Fúnebres pasatiempos

Arrasan con cualquier rastro, forman un breve resquicio y rebotan sobre el piso, hasta devorar a los insectos o sumergirse en un pedazo de carne blanda. La astucia también tiene un papel en el macabro juego, una ráfaga de balas se esfuma en el silencio y ninguna de ella se incrusta en mi cuerpo. ¿Dios o el Diablo? No lo sé, pero las calles se me hacen eternas.

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Mis piernas pierden fuerza, cada vez más lento me aproximo hacia la calle contigua, quizás allá pueda perderlos de vista. Sin embargo, las cartas están echadas, mi pie tropieza con una pequeña trampa, ésta personifica el cansancio. Desesperado, escucho sus pasos, ellos se aproximan y cuando estén frente a mí ya no habrá vuelta atrás.

La respiración se agita y miles de imágenes pasan por la mente. Alguien se acerca y cierro los ojos, envuelto en la resignación. Trascurren los segundo, de manera ansiosa, cuando un hombre se detiene, tan sólo puedo ver sus zapatos sucios, pues el miedo me ha dejado pasmado.

— Levántate, creo que todavía están lejos. — Musita, aquel extraño, mientras estira la mano derecha para levantarme.

Sin perder tiempo, le doy la mano y trato de incorporarme, pero las fuerzas me han abandonado.

— No puedo, estoy fatigado, las piernas no me responden, lárgate de aquí, antes de que ellos te llenen el cuerpo de plomo. — Le comentó. — Esta es la última oportunidad, sino será a ti a quien llenen de plomo.

— Responde.

Hago un esfuerzo casi sobrehumano, logro ponerme de pie y comienzo a trotar. Al principio lo hago de manera lenta, pero en un par de minutos recupero mis fuerzas. Puedo sentir al viento tan cerca, y ellos se quedan muy atrás. Aquel extraño salvador corre con la velocidad de «un pura sangre» y la larga gabardina que cubre su cuerpo se mueve de un lado a otro.

Por fin culmina la persecución, nos detenemos en una calle solitaria, frente a un lúgubre edificio. Entre la luz tenue puedo observar a quien me ha librado esta noche, un tipo alto, de cabello largo y cuyo rostro poco puede apreciarse, gracias a un suéter de cuello largo, el cual oculta sus principales facciones Puedo adivinar que es un hombre mayor, pues en sus ojos opacos no se percibe brillo alguno.

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Pero, ¿entonces cómo podría correr a semejante velocidad? Con un breve gesto me invita a entrar a aquel lugar. En otras circunstancias me negaría, pero el tipo me salvó la vida, y un gesto de cortesía puede hallarse hasta en los hombros de mi calaña. La madera de las viejas escaleras cruje de manera lastimera, como los huesos que se recrudecen por el tiempo.

Entramos a un departamento descuidado, el lugar me parece tan familiar, su suciedad, el olor a podredumbre, y hasta sus paredes tapizadas de animalejos.

— ¿Te molesta el olor? ¿Qué te parece la decoración? —Pregunta, sarcásticamente.

—No, creo que mi apartamento es muy parecido, incluso aún más apestoso. -Respondo desafiante.

 

El silencio se entromete en la conversación, el olor a café puede percibirse en toda la habitación. Las tazas chocan, el preámbulo de una larga conversación.

— ¿Por qué te perseguían? -Cuestiona el extraño.

—Pues, cosas sin importancia, hace algunos minutos apuñalé a un hombre. —Respondo de forma cínica, mientras destella la luz del arma.

—La policía es impredecible, vaya que perseguir a alguien por un asesinato, eso es cosa de todos los días. —Comenta el hombre.

Un par de risas se escuchan, por el comentario me doy cuenta de que mi benefactor no cree en la historia e incluso le parece absurda. No escatimo en los detalles de mis andanzas con tal de convencerlo. Pero, sí él todavía insiste en dudar le cortaré el cuello y voy a arrancarle los ojos para hundirlos en esas tazas asquerosas.

—Si quieres puedo relatarte uno tras otro los crímenes que he cometido, más de veinte, y con lujo de detalles. —Recalco.

—No es necesario, voy a darte la oportunidad de que me narres algunas de tus mentiras. —Comenta, al tiempo que ambos comenzamos a reír de nuevo.

Pienso en cuál de mis crímenes podría sorprenderlo, entonces recuerdo el primero de ellos. Era una niña, creo que tenía como dos o tres años. Cada mañana la encontraba en el bus, ella jugaba con una pequeña muñeca de cabellos rosados, mientras la madre dormía a pierna suelta sin la menor precaución.

Pasaron varios días antes de que me atreviera a tan siquiera mirarla, pero cuando lo hice pude ganarme la confianza de la pequeña. ¿Quién iba a sospechar de un hombre pulcro, y con una sonrisa amable? Recuerdo bien aquella mañana, fría y lluviosa, el bus se encontraba casi vacío, tres personas somnolientas en la parte delantera y sólo una al fondo.

Todos completamente distraídos, el chofer hastiado de una rutina, de varios hijos que mantener y un mísero sueldo. De repente le sonreí y le ofrecí una de mis manos, y en cuanto ella la tocó estaba perdida, con mucho cuidado la tomé en mis brazos, me acerqué a la puerta, toqué el timbre y las puertas se abrieron.

En la acera ambos, la niña y su victimario, miramos cómo se alejaba el camión. Ella al darse cuenta de que éste desaparecía, echó a llorar, mientras llamaba a su madre, entonces la dejé en el piso, y comenzó a caminar sin un rumbo fijo. Permití que avanzara, una calle quizá, entre la soledad y la fría trampa de destino, cuando percibí la lejanía me acerqué de manera rápida.

La tomé en mis brazos y con la pequeña navaja hice un fino corte, tan perfecto que falleció casi de manera instantánea.

—No me parece muy verídico el relato, cualquiera podría haber matado a un infante, son tan débiles, tan frágiles. —Dijo un tanto desilusionado.

 

Pero deseaba tanto que aquel hombre creyera en lo que le había contado, que traté de rememorar uno de mis crímenes más cruentos. Entonces le conté mi aventura en el aquel parque, vislumbré cada centímetro de aquel lugar, el pasto crecido, la pintura descarapelada de los juegos, la cadena de uno de los columpios casi sobre el piso y hasta el olor a orines entre la basura.

Todos los viernes me disfrazaba de mimo, trataba de ser muy simpático y convertirme en un ser entrañable. Transcurrieron casi un par de meses en el que encontré a potenciales víctimas, desde la mujer madura que gustaba de compartir su soledad en ese asqueroso parque y un grupo de cuatro niños que jugaba cada tarde en el pasamano, hasta al anciano y una pareja de jóvenes preparatorianos.

Elegí a los últimos, en sí creo que ella definió mi elección; su sola presencia bastaba para detener el tiempo, sus pasos breves y firmes que denotaban un par de piernas juveniles y hermosas, descubiertas por frenético ritmo de la pequeña falda, mientras el viento mecía sus cabellos rojizos y detenía la marcha sobre los senos firmes. Ataviado en el personaje me acercaba a ella, un flirteo silencioso que en más de una ocasión molestó a su novio.

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Durante aquel tiempo me convertí en un objeto más de la decoración del parque. Aproveché para espiarlos en más de una ocasión, con cierto recelo observaba sus juegos eróticos en los rincones. Sus sucias manos tocaban las hermosas piernas, hurgaban entre sus senos, y por ese momento él era dueño de su boca y de su cuello.

Como buen cazador esperé el momento propicio. Apenas oscurecía, el parque se encontraba casi vacío, ellos en su escondite, mientras el tipo de la cara blanca se acercaba. Cuando me descubrieron, ella se levantó y de manera torpe arregló su falda, mientras su novio no hacía otra cosa que insultarme, pero un repentino puñetazo acalló sus reclamos.

El golpe ocasionado por un bóxer en mi puño izquierdo lo dejó casi inconsciente. Ella comenzó a llorar y antes de que el mimo pudiera consolarla corrió con todas sus fuerzas, y no quise perseguirla. Acto seguido saqué de mi mochila un filoso machete de cocina, para cortarle aquellas manos que habían ensuciado el cuerpo de la hermosa niña-mujer. Un par de buenos cortes en cada mano, mientras el escuincle “chillaba como marrano en matadero”.

Decidí acabar con su sufrimiento, y con una varilla oxidada di varias estocadas en el pecho, el cuello y el estómago, hasta que sus vísceras tocaron el suelo. Para ese momento escuchaba gritos y escapé tan rápido como pude, ante de ser alcanzado por la multitud, no sin antes darle un puntapié en el nefasto rostro.

— ¿Qué te parecieron mis historias? —Le pregunté sin desparpajo alguno.

—Convincente, pero, ¿por qué matas a la gente? ¿Acaso tienes un trauma infantil, tu padre o algún otro familiar abusó de ti? —Preguntó.

—No existe algún conflicto de ese tipo, a algunos les gusta el fútbol o beben cerveza en un bar con los amigos para divertirse. Para mí, matar gente es un pasatiempo. Me gusta ver sus rostros de terror, escucharlos llorar, suplicar, rezarle a Dios, porque en ese momento soy dios, su vida es mía. —Le respondí. —Entonces te provocó placer matar a la obesa casera, al anciano en aquel autobús, a la guapa oficinista que conociste en un restaurante, y hasta al homosexual que te invitó una cerveza en el bar, supongo. —Comentó.

—Cerdo asqueroso, ¿Cómo sabes todo eso? ¿Me has seguido, acaso me denunciaste y por eso me perseguían? —Le grité, mientras de la bolsa del pantalón asomaba ya la navaja.

—Tranquilo, te salvé la vida, y sí he estado presente en tus crímenes, pero ahora no hay vuelta atrás, todo terminó. —Respondió mientras se dirigía a uno de los cuartos.

Sin decir una palabra me invitó a entrar en aquella habitación, al abrir la puerta por primera vez en la vida sentí temor. Mi cuerpo yacía destazados a lo largo del lugar: una de mis piernas casi a la entrada; sobre el buró un par de manos sin los dedos medios; en la cama mi torso ensangrentado; y en el piso mi cabeza, con la boca entreabierta y con la lengua tasajeada, apuntaba hacia el techo.

Mi sangre había tapizado las paredes, cual macabra decoración y las vísceras eran el alimento de los roedores y los insectos.

— ¿Qué has hecho con mi cuerpo, cerdo malnacido? —Le dije, entre sollozos.

—Ya no hay marcha atrás, entiende. -Musitó una voz cada vez más lejana.

Se había marchado, y casi de inmediato sentí un escalofrío que recorrió todo el cuerpo, al tiempo que noté a alguien que se encontraba detrás. Al dar vuelta pude notar su monstruosa apariencia, su mirada extasiada, ansiosa de muerte, como cuando me dedicaba a cazar a mis víctimas. Sus miles de brazos se apoderaron de cada una de mis extremidades.

El aliento nauseabundo penetró en mis fosas nasales, hasta asquearme las entrañas. Mis pantalones chorrean, el miedo por fin corría entre mis venas, lágrimas de sangre ruedan entre las mejillas. ¿Esa misma sensación se habrá apoderado de las víctimas? La habitación apesta a carne quemada y a dolor, los gritos se multiplican, y una risa nerviosa se dibuja en el rostro.

¿Ha llegado el final? Sí, ya no hay marcha atrás.

10 comentarios en «Fúnebres pasatiempos»

  1. Muy buena redacción, si es de un libro o algo por el estilo, pasen el nombre, y si no es mucha molestia, suban mas escritos de este autor, que lo redacto muy bien. Saludos.

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  2. OMG!!! O.O MUY BUENA CREEPY LA VERDAD!!! ME DEJO IMPACTADA XDDD EL TIPO ESE SE LO TENÍA MERECIDO YA QUE MATÓ A MUCHA GENTE Y AL FINAL SINTIÓ LO MISMO QUE LE HACÍA ÉL A SUS VÍCTIMAS… SERÁ VERDAD O NO??? :OOO

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