Los peligros de la mediocridad

A pesar de nuestra apariencia exterior, que puede diferir mucho de nuestra verdadera esencia, por cada uno de nuestros poros emana el veneno o el antídoto desde el núcleo de nuestra personalidad original. Somos lo que somos, no importa lo mucho que nos esforcemos por intentar ocultarlo. Es en los descuidos cuando brota la honestidad. Es en la falta de práctica que terminamos presentando nuestro verdadero y legítimo espectáculo.

la ciencia de la felicidad
Imagen por Imaginary Foundation.

Y a medida que pasa el tiempo, a medida que nos vamos adueñando de las situaciones, de las personas y los escenarios, nos olvidamos de los disfraces, nos vamos relajando y sintiéndonos más cómodos en la falsa impresión de que ya nos hicimos de un lugar en este mundo.

Navegando constantemente en un mar tranquilo de aguas cálidas podemos fácilmente terminar acostumbrándonos al suave abrazo de la mediocridad. Hay una cierta sensación de seguridad en este lugar, a salvo de las dificultades que se presentan en los extremos. Incluso nos puede parecer algo normal hacernos imperceptibles, transparentes o invisibles. Es un estado de paz que se encuentra en algún punto del camino, sin el dolor de la ambición y sin tener que llevar a cuestas el peso de la ética, siempre tan exigente hasta en las más mínimas decisiones.

La mediocridad es ese tipo de adicción socialmente aceptada. Nos suaviza, entorpece y quita el temple de los años. Sin que nos demos cuenta, sorprendemos a nuestro reflejo en una superficie pulida cualquiera regresándonos una sonrisa. Una sonrisa estampada, esculpida y congelada. Y resulta mucho mejor si no pensamos demasiado en el tema, pues si por una osadía cualquiera decidimos intentar recordar el motivo de nuestra sonrisa, corremos el riesgo de no encontrar el motivo o la explicación. Corremos el riesgo de no saber sonreír diferente a aquella representación de nosotros mismos en el espejo. La sonrisa rápida y fácil es la conquista de una vida de mediocridad. Los mediocres no tienen motivos para llorar, no sienten las pérdidas. Y es que no tienen que perder en una vida basada en el empate.

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Imagen por Imaginary Foundation.

En los incontables caminos de la vida nos cruzamos con rostros impecablemente lisos, carentes de cualquier cicatriz. Son las máscaras de todas esas personas pasteurizadas. Son como esos productos que vienen con descripciones de sus ingredientes y la sugerencia de uso. Personas “exitosas”, cuyo éxito está dado por el próximo automóvil que debe ser más costoso que el actual. Personas cuya alegría se mide por las cosas que pueden comprar hoy con el resultado de su éxito. Y corremos el gran riesgo de empezar a creer que eso es verdad, que ahí reside el verdadero significado de la felicidad. Nos vemos fácilmente tentados a vender el brillo de nuestros ojos para comprar la reluciente ostentación de una vida llena de conquistas. Corremos el riesgo de vender las emociones que nos dejan sin aliento para poder comprar una ventana frente al mar. La gente nunca se da cuenta que tener una ventana no les da posesión sobre el mar. Y que para ver el mar no se necesita ser dueño de ninguna ventana.

Nuestras andanzas por esta vida tan errante e incierta deben guiarse por valores que no sean perceptibles, deben hacerse sobre algo que nos impulse y que haga de nosotros seres humanos reales, personas necesarias. Nuestra trayectoria debe ser fiel a alguna cosa que exista allá afuera, pero que haya nacido dentro de cada uno de nosotros. Lo que nos oriente debe ser la ambición de generar felicidad más allá de la nuestra. Lo que nos mueva debe nacer de una misión asumida para el bien común de todos los que nos rodean, ya sea de cerca o de lejos, en este inmenso mundo.

obre observando el universo

Por eso debemos ser caprichosos en nuestros gestos más mínimos, en las actitudes y los ideales. Hagamos de nuestro oficio nuestra fuente de alegría. Elijamos vivir una vida plena. Cosechemos el valor de escapar de aquellas trampas doradas que pueden transformarnos en personas ansiosas por terminar… por terminar el día, por terminar el mes, por terminar el año. Creamos en nuestra capacidad de construir cosas valiosas por el bien que representan y no por los bienes que puedan proporcionarnos. Fundamentemos cada una de nuestras decisiones en la creencia de una existencia que vale cada segundo de vida. Porque vivir sin riesgos, sin compromisos y sin entrega puede ser menos arriesgado, pero es también una de las formas más eficientes de hacer pequeña una vida que ya es lo suficientemente breve para lo mucho que este mundo necesita de ella.

5 comentarios en «Los peligros de la mediocridad»

  1. La verdad no creo que la eutanasia sea la solucion como tu lo mencionas, probablemente no a los 20 años, tal vez si al llegar a los 30 se sigue considerando mediocre sea valido.
    Anque concuerdo contigo el la parte de pemar con carcel la mediocridad.

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