma, yo trabajaría solo para pagar la guardería. Y si me quedaba en casa nos asegurábamos de que recibiera el mejor cuidado. Se lo repito una vez más: amo a mi hija. Sin embargo, odio con todas mis fuerzas ser una ama de casa. Es una labor tan desagradecida y agotadora. Trabajo todo el tiempo, pero todos están convencidos de que hago lo mínimo. Extraño a mis compañeros. También sentirme orgullosa de mis talentos. No soporto pedir dinero a mi marido cada vez que quiero comprar algo. Odio ser una esclava”, la mujer hizo una breve pausa.

“Hace dos meses, descubrí que me volví a embarazar. No se lo conté a mi esposo. Sabía que no lograría soportar el mismo proceso una vez más. Y no podría darle todo a mi hija con otro niño en la ecuación. Así que busqué un sitio y me hice cargo del problema”. En ese momento su voz se quebró. “Sé que es ilegal, pero no podía seguir así. Si alguien llega a enterarse, nuestras vidas están arruinadas”.

Observé mi reloj.

“Realmente siento todo lo que tuviste que pasar. Eres una mujer fuerte y hablaremos sobre eso la semana que viene”, le dije con simpatía.

La mujer se secó las lágrimas, me dio un abrazo y se fue.

Tomé el teléfono.

“Bueno, quiero denunciar un homicidio. Tengo una grabación como evidencia”.

Spookytoose

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