Espantapájaros, el sacrificio maldito

Una familia feliz habitando en su pequeña propiedad rural donde eran dueños de un maizal. Por desgracia, el destino quiso que una tragedia sucediera, trayendo a la vida a un nuevo asesino serial: “El Espantapájaros”

espantapajaros
“Cuando la maldición se vuelve real, las alas negras de la muerte dan sombra a los que viven”.

En alguna ciudad tranquila y enigmática de un interior cualquiera – 1983.

Parecía ser un fin de semana común y corriente en el que Jacob Turner y su hijo Noah –de tan solo seis años– se quedarían juntos, mientras la esposa iba a la ciudad vecina a visitar a su madre que se encontraba muy debilitada por un cáncer que la consumía a una velocidad increíble. Aquel día nublado y aparentemente normal pasaría para siempre a la historia de aquella afable familia.

Jacob era el tipo de hombre que uno podría llamar simple y poco sofisticado. Se ganaba la vida vendiendo tractores y otras máquinas para el campo, era el dueño de una pequeña granja y mantenía frente a su hogar un enorme maizal que utilizaba para sacar adelante a su familia. Era un gran fan de Jhonny Cash y dos de sus mayores tesoros eran una viejo fonógrafo que le había heredado su padre y su colección de vinilos de Cash, que parecían nunca haber sido tocados de lo pulcros que lucían sus materiales.

Era fácil darse cuenta del amor incondicional que Jacob sentía por su hijo, pues a pesar de estar exhausto y debilitado por un arduo día de trabajo, aún conservaba energía para contarle historias todas las noches con el fin de que el pequeño Noah fuera dormir. El Sr. Turner era un hombre de apariencia vil y de semblante un tanto huraño, no parecía agradarle la idea de ser alguien extrovertido y sociable, prefería reflejarse en su difunto padre, quien lo instruyó sobre los dictámenes vitales, siempre exaltando el arte de la introspección diciendo: “El silencio está tan repleto de sabiduría y de espíritu en potencia como el mármol no esculpido es rico en escultura…

Fue una mañana de viernes cuando la Sra. Turner avisó que se preparara para ir rumbo al hospital, pues su madre había sido internada en un estado grave. Durante la tarde, ya a solas con su hijo, Jacob decidió sentarse en su vieja mecedora del porche de la casa, mientras dejaba que la aguja de su tocadiscos se arrastrara de forma sutil por los surcos de los discos de Johnny Cash, que propagaban por el aire las hermosas canciones llevando hasta su mente los momentos de su infancia, al mismo tiempo que su hijo se divertía adentrándose en el maizal con el avión hecho de madera por su propio padre.

Noah corría entre las hileras de la plantación cuando se encontró con un extraño ser, era otro niño, pero estaba más pálido que lo normal y su mirada parecía un tanto huraña e inquieta. Este niño, poseedor de una apariencia mórbida y una mirada que provocaba escalofríos, supuestamente debía tener la misma edad que Noah. Corrió hacia el otro lado de las hileras, saludándolo – Noah observó que las manos del niño estaban manchadas de sangre – y gesticulando para que lo siguiera. De repente despareció. Noah, curioso porque nunca lo había visto en el barrio, lo persiguió hasta llegar al centro del maizal, donde se encontró con el cadáver de su gato, Snuggles, que había desaparecido unos días antes. Al acercarse al cadáver del gato, Noah pudo percibir un viento frio que le atravesó el cuerpo y pudo escuchar un débil susurro que le decía “quien sigue a los que ya se han ido, se arrodilla ante los pies de la muerte…” En seguida, Noah sufrió un desmayo y fue brutalmente picoteado por una bandada de cuervos hambrientos, y mientras gritaba y pedía ayuda, sus ojos eran arrancados por los pájaros negros que en aquel momento cegaban la vida de un pequeño que apenas y podía defenderse, un niño que soñaba con ser un agricultor como su padre. Los gritos de horror emitidos por Noah se deslizaron entre las filas de la plantación en el momento exacto en que la lluvia comenzó a caer. Si Dios existe, ¿acaso esa lluvia eran lagrimas por la tragedia que acontecía? Triste coincidencia morir en un campo de maíz.

Entre tanto, Jacob había ido al garaje de la casa para probar algunas máquinas agrícolas que había reparado el día anterior. Entre el rugir de los motores y la lluvia, Jacob apenas pudo oír a su hijo gritar. Pronto llegó la angustia y una fuerte corazonada se hizo presente; en cuestión de segundos su boca quedó tan seca como el suelo árido del desierto, aquel sentimiento angustiante y vil le escurría por la garganta, parecía que una aguja lo atravesaba con cada latido de su corazón. Se adentró en el maizal gritando desesperadamente y después de correr por algunos minutos, quedó frente a una escena estremecedora: su hijo ya muerto y sin uno de sus ojos posado sobre un charco de sangre que emanaba inocencia, mientas que varios cuervos desgarraban las entrañas del pequeño. Jacob atacó a los cuervos con su rifle, y al único que consiguió impactar, lo despedazó con sus propias manos, sin exhibir una pizca de piedad. Poco después, se arrojó sobre el cuerpo frio y sin pulso de su hijo. Lloró como nunca había llorado antes y se quedó en silencio por un tiempo, sosteniendo las manos frías y sin vida de Noah, mientras venían a su mente los incontables recuerdos de los buenos momentos que había pasado con su hijo. Allí nacía un trauma insuperable.

Todavía con lágrimas en los ojos, el Sr. Turner se puso de pie, se dirigió a su casa y llamó a su esposa, quien al saber de la tragedia lo culpó por toda la desgracia y sólo regresó a buscar algo de ropa y, por supuesto, a lanzar algunos insultos sobre su marido. Después de eso, la mujer nunca volvió a ser vista, ni siquiera cuando murió su madre, que se fue sin volverla a verla.

La policía, que llegó a la granja prácticamente junto con la mujer de Jacob, asistió para llevarlo hasta la estación y ofrecerle apoyo, pero él – que no parecía querer abrir la boca – solamente rechazó la ayuda y se marchó. Deprimido y profundamente triste, sentía que la locura se había instalado en aquella residencia donde otrora había sido el hogar de una familia feliz. Las ojeras, uñas largas y sucias acompañadas por una barba bestial daban la impresión de que ya no existía más un hombre, sino una bestia salvaje.

Tal vez por culparse de nunca haber colocado un espantapájaros en su maizal, Jacob comenzó a vestirse como uno y a vagar por el campo de maíz durante las madrugadas siguientes. Hasta que un día, en medio de sus caminatas por las filas, encontró a una joven del barrio llorando, completamente ensangrentada. Observando y oculto por el maíz, escuchó a la mujer susurrar durante el llanto: “¡Dios cuanto dolor! No sabía que un aborto doliera tanto. Creo que voy a morir…” Camuflado entre las hojas, Jacob observaba aquello con las pupilas dilatadas y algo extraño comenzó a circular por sus venas después de escuchar la palabra “aborto”. Se aproximó de forma imperceptible, no solo por cuidado, sino también porque el dolor no le permitiría a la joven darse cuenta de su llegada. Jacob parecía estar poseído y sólo podía pensar en cómo aquella mujer se atrevió a desperdiciar la vida de un hijo. El sabor acido que viene con el miedo comenzó a propagarse por su boca. Entre los laberintos oblicuos de su mente, el Sr. Turner estaba inconforme, pues todo lo que quería era a su pequeño Noah de vuelta y ver a alguien matando a su propio hijo, era algo inadmisible. Movido por la ira, atacó a la joven y la ahorcó, conduciéndola hasta los oscuros portones del Hades.

Algo realmente malo había dominado el cuerpo de Jacob; su mirada ahora era fría, y su semblante se había vuelto plenamente maligno. Caminó hasta el granero, buscó un saco arpillero que se encontraba en medio del heno que esparcía por todo el lugar un olor bastante agradable. Sin darse cuenta del hombre desalmado en el que se había convertido, volvió tranquilamente y puso el cuerpo de su víctima y del feto dentro de aquel saco, en seguida lo arrastró hasta el cobertizo. Jacob comenzó a rellenar a la adolescente y en seguida la transformó en una especie de espantapájaros, utilizando algunas ropas viejas suyas. Cuando observó que su rostro había quedado horriblemente deformado debido a los rasguños que había sufrido –y sintiendo una extraña repulsión por su rostro desfigurado– instintivamente retiró el feto del saco, pues se le había ocurrido una idea: hacer una máscara con el feto y después irla aumentando con la piel de otras mujeres que cometieran el mismo error que aquella joven. Así nació “El Espantapájaros”.

El Espantapájaros

El temperamental Sr. Turner de alguna manera ya estaba muerto – no físicamente, pero su alma ya no habitaba más en su cuerpo – y ahora sólo le quedaba la certeza de que algo maligno residía en su mente. Un conjunto de perturbaciones y el recuerdo de lo que había sucedido aquella madrugada dejaban al “Espantapájaros” cada vez más sediento de sangre.

Cierta ocasión, una cinta antigua fue encontrada y llevada hasta el departamento de policía local. En los 20 minutos de grabación, el “Espantapájaros” surgía de entre medio de las sombras de fondo de una habitación y decía:

La grandeza de un espíritu está en la pluralidad y plenitud de su sensibilidad. Todo espíritu es siempre un tanto santo y otro tanto demoníaco. Todo artista exagera o diluye, aviva o simplifica. Las palabras nos permitieron elevarnos por sobre las bestias; pero también las palabras a menudo nos rebajan hasta el nivel de los seres demoníacos.”

Lo que seguía a esto era una verdadera barbarie. El Sr. Turner, obviamente trastornado por todo el odio del mundo y portando su grotesca máscara, atacaba a una víctima y arrancaba su útero. Mientras las atrocidades eran llevadas a cabo, el Espantapájaros sonría exageradamente a medida que la sangre escurría por su rostro. El video que testifica los últimos momentos de aquella mujer se volvió aún más popular cuando la cinta con la grabación desapareció de los archivos de la policía.

El tiempo fue pasando, niñas y mujeres de la región desaparecían de forma misteriosa e ininterrumpidamente, y la cantidad de Espantapájaros en el maizal del Sr. Turner aumentaba de forma esporádica hasta que un día, y desconfiados con toda la ola de sucesos siniestros, los pobladores invadieron la residencia de la familia Turner, después de que algunos vecinos se quejaran del mal olor que emanaba del lugar, se encontraron con un cuerpo en estado de descomposición. Al lado del cuerpo estaba una carta manchada de sangre coagulada donde Jacob asumía la culpa por las desapariciones de las jóvenes y relataba toda su locura, justo al lado derecho, una Biblia abierta de par en par tenía el siguiente texto marcado:

Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se apresura lo que les está preparado.” Deuteronomio 32:35

¿Un asesino? ¿Una leyenda? Nadie sabe, lo que nos queda es la certeza de que necesitamos tener cuidado con aquellos que no saben lidiar con las grandes pérdidas. Y cuando la locura se apodera de la mente del hombre, vivir se vuelve una maldición, un delirio de una fiebre que nuca pasará, sólo con otro sacrificio sangriento.

 

Texto original escrito por André Nadler Serra, traducción y adaptación por Marcianosmx.com

11 comentarios en «Espantapájaros, el sacrificio maldito»

  1. Con un poco más de desarrollo y redacción quedaría impactante. La trama es interesante pero no te atrapa desde el principio, esas descripciones iniciales parecen ejercicio de redacción de la secundaria 🙂

    Responder
  2. “Después de eso, la mujer nunca volvió a ser vista, ni siquiera cuando murió su madre, que se fue sin volverla a verla.”
    ¿No es “sin volver a verla”? Muy buen relato, algo incompleto, puesto que no explica quien era el niño que le habla a Noah, o por que razón lo llamo.
    Aunque al final uno queda satisfecho.

    Responder

Deja un comentario