Una amiga en apuros – Creepypasta

Me suicidé a los 17 años. En el funeral, mi abuela dijo que yo estaba en el infierno. Mi propia abuela. Estaba equivocada, aunque no por mucho. Morirse apesta. Lo que más extraño es la comida, sobre todo porque lo último que probé fue el cañón frío de una escopeta. No les agrado a las otras ánimas. Cierta vez, escuché indulgentemente por más de una hora a un repartidor de pizza quejarse de que le dispararon por $20 dólares.

Una amiga en apuros(1)

Pero, cuando quise contarle un poco de mí, dijo que jamás me volvería a hablar. Aquí hay mucha soledad. Me arrepiento de muchas cosas. Me gustaría regresar en el tiempo y hacerlas de otra forma. Estaba tan contenta de conocer a Emilia. No necesitas de ningún ritual o sacrificio para hablar con los muertos. Solo debes ser receptivo. La mayoría de gente no lo es.

Emilia lo era. Tenía 16 y me recordaba a mí misma.

Al principio creyó que estaba quedando loca. Pero, logré convencerla de que no era así. Conversábamos cuando estaba sola, por las noches en su habitación y durante sus solitarias caminatas. Como férreos conservadores, sus padres presumían una bandera estadounidense en el patio y poseían más de medio centenar de armas.

Por supuesto, le prohibían escuchar buena música, ver películas clasificación R y tener novio. Además, no tenían planes de enviarla a la universidad. La interacción con sus padres se alimentaba a un “sí señor, no señora” y siempre debía mantener la mirada baja.

En la escuela las cosas no mejoraban. Sus compañeros la veían como una joven tímida y torpe, por lo que siempre le hacían bullying. Alguna vez los chicos la invitaron a salir como parte de una broma. Y las jovencitas solían lanzarle comida durante el almuerzo. Creía que sus pocos amigos la mantenían cerca para verse un poco mejor en comparación.

Me sentí mal por ella. Realmente yo era todo lo que tenía. Aunque no me podía ver, alguna vez me dijo: “no importa que solo estés en mi cabeza, solo por favor nunca me dejes”. Y me reconocí tanto a mí mismo en Emilia, que se sintió como una oportunidad para hacer las cosas bien. La ayudaría a tomar las decisiones correctas, evitaría que cometiera mis errores.

Le dije que no tenía por qué ser como yo, sola y apestada para siempre. Podía cambiar las cosas si se lo proponía. Me tomó un tiempo hacerla cambiar de parecer, que Emilia viera la situación desde mi perspectiva.

Pero, creo que estaba tan feliz como yo el día que finalmente la convencí de tomar la pistola de un gabinete y matar a tiros a sus padres en el comedor. Después, eligió un buen rifle y llenó su mochila de cargadores y municiones.

“Ahora vamos a la escuela”, le dije.

Solo pude matar a una docena de mis malditos compañeros antes de que la policía irrumpiera y tuviera que salir. Ya no tengo una amiga a través de la cual pueda hablar.

Emilia lo hará mejor. Esta vez no me arrepiento. Después, tendremos una eternidad para compartir.

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