Las chicas de Abarca

A Rubén Abarca lo conoce todo el bajo mundo, dice Cynthia Jáuregui, una modelo con aires de Gatúbela: grandes senos, top, shorts, mallas, botas negras de cuero y boca roja como si acabara de morder una granada. Desde hace cinco años ella es una de las 2,000 mujeres que controla Abarca, un ex futbolista del América.

¿Quién es Abarca? En el mundo de managers, publirrelacionistas y actrices que lo frecuentan hay opiniones diversas: «Un güey que siempre trae viejas buenas a los bares», dijo alguien. «Un padrote», aseguró otro. «Un tipo que abusa de las chicas que le trabajan», indicó alguien más. Un día, llegué a oír algo peor: «Es un tratante de blancas

Él, en cambio, es conciso: «Soy un hombre de negocios

Eso es cierto: como cualquier vendedor que va y viene con sus productos, Abarca tiene una BlackBerry con su multicolor catálogo: centenares de imágenes de fantásticas mujeres de todas las razas.

Asumí que para ubicar a semejante personaje estaría obligada a seguir un engorroso esfuerzo de llamadas y más llamadas. Empecé por lo obvio, entrando a www.rubenabarca.com.mx. Ahí, después de ver en la portada del sitio web a la estrella porno Lanny Barby (una que no es “chica Abarca”), encontré su celular. Llamé un día laboral después del mediodía.

—¿Oficina del señor Abarca? —dijo una voz femenina.

—¿Disculpe, es el celular de Rubén Abarca?

—¿Marcó el celular?

—Sí.

—El señor aún está dormido. ¿Quién lo busca?

—De la revista Chilango, para un reportaje.

—Déjame tus datos.

A las 3 pm sonó mi teléfono.

—¿Lourdes? Habla Rubén Abarca, me estoy reportando.

—¿Te estás despertando? —le solté.

—Sí, “Lulú” —contraatacó —a esta hora me despierto: trabajo de noche.

Me invitó a su domicilio: un enorme bloque de cemento sin ventanas, un bunker en la colonia Nápoles. Una empleada me hizo entrar a un penthouse de tres plantas: en el piso había pesas, una caminadora, una bici fija y un aparato para brazos, piernas y abdomen. Entró Abarca: pelo largo, brazos torneados, espalda ancha y camisa abierta hasta el cuarto botón.

—¿Tú dime, empezamos por el fut o las chicas? —ofreció.

—Te imaginaba más alto —le dije.

Abarca se rió, tolerante, y me invitó a un mullido sillón de gamusina caoba. En la mesa colocó un celular, un Nextel y su BlackBerry.

—Dicen que soy buen empresario por mi verbo fluido. ¿Me preguntas o me arranco hablando?

DÚO DINÁMICO
Carlos Reinoso, técnico del América, le retiró su apoyo: por su conducta estaba fuera del equipo. Para el primer día desempleado no tenía ahorros del dinero obtenido en una década como futbolista. Su patrimonio eran dos departamentos y un Nissan Sakura. «Me vi en el hoyo —dice—: me di cuenta que era un tipo cualquiera que sólo sabía patear una pelota.» Su novia, la modelo Vanessa del Rocío, le pidió acompañarla a una gira de Las Nenas, su grupo musical, para distraer la depresión. Rubén aceptó.

En palenques y antros notó que una escena se repetía: los contratistas pedían a los managers de Las Nenas, Juan y Dolores Menchaca —papás de Vanessa—, abrir los eventos con sketches de cómicos, cantantes o bailarinas. Pero ellos no tenían más que ofrecer. «Desde ahí empecé a ser intermediario», explica. De artistas ignorados su cartera pasó a incluir a Jo-Jo-Jorge Falcón, Caló, Lucero, Mijares, Eugenio Derbez, Juan Gabriel y Luis Miguel.

Un día asistió a un bikini contest en el News Acapulco. Delante suyo desfilaron chicas vestidas de bomberas, policías y enfermeras que se desnudaban. La lujuria se traducía en un antro atestado. Decidió llevar ese concepto a centros nocturnos del DF, como el Tavar’s de la Roma, y a los restaurantes Friday, donde sus bailarinas se contorsionaban en la barra.

En uno de esos eventos conoció a Liliana Lago, su novia durante cinco años y una de sus más célebres representadas. «Rubén fue el amor de mi vida», dice Lago, años después madre de una hija de Cuauhtémoc Blanco.

—¿Cómo era ser pareja de Abarca? —le pregunto.

—Difícil: trata con cientos de mujeres. Yo tenía 17 años y lo quería para mi solita. Me ponía loca.

Rubén convirtió a Liliana, estrella de las pasarelas en Cancún, en una de sus primeras figuras. La mancuerna funcionó. «Éramos el dúo dinámico», dice ella.

SI SE PROSTITUYEN…
Abarca asegura que obtiene una comisión modesta, el 10% de lo que gana cada modelo, edecán, actriz o bailarina que lleva a las plazas. Ellas ganan de 2,000 a 3,000 por noche. «Si se prostituyen —aclara—, mucho más.»

—¿Cuánto?

—Puede ser en efectivo o con un departamento, un coche, el gimnasio.

—¿Y tú?

—Me arreglo con la plaza: 100, 200, hasta 1,000 pesos cada una.

De vez en cuando, Abarca recluta en gimnasios capitalinos a mujeres que nada tenían que ver con el negocio de los cuerpos. Hace poco logró que algunas clientas del Sport City Coyoacán se integraran a TV de Noche, con Jorge Muñiz. «Estaban de muy buen ver», justifica.

Si detecta una candidata, la primera lección es «sermonearla sobre el negocio». Después la ve en el table donde actúa. Si es primeriza, «le hago una prueba en un establecimiento». Las “chicas Abarca” laboran en unos 80 antros y entre el año pasado y este en una decena de programas de tv, como Muévete, Desmadrugados o Está cañón: «Ya no las busco —aclara—, ellas vienen conmigo.»

Rubén dirige a la ex Big Brother VIP Sabrina Sabrok, a la conductora Dorismar, a la vedette Liz Vega, a la actriz Adriana Fonseca, o a la modelo brasileña Suzan. «A niñas que medio bailan y medio cantan, les pongo nombres con morbo: Las Nachas, Las Maxxim, Las Dangers.» Antonio, su asistente, les crea coreografías de striptease. Y su imperio crece: desde diciembre, quien escriba “Fantasía” o “Papito” al 31111 recibe en su celular fotos de sus mujeres semidesnudas.

«De un grupo de chicas hago un show —sintetiza—, de un buen par de bubis una mujer sensual y de una mujer preparada una gran actriz.»

EL GOL QUE NO FUE
El brasileño “Dirceu” deleitó durante medio año a la afición del América. Pero a él, en cambio, no le hacía gracia su estancia en México: «Yo paso un balón y me devuelven una sandía», reclamó. En el 79 logró emigrar al Atlético de Madrid. El técnico José Antonio Roca buscó un sustituto en la “escuelita del América”, una liga de paga del club abierta a cualquier niño. Roca descubrió a un chavo desgarbado de Vallejo. «Prepárate para una sorpresa», le dijo a Rubén Abarca. Aunque diestro, por una lesión en el tobillo se había vuelto hábil con la zurda. «Me he comparado con Dirceu y creo que en muy poco tiempo ya no se notará su ausencia —declaró Abarca a Ovaciones en su primera entrevista—. Seré superior a él [para] que vean que en el América hay herramienta.»

Los niños de la escuelita hicieron a su “primer egresado” una valla en el túnel del Azteca, y luego una guardia de honor en el círculo central. Abarca dice que ese 15 de noviembre de 1979, viendo desde la banca el partido contra Unión de Curtidores, oyó el: ¡ponte a calentar! «Estaba echándome un tubo de pepitas. Me atraganté, sudé y me puse como yeso.»

Al inicio jugó temeroso. «Pero antes de terminar el partido vi al balón como mi amigo. Enfoqué el cuadrito y anoté.»

—¿Cómo fue?

—Sol en su esplendor, estadio lleno y yo con 17 años. [Jorge Luis] “Fu Manchú” [Da Silva] me la pasó. Finté y le pegué con la zurda. Cuando vi que entró a la portería corrí como loco: no sabía si había sido autogol.

—¿Dudaste?

—Sí, pero me di cuenta que no la cagué al ver a todos brincando.

Yo quería datos de primera mano sobre ese día. En la Hemeroteca Nacional abrí el ESTO: «[El América] debía pasar el susto de ocupar un novato, Abarca, sobre cuyas espaldas colocó la pesada losa de ponerse los zapatos del divo amazónico. El chamaco salió nervioso [pero] poco a poco demostró que puede, a la larga, resultar más efectivo que Dirceu porque soltó un disparo magnífico, ligeramente desviado.»

«Disparo… desviado», releí sorprendida. ¿Y su gol a pase de “Fu Manchú”? En la entrevista había mentido: no entró de cambio, sino desde el inicio. No era cierto lo de las pepitas. Los goles fueron de Tena, Gamboa y “Fu Manchú”, cuando Abarca había salido de cambio. Terminé la noticia: «América dejó a Abarca en los vestidores porque Roca quiso aliviarlo de la responsabilidad y llevarlo poco a poco. Metió a “Fumanchú”.»

A diferencia de Zelada y los demás jugadores, que debieron partir en sus deportivos, Rubén abordó el Tren Ligero en la estación Estadio Azteca. Esperaba que lo reconocieran en la ruta a Tasqueña, y de ahí en Metro a Cuatro Caminos: para facilitar las cosas no se había quitado la playera del equipo. Nadie lo hizo.

A la mañana siguiente, El Universal le aplicó una dura novatada al número 26 de los Cremas. «Abarca sustituye a Dirceu, del cual parece copia al carbón: zurdo, pelembrero [sic], frágil, elegante… e intrascendente.»

No le importó. Desde entonces Abarca paladeó, hasta límite, la fama. Justo en los días en que en la calle empezaban a identificarlo acudió al Sugar de la Zona Rosa, el primer “cabaret” que conoció. «Me quedé boquiabierto: las mujeres bailando cachondas con medias de malla y aquel olor a humano. Me gustó. Me gustan las mujeres, era joven y quería con todas, con la más buena.»

El hombre frente a su destino.

NO VOY A PERDER MI TIEMPO
Abarca aportó a Sabrina y Liz Vega al Big Brother VIP. Uno de los habitantes de la casa era el productor Juan Osorio, con el que el ex futbolista hizo química. Ahora se reúnen en familia, van a tomarse unos tragos y afianzan un vínculo empresarial que ya supera los cinco años. «Tenemos contratos en sociedad», reconoce Osorio.

 

Como su socio, Abarca tiene fama de duro. La venezolana Dubraska, una de sus chicas, ganó el Miss Table-Dance 2004 realizado por la emisión Otro Rollo. Aprovechó la joven fama de la mulata para hacerla parte del trío Las Chicas Seducción. Pero Dubraska decidió vender el show sin la intervención de Abarca, a quien acusó de “padrote” en Tv y Novelas. «Yo respondí —recuerda él—que si había ganado el Miss Table-Dance no era por santa. Donde antes trabajaba no daban agua de horchata: ella era una teibolera.»

Días después de entrevistarlo, me topé en una exposición fotográfica de Carlos Latapí a otra “chica Abarca”, Ivonne Soto, rubia de La Hora Pico.

—¿Podría robarte dos minutos?

—Claro.

—Estoy haciendo un reportaje sobre Rubén Abarca y quisiera…

—No se merece que pierda mi tiempo hablando de él.

Dio la media vuelta y se fue, sin decir palabra.

UN CABRÓN

«Por años fui un cabrón», admite Rubén. Hoy está casado con Nallehlly Rivas, su asistente, espectacular ex edecán de piel blanca y cuerpo de mulata, con quien tiene a Marlone, un niño de seis años. «Por ella dejé de mezclar trabajo y placer. Desde hace 13 años vivo para mi familia.»

—¿SÍ?

—No soy un pan de Dios. Le he puesto el cuerno cinco veces.

—…

—Pero no me ha cachado.

—Tengo la grabadora prendida.

—Chale, ya se enteró.

—Has sido infiel…

—Sólo por instinto.

—¿Amas a tu mujer?

—La adoro.

—¿Cómo es?

—Tiene un cuerpazo —dice mordiendo su labio inferior y cerrando los ojos.

—¿Cómo vive tu trabajo?

—Al inicio se enojaba porque llegaba con maquillaje en la ropa, pero le decía la verdad: «Mi vida, un mecánico llega a casa con las manos con grasa. Yo trabajo con mujeres.» Ahora confía en mí.

En el inventario humano de Abarca hay mujeres que no respetan su matrimonio, esposas leales, madres solteras; algunas de día son secretarias, ortodoncistas y hasta químicas; de noche, reinas de la pista. «Las mujeres son astutas —dice—. Envuelven a los hombres y son infieles. Las oigo hablar de cómo nos usan. Se ríen de nosotros: en la cama nos sentimos tigres y para ellas somos unos tontos.»

—¿Qué tanto las conoces?

—¡Uy! Aguanto cuando se enojan con el novio, cuando suben de peso, cuando una me dice que compró juguetes sexuales por estar insatisfecha, cuando una se embaraza, cuando piensan abortar. Me gané su confianza.

—¿Se te ofrecen?

—Algunas, pero negocios son negocios. Así no consiguen nada.

UN COYOTE

Sus primeras cascaritas las jugó en “Las bombas”, un terreno de la Unidad Habitacional Lindavista en el que aún están intactas dos bancas que servían a los equipos. «Ahí me enamoré por primera vez.»

—¿De quién?

—Mónica, hermana de mi amigo Willy. Se asomaba por su ventana, desde donde sólo se veía la portería. Era portero con tal que me viera. Para lucirme me aventaba aunque fuera al lado contrario del balón. Terminaba sangrando, no me importaba romperme la cabeza.

—¿Y luego?

—Willy me decía dónde voltear para que no me tocara cachetada y me tocara beso. Se casó y nos dejamos de ver. Anhelaba que me viera en la tele.

Rubén jugaba futbolito en una tienda de por ahí. «Era un gandalla —acepta—: primero me dejaba ganar y luego apostaba de a reloj. Me volví coyote.»

—¿Coyote?

—Estafador. Alguien tan bueno en algo que hace creer a los demás que es un güey. Y a la mera hora se queda con su lana.

Con lo ganado, aquel chavo de pelo largo nacido en 1960 viajaba hasta el América, a donde había entrado a los 14 años. Su padre, Juan, ferrocarrilero y ex boxeador, se oponía a la vocación del menor de sus cinco hijos. «Por su pasado en el box —explica Rubén— decía que el deportista no era eterno.» Su padre murió poco antes que Rubén debutara como jugador. Jorge, el hermano mayor, se ocupó del sustento familiar.

ONDA MENUDO

En los 80, el América pedía a los jugadores profesionales entrenar a equipos de su escuela. Águilas Reales, el que le asignaron, lo marcó. Ahí conoció a Lourdes —tía de uno de sus jugadores—, con quien hacia 1981 procreó a Jonathan Lenon, su primer hijo. Además, tuvo bajo su mandato a un jugador que rondaba los 13 años: Emilio Azcárraga Jean. Para entonces, Rubén, el chavo sencillo que ganaba unos pesos “coyoteando” o lavando autos, era otro: obsesivo de su imagen, usaba playeras ceñidas, chamarras sin playera, camisas con hombreras. «Onda Menudo», explica Vinicio Bravo, su ex compañero en el equipo.

A los futbolistas les cuesta recordar un instante memorable en la carrera de Abarca. Al fin, aparece uno, en un clásico contra Chivas: Rubén empezó a correr formando círculos y quebrando rivales desesperados. «Fue increíble —añade Bravo—. No soltó la pelota, metió gol, ganamos 2-1 y a la jugada la bautizamos “La chiclosa”.»

Del paso por la Selección de “El cinturita”, como su gremio lo llamaba, sólo queda el recuerdo de una Brasilia roja en la que llegaba a entrenar. «Parecía un tanque de guerra: tenía altavoz, torreta y la reversa sonaba como Tarzán o “La Cucaracha” —relata el director técnico Alfredo Tena—. Sólo le faltaba una hélice o un cañón. Siempre ha sido un excéntrico.»

—¿Quién inspira su imagen? —pregunto a la actriz Paty Muñoz, su amiga.

—Se parece a Indiana Jones.

Relajado en su sillón, Rubén me da la entrevista. De su pecho cuelgan tres pendientes: un diente de orca («simboliza la fuerza animal»), una lanza de guerrero («la fuerza humana») y un Cristo. Pero son los sombreros y las botas los que definen su estética.

—¿Eres un excéntrico?

—Me gusta llamar la atención; no soporto lo clásico.

ESTOY EN LA CUMBRE

Caminando, Abarca llega a las 5 pm al Womans Club, un chippendale de la Roma. Ha dejado en casa su Harley-Davidson y la Hummer H3.

—¿Y la moto?

—Otro secuestro ya no. Me piden mujeres, y con eso no juego.

—¿Hablas en serio?

—Llevo dos, y eso me piden de rescate.

El antro, tapizado de cuadros de strippers, está en penumbras. Subimos a un salón alfombrado en azul. Frente a la pista hay varios sofás: me hacen recordar los que Natalie Portman (Alice) y Clive Owen (Larry) usan en el privado de un table-dance en la película Closer.

 

Van llegando las “chicas Abarca”: casi todas de gafas oscuras, pants o jeans ceñidos. Lo besan y abrazan, se cuelgan de su cuello; elogian su corte de pelo, su loción. Él responde afectuoso, pero sexualmente distante. De pronto, Rubén y ellas entran al mismo camerino. Aunque dudo, me animo a abrir la puerta: varias mujeres en ropa interior, cambiándose, con los senos descubiertos, sacándose las medias, rodean y escuchan atentas a Rubén, que les habla de negocios. El manager se expresa y mueve seguro, como si estuviera dando cátedra a un grupo de alumnas. «Estoy en la cumbre —me dice—: no tengo competencia.»

—¿Te gustan las mujeres? —insisto bromeando.

—No estoy ciego. La debilidad es la misma en todos: la mujer.

 

CERVEZA EN MANO

La vida de noche hirió muy pronto su talento. «Salía en la prensa, la tv y la radio. Me creí más de lo que era: los medios me echaron a perder», dice. El ESTO lo llegó a definir como «el Maradona de México». «Desde esa nota ya no quise hacer nada —admite—: ¿qué podían enseñarme? Entrenaban quienes no sabían jugar, y yo lo sabía todo.»

Para cuando estuvo en Atlante, en el 86, Abarca había perdido la brújula. Los jugadores que consulté —pidieron el anonimato— me dijeron lo mismo: a Rubén le ganó el desmadre. Un día llegó al entrenar con traje, lentes oscuros y «cerveza en mano». Llegar sin escalas de la fiesta le costó una suspensión. «Hablaba de más —dice un miembro de ese equipo— y los cuates sin vena para bromas se lo sonaron. El futbol se la cobró.»

—¿Cómo era como jugador? —pregunto a Jesús Rico, otro ex atlantista.

—Quería ser líder pero prefería la pachanga. Ahí está el resultado: trabajando de noche con pura vieja.

Rubén, sin embargo, atribuye su ocaso al técnico Reinoso. «Nunca más jugué un partido completo y mi lugar lo ocuparon [Alberto] Brailowsky y [Nilton Pinheiro] “Batata”. De Reinoso guardo malos recuerdos», admite. Pero Reinoso dibuja otra realidad: «Rubén era un tipazo con grandes facultades pero no se cuidó: era galanzote, le gustaban las mujeres.»

A los 28 años, colgó los tacos y optó por otras piernas, delicadas. Para abastecerse de mujeres usó a los promotores de futbol, que le abrieron la puerta a su nuevo negocio.

LA DIVA MÁS GRANDE

En la sesión de fotos, ordena a un muchacho traer yakimeshi y botellas de agua para sus chicas. Actúa como un padre protector. El celular de Rubén suena con “Animal Instinct”, de The Cranberries. Le habla una mujer a la que llama “mamita”. Al rato, suena de nuevo: a esta le dice “mi reina”.

«¿Cómo conocieron a Rubén?», pregunto a nueve chicas que hablan de fiestas y ropa. «Una amiga me lo presentó», exclaman en coro y se ríen, como si dieran correctamente una respuesta ensayada.

—A mí me lo presentó Cynthia —añade Norma, de diminuto vestido rojo, maquillándose con las piernas cruzadas.

—Y a mí, mi prima —responde Giesilane, brasileña de apenas 20 años y espesa cabellera negra.

El propietario del centro nocturno La Envidia, Ernesto Cortés, un muy buen cliente de Abarca, llega al Womans Club a visitar a su amigo. «Lo conozco desde hace 20 años —dice—: Rubén sabe desenvolverse en cualquier ambiente de negocios: lo mismo con políticos, religiosos o borrachos.»

—¿Políticos y… religiosos? —pregunto a Rubén.

—Se está perdiendo el prejuicio contra las chicas exóticas. Por su bien, prefiero no darte nombres de los políticos y religiosos.

Los fotógrafos preguntan: «¿Listos todos?»

Rubén aparece, negro de arriba abajo, con pantalón y saco cruzado. Deja al descubierto sus múltiples collares y una sonrisa perpetua que dedica por igual a todos y todo lo que a su alrededor ocurre.

«¡Ya llegó la diva más grande de la noche!», grita Marcela Jurado, una de las modelos, observando a su patrón.

Revista Chilango 2010.

17 comentarios en «Las chicas de Abarca»

  1. Unas de sus mujeres era Dorismar, la vi hace unos dias en un cabaret de segunda categoria, es un desastre, no canta ni baila, decadencia total. Se fue bajo una lluvia de silbidos.

    Responder
  2. Muy real y cierto me toco conocerlo en GDL me dio su tarjeta con una foto de el y unas 20 morras atrás y a sus lados bastante exuberantes pero muy o para todos los gustos y creí que era un fotomontaje de tan mamón ahora veo que si era de a deveras jajaja

    Responder
  3. que historia tan rara…me enganche y termine de leerlo con mucho interes, tengo el gusto de haber asistido como cliente a algunos eventos donde se presentan estas chicas y solo puedo decir que bien o mal es su negocio y su modus vivendi y se deve respetar nos guste o no, ya quitemonos esas doble moral que no nos deja ver mas aya de nuestars narices, pregunto, por que existe el porno y es un negociazo? por que los hoteles todos los viernes estan llenos?? simplemente y para terminar , chequen el rotundo exito que tiene la llamada expo sexo en mexico, insisto quitemonos ya la doble moral y aceptemos que el mexicano es cachondon por naturaleza, felicidades Ruben, si bien no eres mi idolo si te admiro y reconozco tu vision y sobre todo tu astucia y gracias a eso no eres un mediocre mas del montos

    Responder
  4. no manches, me enganche con el articulo!! estuvo muy interesante saber como alguien con futuro en el deporte lo pierde todo, llega hasta el suelo y despues vuelve a la fama y la fortuna pero como padrote. la neta q la vida de este wey seria perfecta para una pelicula o un documental de esos chidos. porque no se le ha ocurrido a nadie, ya se estan tardando…

    Responder
    • la histoeria de este cuate es una leccion de vida para algunos que nos a pasado algo parecido bueno desde el punto de vista personal
      que bueno q despues de tocar fondo alla retomado su vida haciendo su trabajo deleitandonos la pupila con las hermosas mujeres que el maneja FELICIDADES RUBEN .

      Responder
  5. que hueva… la neta me dio un chingo de sueño al leer los dos primeros parrafos.. saca fotos de las viejas y telefonos para ver cuanto cuestan sus servicios

    Responder
  6. ciertamente una escoria, que paso con los que hacian aportes al mundo en campos de conocimiento?. pero que se le va a hacer… son los idolos de esta epoca…

    Responder

Deja un comentario