Historia de la Guillotina y otras cabezas cortadas

Si Guillotin levantara la cabeza seguramente la escondería por temor a convertirse en protagonista de algunos de los escalofriantes ensayos que se realizaron como consecuencia de la Guillotina. Su terrible invento para decapitar a todos los condenados a muerte en la Francia del siglo XVIII. La curiosidad humana quería comprobar qué ocurría tras separar la cabeza de un ser humano, quería saber si esta era capaz de conservar la consciencia.

guillotina cabezas cortadas(1)

Durante un debate sobre la pena de muerte celebrado el 10 de octubre de 1789 en la Asamblea Constituyente de París, el médico Joseph-Ignace Guillotin propuso que todos los condenados a muerte fueran decapitados. Guillotin consideraba injusto que en aquellos momentos la decapitación estuviera reservada en Francia únicamente para los miembros de la nobleza (se suponía que era el mejor método de ejecución) y que el resto de los ajusticiados fueran ahorcados y, generalmente, expuestos para que los pájaros se comieran sus cadáveres.

Su intención era igualar a todos los ciudadanos ante la ley y construir una máquina de decapitar infalible que llevara a cabo su función en un instante y no hiciera sufrir al reo más de lo necesario, pues para que la decapitación mediante espada o hacha no se convirtiera en una espantosa carnicería era necesario que el verdugo fuera un experto en esta técnica y que el condenado se encontrara muy firme, lo que, evidentemente, no siempre ocurría.

De hecho, la historia ofrece numerosos ejemplos de verdugos torpes que sometieron a sus víctimas a una horrible agonía tras repetidos y dolorosos intentos. María Estuardo, reina de Escocia, decapitada el 8 de febrero de 1587, y Robert Devereux, segundo conde de Essex, ejecutado el 25 de febrero de 1601, recibieron cada uno tres golpes de hacha y Margaret Pole, octava condesa de Salisbury, sufrió el 27 de mayo de 1541 nada más y nada menos que ¡once hachazos! hasta que su cabeza quedó separada de su cuerpo.

Joseph-Ignace Guillotin y la Guillotina, una máquina de cortar cabezas.

El asunto fue consultado con el doctor Antoine Louis, secretario de la Academia de Cirugía. El 20 de marzo de 1792, siguiendo las recomendaciones del doctor, la Asamblea aprobó la construcción de la máquina de decapitar, que se encargó a Tobias Schmidt, un ingeniero alemán que se dedicaba a construir instrumentos musicales. En los convulsos días de la Revolución Francesa la guillotina pasó de ser un instrumento de justicia a convertirse en uno de represión política o de ajuste de antiguas cuentas. Se estima que 2.500 personas fueron guillotinadas en París (2.217 durante los últimos cinco meses del reino del Terror de Robespierre), aunque el número total en Francia pudo acercarse fácilmente a 30.000.

Contrariamente a lo que se piensa, Guillotin no murió en la guillotina, sino que dejó este mundo el 26 de marzo de 1814 en su domicilio, con la cabeza firmemente unida a su cuello, a causa de un carbunco en el hombro, lamentando hasta el último momento que su loable idea de una muerte rápida e indolora acabara cobrándose la vida de tantos inocentes y que su nombre pasara a la historia como el inventor de tan infame máquina de matar. De hecho, sus familiares y descendientes estuvieron durante décadas solicitando que se cambiara el nombre al instrumento hasta que, hartos del asunto, fueron ellos quienes modificaron su apellido.

Además, probablemente Guillotin estaba equivocado al afirmar que la máquina de decapitar aseguraba la falta de sufrimiento del reo, porque ¿no es el mayor de los sufrimientos que la cabeza cortada sea consciente durante unos atroces segundos de lo que le ha ocurrido, que contemple su propio cuerpo mientras se desangra o a la multitud increpándola mientras el verdugo la muestra cogida del cabello? ¿Hay peor sufrimiento que sobrevivir a un cuerpo despegado?

Inconvenientes de la decapitación.

Y es que la guillotina separa el tronco de la cabeza sin lesionar directamente el asiento de la consciencia, el cerebro, donde terminan los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Este órgano esencial del Yo queda intacto tras la decapitación y, a pesar de que la falta de suministro de sangre provoca la muerte de las neuronas, esta no se produce instantáneamente, sino que el cerebro cuenta con las suficientes reservas de oxígeno como para ser consciente durante algunos segundos. Así, tras una parada cardiaca se tarda cuatro segundos en perder el conocimiento si la persona está de pie, ocho si está sentada y doce si está tumbada

Estas diferencias reflejan la acción de la gravedad, que provoca que la sangre del cerebro se drene en mucho menos tiempo si la persona está de pie. Así, en el caso de los guillotinados (cuyos cuerpos permanecían tumbados hasta el fatal golpe), no es descabellado pensar que durante algunos interminables y espantosos segundos de indescriptible horror las cabezas eran capaces de ver, de oír y de sentir todo lo que acontecía alrededor y los reos eran plenamente conscientes de lo que les había ocurrido y poseían la inconcebible y paradójica consciencia de su propia muerte.

Historias de cabezas cortadas por la Guillotina.

En la Francia revolucionaria corrieron espantosas historias acerca de la vida de las cabezas cortadas. El verdugo de París entre 1778 y 1795, Charles Henri Sanson, contó en sus memorias que el 17 de julio de 1793, tras la ejecución de la joven asesina de Marat, Charlotte Corday, un carpintero que había trabajado todo el día en las reparaciones de la guillotina llamado François Legros cogió su cabeza, la enseñó al pueblo y le propinó una bofetada, tras lo cual la cabeza se sonrojó, mostrando un inconfundible gesto de indignación. También se dijo que cuando las cabezas de dos rivales de la Asamblea Nacional fueron colocadas en el mismo saco, una de ellas mordió a la otra con tanta fuerza que fue imposible separarlas.

La cuestión comenzó a preocupar a médicos y científicos como el famoso Antoine Lavoisier. Como último servicio a la ciencia, el célebre químico dio instrucciones a sus ayudantes para que observaran su cabeza después de ser guillotinado el 8 de mayo de 1794, pues era su intención parpadear mientras mantuviera la consciencia, cosa que hizo durante nada más y nada menos que 20 segundos.

En 1795 el diario Paris Moniteur publicó una carta del célebre anatomista alemán Soemmering, dirigida a su colega Charles Ernest Oelsner y titulada Sur le supplice de la guillotine, en la que le decía estar convencido de la persistencia de la consciencia en las cabezas separadas de sus cuerpos y de que “si siguiera circulando el aire por sus órganos vocales, esas cabezas hablarían”. Añadía que le importaba poco, “para juzgar lo horrible de esto, saber si dura algunos segundos o una hora entera”.

Después de experimentar con las cabezas de animales decapitados, el doctor Jean-Joseph Sue dejó expresado ese mismo parecer en Opinion du Chirurgien Sue, Professeur de Médecine et de Botanique sur le supplice de la guillotine et sur la doleur qui survit à la décollation. Contra semejante idea se alzaron autores como Cabanis, Gasteiller, Petit o Sédillot, que defendieron la guillotina argumentando que el ejecutado ya estaba muerto –antes de que rodara su cabeza– desde el mismo instante en el que la cuchilla golpeaba con su enorme contundencia la médula y el bulbo raquídeo antes de cortarlos y que las expresiones faciales, los parpadeos y los movimientos oculares y de los labios eran simples reflejos en los que no intervenía la consciencia

Sin embargo, en 1804 Giuseppe Mojon experimentó con varias cabezas y llegó a la conclusión de que cerraban los ojos si se las exponía a la luz solar, que si se les pinchaba la lengua con una aguja la retraían inmediatamente con un gesto de dolor y que si se les hablaba, los ojos se movían hacía el lado de donde procedía la voz.

Experimentos con guillotinados.

Ya en 1812 el doctor Legallois había especulado con la posibilidad de que una cabeza cortada pudiera sobrevivir si se le suministraba sangre oxigenada. Sin embargo, hubo que esperar a 1857 para que Brown-Sequard le devolviera la vida a la cabeza cortada de un perro, que mostró “movimientos dirigidos por la voluntad” durante un cuarto de hora después de realizarle una transfusión.

Antoine Joseph Wiertz.

Un hombre especialmente interesado en la consciencia de las cabezas cortadas fue el pintor Antoine Joseph Wiertz (1806-1865). A mediados del siglo XIX se escondió bajo el cadalso instalado en la Place Saint-Géry de Bruselas, en la que iba a ser guillotinado un asesino. Iba en compañía de dos testigos y un hipnólogo a quien había dado instrucciones para que le indujera un trance de sugestión hipnótica durante el cual se pudiera identificar con la mente del reo.

Según se recoge en Catalogue Raisonné du Musée Wiertz, precede dune biographie du paintre par le Dr.L. Watteau (1865), cuando oyeron caer la cuchilla, el pintor fue presa de una gran agitación y dijo: “¡Piensa! ¡Ve!” “¿Quién?“, preguntó el doctor. “La cabeza. Sufre horriblemente. Piensa y siente, pero no sabe qué le ha ocurrido. Busca su cuerpo y siente que debe unirse con él. Todavía espera el golpe supremo de la muerte, ¡pero la muerte no llega!

Entonces los testigos vieron cómo la cabeza caía en la cesta, con la sangre escapando a borbotones de ella. Wiertz volvió a hablar, ya más calmado: “Vuelo a través del espacio. ¿Estoy muerto? ¿Es esto el final? ¡Si tan solo me dejaran unirme con mi cuerpo de nuevo! ¡Tened piedad! ¡Devolvédmelo y podré vivir de nuevo!“. Con horror, los testigos vieron en ese momento cómo la cabeza cortada abría los ojos de pronto y les lanzaba una mirada que expresaba el más espantoso de los sufrimientos. El pintor dijo entonces: “Todo lo terrenal se desvanece. Veo a lo lejos una luz brillando como un diamante. Siento que me invade la paz“.

Después guardó silencio y, aunque seguía en trance, dejó de responder a las preguntas del doctor. Tocaron la cabeza cortada y vieron que se había quedado fría. Había muerto. Wiertz plasmó esta experiencia en sus cuadros Últimos pensamientos y visiones de una cabeza cortada (1853) y Una cabeza cortada (1855).

Jean-Baptistc Vincent Laborde.

En 1884 Jean-Baptistc Vincent Laborde llegó a un acuerdo con la Prefectura de Policía, que le llevó a su laboratorio la cabeza del asesino Gagny apenas siete minutos después de visitar a Madame Guillotin.

Conectó sus arterias a las de un perro vivo y, según informó, la cara adoptó una expresión similar a la que tenía en vida. Parece ser que estos espantosos experimentos eran tan frecuentes que el doctor Paul Bert pidió su prohibición, alegando: “No hay duda de que cuando se aprobó esta ley no se tuvo en cuenta la imaginación de cualquier ingenioso médico para torturarlos después de ser ejecutados“.

Sangre oxigenada.

Uno de los casos mejor documentados fue aportado por el doctor Beaurieux (publicado en Archives d’Anthropologie Criminelle, tomo XX, 1905). El asesino Languille fue guillotinado en Orleans (Francia) a las 5.30 am del 28 de junio de 1905 y su cabeza cayó en la cesta en posición completamente vertical, lo que contribuyó a sellar en parte la hemorragia y a prolongar la presencia de sangre cargada de oxígeno en el cerebro. Sus párpados y sus labios se contrajeron espasmódicamente hasta quedarse quietos. Entonces el doctor le llamó por su nombre y sus párpados se abrieron lentamente, “como los de un hombre que despierta

Y sus ojos le miraron hasta que volvieron a cerrarse. “Era indudable que esos ojos estaban vivos y me miraban“, escribió Beaurieux. El doctor volvió a llamarlo, con el mismo resultado, pero a la tercera vez que lo intentó ya no obtuvo respuesta. En total pasaron unos 30 segundos.

En 1955 los doctores Piedelievre y Fournier realizaron un estudio para la Academia de Medicina de Francia a través del cual llegaron a la espantosa conclusión de que tanto la cabeza como el cuerpo sobrevivían a la decapitación “durante minutos, incluso horas, en sujetos sin taras“, y que, por lo tanto, “para el médico no queda más que esta impresión de una horrible experiencia, de una vivisección mortal, seguida de un enterramiento prematuro“.

Los perros de Brukhonenko.

Perro de Brukhonenko

En 1928 el científico Sergéi S. Brukhonenko, del Instituto Químico-Farmaceútico de Moscú, soprendió a la comunidad científica durante el Tercer Congreso de Fisiólogos de la URSS al presentar la cabeza cortada de un perro que, conectada a su aparato, permanecía con vida. La cabeza parpadeó cuando la mesa sobre la que se apoyaba fue golpeada con un martillo, las pupilas se contrajeron al ser expuestas a una luz, se relamió cuando se le puso en los labios ácido cítrico e incluso se tragó un pedazo de queso que, para horror de los presentes, cayó por el extremo seccionado del esófago.

Los experimentos de Brukhonenko fueron recogidos en el documental Experiments in the Revival of Organisms (1940), que puede verse en Internet. Su demostración fue tan asombrosa que poco después Brukhonenko fue convocado para realizarla frente a A. V. Lunacharsky, entonces ministro de Educación ruso, estando también presentes científicos de otros países. La noticia de la cabeza que seguía viva después de ser separada de su cuerpo causó una enorme conmoción en el público europeo.

El dramaturgo irlandés George Bernard Shaw publicó una carta en los periódicos Berliner Tageblatt y The New York Times en la que sugería que el experimento fuera practicado en científicos afectados por enfermedades incurables, cortándoles las cabezas y manteniéndolas vivas mediante circulación artificial para que pudieran seguir trabajando por el bien de la humanidad

Incluso decía que él mismo se sentía tentado a cortarse la cabeza “de manera que pueda dirigir obras y escribir sin preocuparme por enfermedades, sin tener que vestirme o desvestirme, sin tener que comer, sin tener que hacer otra cosa que producir obras maestras del arte dramático y la literatura“.

Perro con dos cabezas.

En 1954 otro ruso, el doctor Vladímir Demikhov, fue más lejos al injertar la cabeza y las piernas delanteras de un cachorro en un perro adulto. El perro de dos cabezas murió al cabo de seis días debido al rechazo de los nuevos tejidos, el principal problema que debe superarse para trasplantar un órgano. Durante los siguientes 15 años Demikhov realizó otras 24 intervenciones similares, pero ninguno de los perros sobrevivió más allá de un mes.

Robert White y el trasplante de cabezas entre perros y monos.

En 1964 el doctor Robert White, del Cleveland Metropolitan General Hospital (Ohio, EE.UU.), extrajo el cerebro de un perro y lo insertó bajo la piel del cuello de otro tras unir sus sistemas sanguíneos. Sin embargo, como el cerebro aislado no tenía ningún medio de expresarse, fue incapaz de determinar si poseía algún tipo de consciencia. En marzo de 1970 decidió trasplantar las cabezas cortadas de cuatro monos a los cuerpos decapitados de otros cuatro, uniendo sus sistemas vasculares. Entre tres y cuatro horas después las cabezas despertaron y sus electroencefalogramas mostraron signos de una actividad cerebral normal. Sus ojos se movían siguiendo a los investigadores, a quienes intentaban morder, y masticaban los alimentos puestos en sus bocas.

Sin embargo, dada la imposibilidad de unir los miles de millones de fibras nerviosas de sus médulas espinales, los monos estaban paralizados del cuello para abajo. No obstante, White insistió en que el trasplante de cabeza podría ser la solución para los tetrapléjicos, muchos de los cuales mueren debido a complicaciones propias de la inmovilidad de sus cuerpos, sobre todo debido a problemas pulmonares. White pensó que con un trasplante de cabeza, aunque siguieran sin poder moverse, sus nuevos cuerpos, donados por pacientes en muerte cerebral, pero sanos por lo demás, les proporcionarían unos años extra de vida.

Cuando sus experimentos fueron divulgados, fueron rechazados tanto por la comunidad científica como por los defensores de los derechos de los animales. Necesitó protección policial y se le negaron los fondos para seguir sus investigaciones. A pesar de ello, durante su carrera realizó una treintena de experimentos similares y a finales de los años noventa del pasado siglo dio una serie de conferencias acompañado de Craig Vetovitz, un hombre de 48 años afectado de tetraplejia desde los 19 que estaba dispuesto a ser el primer humano en someterse a lo que White llamaba “un trasplante de cuerpo“.

Cabezas humanas cortadas y vivas.

Llegados a este punto, la pregunta inevitable es si esta clase de experimentos han sido llevados a cabo en humanos. La única referencia fue ofrecida por el número del 5 de diciembre de 2003 del diario ruso Pravda, en el que se comentaba la obra de Beliaev. Allí se decía que a mediados de los años setenta del pasado siglo dos neurocirujanos alemanes llamados Walner Kraiter y Henry Courige habían conseguido mantener con vida durante veinte días una cabeza humana cortada.

Un hombre de cuarenta años fue llevado a su hospital después de un accidente de tráfico en el que había sido prácticamente decapitado, por lo que decidieron unir la cabeza a un soporte vital. Según el periódico, aunque la cabeza no podía hablar los doctores se comunicaban con ella leyendo sus labios. También se decía que en 1989 un tal doctor Truman Doughty, de Phi-ladelphia, había amputado la cabeza de su esposa, enferma de un cáncer terminal, en un desesperado intento de mantenerla a su lado. Unida a un sistema de circulación ex-tracorpórea, la cabeza era incluso capaz de hablar gracias a una bomba que suministraba aire a sus cuerdas vocales.

A pesar de que su esposa se había mostrado de acuerdo, el doctor había mantenido el secreto durante años, temiendo ser acusado de asesinato, “y solo recientemente el mundo ha conocido este increíble experimento“. Quien esto escribe no ha podido contrastar esta información, por lo que, en principio, la prudencia aconseja no prestarle credibilidad alguna.

Cabezas criogenizadas.

Sí es cierto, sin embargo, que empresas de criopreservación como Alcor Life Extensión Foundation o KrioRus ofrecen a sus clientes la posibilidad de criogenizar únicamente sus cabezas, que son separadas de sus cuerpos en el momento de su muerte. La técnica se llama neuropreservación, es mucho más barata que criopreservar el cuerpo entero y, según dicen, favorece la preservación del cerebro porque todo el proceso de crioprotección (la sustitución del agua intra-celular por soluciones que eviten su congelación) puede ser optimizado para este órgano

Además, las cabezas son más fáciles de mantener y de trasladar en caso de emergencia, lo que evita los casos de “descongelación” que han ocurrido en alguna ocasión con los cuerpos enteros. Lo que se pretende es que en un futuro la medicina avance lo suficiente para crear nuevos cuerpos a partir de los tejidos preservados o para desarrollar un cuerpo clonado donde pueda ser trasplantado el cerebro del paciente. O incluso para transferir esa mente a un cerebro artificial. Algo que, seguramente, ni usted ni yo veremos. A no ser que nos criopreservemos, claro está.

El pollo Milke.

 

Y, entre tanta cabeza sin cuerpo, concluiremos con la increíble historia de Mike, el pollo sin cabeza. El 10 de septiembre de 1945 el granjero Lloyd Olsen, de Fruita (Colorado, EE.UU.), se dispuso a sacrificar a Mike para agasajar a su suegra, que se encontraba de visita. Sin embargo, a pesar de que el hacha le separó la cabeza del cuerpo, el pollo siguió vivo y se convirtió en una estrella de los sideshows o ferias de monstruos, compartiendo escenario con la mujer barbuda o la ternera de dos cabezas. Olsen le alimentaba con una mezcla de leche, agua y granos de maíz que le suministraba a través del esófago mediante un cuentagotas.

En ocasiones el moco formado en sus maltrechas vías aéreas le dificultaba la respiración, por lo que el granjero se lo succionaba con una jeringa, pero, por lo demás, Mike era tan feliz como cualquier otro pollo. En la cima de su popularidad El pollo milagro recaudaba 4.500 dólares a la semana (una enorme cantidad para la época), tenía un seguro de vida de 10.000 dólares y apareció en revistas tan importantes como Time y Life.

Un año y medio después los Olsen hacían noche en un motel de carretera de Phoenix (Arizo-na) cuando Mike empezó a ahogarse. Lloyd buscó deseperadamente la jeringa, pero no la encontró porque la había olvidado en la feria en la que lo habían exhibido el día anterior, así que nada pudo hacer por salvarle.

Su examen post mórtem reveló que el hachazo había dejado intacto el troncoencéfalo, la estructura nerviosa que regula funciones vitales como el latido cardiaco, la respiración o los reflejos, lo que había permitido a Mike seguir con vida, ya que las aves no dependen tanto de las estructuras cerebrales superiores como los mamíferos. Probablemente, un brusco espasmo de los vasos sanguíneos había impedido que muriera desangrado. Un caso entre un millón.

De hecho, el éxito de Mike hizo que muchos se lanzaran a decapitar a sus pollos, aunque ninguno logró vivir tanto como Mike. Uno llamado Lucky vivió once días, pero durante una de sus alocadas carreras cayó en una estufa y murió abrasado. Después de todo, no era tan afortunado.

Datos extras sobre las cabezas cortadas.

El 7 de septiembre de 1880, el doctor Dassy de Ligniéres (Francia) se atrevió a hacer algo a lo que siempre se había negado Brown-Sequard. Se hizo con la cabeza del asesino Menesclou y, nada más y nada menos que tres horas después de que hubiera sido separada de su cuerpo, le realizó una transfusión con la sangre de un perro vivo. Según notificó, la piel recobró el color y los párpados y los labios se movieron. Concluyó que “durante dos segundos el cerebro pensó” y que esa cabeza separada del cuerpo “había oído las voces de la muchedumbre. El decapitado se sintió caer en la cesta. Vio la guillotina y la luz del día”.

A finales de 1925 el escritor ruso Alexander Beliaev publicó la novela La cabeza del profesor Dowell, en la que una enfermera es contratada para cuidar la cabeza de dicho profesor, mantenida viva separada de su cuerpo gracias a un complicado equipo. Tal vez el escritor obtuvo la inspiración del trabajo del científico Sergéi S. Brukhonenko, del Instituto Químico-Farmacéutico de Moscú, que desde 1923 trabajaba en la fabricación de un aparato capaz de
mantener vivos órganos separados del cuerpo. Lo llamó autojector y consistía en un sistema de válvulas capaz de suministrar sangre oxigenada, un claro precursor de los aparatos de circulación extracorpórea utilizados hoy en día.

Fuente: Revista Más Allá 261 – Pag 42, 43, 44, 45, 46, 47.

15 comentarios en «Historia de la Guillotina y otras cabezas cortadas»

  1. La tortura y la agonía es de terror y lo mas lamentable es estar consciente de ello sumando la burla de la gente estúpida y la verdad muchos fueron inocentes otros tantos culpables pero la naturaleza maligna del ser humano convierte esto en un macabro espectáculo imaginen las hogueras de la inquisición de un cristianismo psicótico y asesino o las orcas yankis que asesinaron a tantos inocentes indios y mexicanos para robar las tierras de esas personas me da indignación la maldad humana y mas la del imperio del mal yanki.

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  2. no pude parar de leerlo, aun que si sabia lo de la muerte cerebral y algunas cosas el relato lo hace interesante… motivante para la gente como yo que no tenememos la costumbre de leer.

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  3. Te la elongaste con este post! En verdad esta tétrico pero no dejas de leerlo, el morbo es cabr..n! y lo mismo que le pasa a cabeza grande le pasara a cabeza chica?

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  4. Excelente! existe la posibilidad de “actos” consciente e inconsciente, procesos cognitivos después de un separo del cuerpo. De ante mano nuestro cuerpo esta fragmentado y no lo podemos apreciar completo, nunca apreciamos el cuello o la espalda y si miramos en un espejo es claro que es otro cuerpo. Interesante porqué el cuerpo no solo es la piel, sino una construcción imaginaria existe incluso la idea de que pudiese sentir aun en el cuerpo, y no algo simbiotico, sino como el recuerdo de un fantasma. Este post me ha motivado a ensayar =D

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  5. muy bueno!!! y lo del tal George Bernard Shaw decía que él mismo se sentía tentado a cortarse la cabeza “de manera que pueda dirigir obras y escribir sin preocuparme por enfermedades, sin tener que vestirme o desvestirme, sin tener que comer, sin tener que hacer otra cosa que producir obras maestras del arte dramático y la literatura“. WTF!!!!!!!!!!!!!! CON ESTE WEY!!!!!!!!

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  6. Wow… te volaste la barda con el post, sabes que lo que consideramos grotesco… e inclusive cruel (como el mantener un perro vivo y alimentarle), es en ocasiones la única forma de romper argumentos inflexibles (entre más inflexible sea un argumento en más pedazos se quiebra cuando alguién pone argumentos sólidos). Crudo pero ¿A poco no quedó claro que el cerebro muere por falta de oxigeno y no porque se separe del cuerpo?

    Me pregunto ahora yo, si ¿La percepción de alguién quién observa, comete u ordena las ejecuciones decapitatorias hechas a navaja y con el individuo plenamente consciente habrá de cambiar luego de saber que la consciencia se conserva tanto tiempo?

    Mi pregunta podría sonar un poco ingenua, pero antes de juzgarla sepa que también me refiero a que el cambio podría ser que en pro de ese sadísmo que hemos visto, ojalá esto no se convierta esta en una práctica peor aún.

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  7. Ufff… muy bueno, pero por momentos grotesco… aunque la verdad, como dice al final… no sabremos si veremos cosas como estas en un futuro… interesante…

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