Un mal presentimiento – Creepypasta

Ser enfermera significa trabajar mucho y recibir poco. Esto es particularmente cierto después de salir de un doble turno a medianoche. Todos los olores se acumulan en lo más profundo de tu nariz hasta que terminas convencida de que no lavaste tus manos lo suficientemente bien antes de salir, y sabes que sólo te quedan algunas preciosas horas de sueño antes de despertar y volver a empezar.

Estacionamiento hospital

Ya pasaba de medianoche cuando salí del hospital en dirección a mi automóvil. Arrojé mi bolso por delante, y en lugar de caer en el asiento del copiloto, golpeó uno de los costados y cayó. Todo lo que contenía terminó esparcido libremente por el suelo. Mi goma de mascar, el maquillaje, la cartera, el celular, todo completamente regado y perdido en la oscuridad.

Aquel final parecía coronar el día tan pésimo que había tenido.

No tenía ganas de ponerme a buscar, solamente quería llegar a casa. Segundos después de abrocharme el cinturón de seguridad me encontraba conduciendo por aquellas calles desiertas. Aún vivía con mis padres pues intentaba ahorrar para comprar un lugar propio, situación que tenía sus ventajas, como la cena que mamá siempre me reservaba en el refrigerador.

Seguramente las cosas irían mejor después de un baño caliente y un poco de lasaña casera.

Atravesaba un trecho bastante tranquilo de Holland Street mientras tarareaba una canción de Phil Collins cuando el ambiente fue inundado por destellos azules y rojos. Un vistazo rápido al retrovisor terminó revelando la silueta de un automóvil tras las luces destellantes. Sin embargo, no escuchaba la sirena. Probablemente serían innecesariamente ruidosas en aquellas horas de la noche.

“Maldición”, murmuré.

Me di cuenta que no conducía demasiado rápido y, hasta donde sabía, todas las luces del auto funcionaban. ¿Por qué me estaba parando la policía?

“Lo que me faltaba”, pensé mientras esbozaba una sonrisa terriblemente forzada y dirigía el auto al acotamiento.

La patrulla se detuvo justo atrás de mí. Apagué la música y bajé la ventana antes de regresar las manos al volante. Afuera, la noche estaba inquietantemente silenciosa y pacífica.

“Sonríe, se educada y terminaremos con esto pronto”, pensé.

Asesino en medio de la noche

Observé cuando la puerta del conductor se abrió y un sujeto alto y corpulento salió de la patrulla. Pude distinguir cierta arrogancia en su forma de caminar así que apreté los dientes y dibujé mi mejor sonrisa de enfermera.

“Buenas noches, oficial”, hablé.

Lo primero que noté cuando se paró al lado de mi ventana fue que usaba gafas de sol. Era un detalle pequeñísimo, tal vez una costumbre tonta que él creía (incorrectamente) se veía genial, pero terminó incomodándome bastante. Sentí que había algo fuera de lugar al observar mi propio reflejo sobre los ojos de este hombre a mitad de la noche.

Esto me produjo un mal presentimiento.

“Buenas noches, señora” respondió. Se recostó sobre mi auto apoyando un brazo en el techo por encima de la ventana. “¿Sabe por qué la detuve?”.

“La verdad es que no, no lo sé”.

“Venía conduciendo en zigzag allá”, me dijo mientras apuntaba a la carretera.

“¿En zigzag? Creo que no”, le respondí conservando la calma. Estaba muy cansada, pero no al grado de no poder conducir correctamente. Soy muy precavida con este tipo de cosas.

“Por favor, salga del auto”.

“¿Es necesario?”.

“No se lo voy a pedir de nuevo, señora”.

Discutir con un oficial de policía nunca es buena idea. Mientras dirigía la mano para soltar el cinturón de seguridad observé mi cartera en el suelo. Al momento de caer, se había abierto y mi licencia se asomaba tras un forro de plástico. Esto me hizo dudar.

“No me pidió la licencia de conducir”, pensé. “Tampoco el registro del auto. Ni siquiera me preguntó mi nombre”.

Aquel mal presentimiento inicial echó raíces profundas en mi estómago y empezó a esparcirse por todo mi cuerpo en forma de escalofríos.

Lo volví a observar, aún de pie junto a mi puerta y evidentemente impaciente. Llevaba uniforme y, a primera vista, parecía normal. La placa, el cinturón. Pero no tenía radio. ¿Cuántas veces no había escuchado a los policías que trabajaban como seguridad en el hospital hablando sobre sus hombros, cuántas veces no había escuchado esos sonidos?

¿Dónde estaba su radio?

“Señora”, dijo con voz firme, “salga del automóvil”.

Antes que pudiera responder, se metió por la ventana y me tomó por los brazos. Intentó sacarme por la fuerza, pero el cinturón de seguridad me mantuvo en el asiento, y aunque intentaba alejarlo resultó más fuerte que yo. Abrí la boca para gritar, pero en ese preciso instante me asestó un fuerte golpe en la mandíbula, aturdiéndome por un instante.

La mitad de su cuerpo prácticamente estaba al interior de mi automóvil, aferrado a mi mientras intentaba alcanzar el seguro del cinturón. Todo sucedía tan rápidamente, tan silenciosamente.

De repente, aquel silencio fue interrumpido por una voz femenina.

Estrellita ¿dónde estás? quiero verte titilar, en el cielo sobre el mar, un diamante de verdad. Estrellita ¿dónde estás? quiero verte titilar“.

Persecucion

El hombre se vio perturbado por el sonido, apenas un poco, pero lo suficiente para que me safara de un brazo, encendiera el auto y metiera el pie al acelerador. Se deslizó fuera de la ventana con un grito. Lo observé tendido en el suelo por el espejo retrovisor, rodando varias veces y, en seguida, poniéndose de pie nuevamente. Corrió directo a la patrulla y saltó dentro. Cuando inició la persecución las luces rojas y azules dejaron de destellar.

Había sido mamá, una grabación de ella cantando la misma canción que usaba para arrullarme cuando yo era una bebé lo había distraído. Probablemente me había llamado para asegurarme de que regresaba a casa. Nunca se dormía hasta que me veía llegar sana y salva.

Me atraganté con el llanto mientras tomaba una curva a toda velocidad. No podía correr el riesgo de bajar a buscar el teléfono. Iba demasiado rápido y el hombre, el falso policía, me pisaba los talones. Corríamos por una carretera boscosa completamente vacía, no había nadie en las proximidades que pudiera ayudarme.

Mi auto casi pierde el control cuando me chocó por la retaguardia.

Grité y me aferré al volante. Cada pocos segundos mis ojos se dirigían al espejo retrovisor, y pude verlo nuevamente, en esta ocasión acercándose un poco más al costado. Se alineaba para chocarme una segunda vez. Imagino que intentaba sacarme de la carretera o hacer que volcara. Aceleré a fondo.

De algún lugar en el suelo del auto la voz de mamá volvía a cantar.

Estrellita ¿dónde estás? quiero verte titilar, en el cielo sobre el mar…“.

Me impactó levemente en la defensa trasera, como si dudara o probara resultados. Quizá estaba preocupado de llegar a lastimarse si realizaba aquella maniobra. Grité y me impulsé sobre el asiento como si aquello fuera a lograr que mi Corolla de 10 años fuera más rápido.

En el suelo, la voz de mamá seguía cantando. Las cosas estaban terriblemente fuera de contexto, pues mientras el hombre colisionaba mi auto podía escuchar aquel tono suave y cariñoso. El auto se estremeció y el parachoques resultó seriamente dañado.

Nos acercábamos a mi vecindario, algunas residencias separadas por terrenos enormes. Los carteles que señalaban la entrada a mi calle parecían brillar de una forma particularmente intensa. Podía sentir los latidos de mi corazón pulsando bajo mi pecho, y el sonido irregular de mí pesada respiración se veía agravado por la sangre pulsando sobre mis oídos.

“Mamá”, susurré. Aquella palabra sonaba tan extraña en mi garganta apretada. “Mamá”.

Estrellita ¿dónde estás? quiero verte titilar, en el cielo sobre el mar, un diamante de verdad…

Los neumáticos chillaron mientras ingresaba al vecindario. Mi casa estaba a tan sólo una cuadra de distancia. El pánico se hacía cada vez más grande en mi interior. Me volvió a chocar, esta vez con más fuerza, y los neumáticos traseros de mi auto derraparon de forma peligrosa. Me aferré al volante con todas mis fuerzas para mantener el control.

Otra curva y otro choque. El sujeto se volvía cada vez más agresivo. El metal rechinaba. Yo gritaba.

Las luces del exterior todavía estaban encendidas, haciendo que mi hogar se destacara en medio de aquella penumbra. Me encontraba tan cerca.

Lampara con nieve en la noche

El último impacto contra la retaguardia de mi auto fue particularmente duro y cruel. Perdí el ingreso a mí cochera, giré, me subí a la calzada y terminé parada justo sobre el césped. El falso policía se las había arreglado para quedar en la calle, dejar su auto en punto muerto y abrir la puerta violentamente para correr directamente hacia mí. Intenté quitarme el cinturón de seguridad con desesperación antes de que me alcanzara.

Estrellita ¿dónde estás?…“, la suave voz de mamá cantaba nuevamente en el suelo del auto.

La música fue seguida por el grito más agudo e iracundo que haya escuchado en mi vida.

El sujeto estaba con una mano en la manija de mi puerta cuando un teléfono celular voló directamente hacia su rostro. El golpe lo tomó por sorpresa. Inmediatamente, mamá se abalanzó sobre él logrando derribarlo. Ella hacía sonidos que bien podían ser groserías, pero sonaban más como gruñidos, golpeando con sus puños sobre la cabeza y el rostro del hombre. También le clavó las uñas en las mejillas.

Por un instante el hombre quedó aturdido, pero después se recuperó y la arrojó lejos de él. Dio varias vueltas en el césped y grité por ella. Y aunque resultó herida, no lo parecía. Se incorporó casi de inmediato y volvió a atacar al sujeto cuando él todavía intentaba levantarse.

A esas alturas, papá ya había escuchado el escándalo y salía por la puerta de enfrente con un bate de béisbol mientras nuestro chihuahua ladraba frenéticamente.

El sujeto volvió a empujar a mamá y corrió de vuelta al auto, papá y el perro emprendieron la persecución. El falso policía logró acelerar antes de que lo alcanzaran.

Aquella noche logré escapar. Mamá resultó con algunos moretones y un hombro dislocado, pero estaba viva. Y yo también, sobre todo por esa primera llamada que desconcentró lo suficiente al asesino como para permitirme escapar.

Cuando terminé con el auto en el patio, ella estaba en la puerta de la casa con el teléfono en la mano esperando a que llegara. Cuando le pregunté por qué había seguido llamando, tomó mi mano firmemente y dijo:

“Sólo tuve un mal presentimiento”.

Los oficiales de policía nos informaron que dos mujeres habían desaparecido en los días previos. Ambas recorrían carreteras desiertas por la noche. Sus automóviles fueron encontrados posteriormente, abandonados. Y ahora sabían los motivos.

Asesino retrato

Una semana después del incidente, el sujeto llamado Marc Bishop acudió a emergencias debido a una serie de arañones en su rostro que se habían infectado. Argumentó que el culpable había sido su gato, pero la descripción que mi madre había hecho de él y sus características fueron lo suficientemente divulgadas en los noticiarios como para que el médico entrara en contacto con la policía.

Para evitar la pena capital, llegó a un acuerdo con la policía y los llevó hasta un sitio en medio del bosque donde se encontraban los cuerpos de Candice Alterman y Tricia Moore. Lo acusaron de usurpar funciones de un oficial de la ley, agresión con intención de cometer un crimen, tentativa de secuestro y dos acusaciones de homicidio en primer grado.

Estoy consciente de que habrían sido tres si mamá hubiera hecho caso omiso a su mal presentimiento, haciendo todo lo posible para evitar que el monstruo le robara a su estrellita.

Traducción y adaptación al español por Marcianosmx.com

 

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11 comentarios en «Un mal presentimiento – Creepypasta»

  1. Después de una temporada las cosas empezaron a cambiar. Tras una larga disputa y pelea, tanto personal como legal, mis padres se divorciaron…resulta que ya tenían problemas desde hace mucho tiempo atrás, por lo que pude averiguar estas dificultades venían ya antes del intento del ataque que sufrí mi padre tenia varias amantes regulares mucho mas jóvenes que mamá y yo nunca me entere de eso.

    Algunos meses después de la fractura que sufrió mi familia recibí la noticia de que Marc Bishop, mi agresor, había aparecido muerto en su celda, todo indicaba que no soporto el encierro y como un maldito cobarde se ahorco con sus propias ropas. Esto lo supe por los policías que estaban de seguridad en hospital también ellos me hicieron llegar una copia de la nota de suicidio que había dejado por que me podría interesar.

    Al leer las ultimas palabras de ese sujeto mi mundo se vino abajo…ahí explicaba que mi madre lo había contactado para que asesinara a las amantes de mi padre, lo cual el cumplía de acuerdo a las instrucciones de ella. Primero le avisaba por whatsapp cuando las iba a atacar en su auto policíaco falso y después las torturaba de acuerdo a las instrucciones de ella mientras escuchaba el sufrimiento de ellas por su celular. Entonces el presentimiento que ella tuvo nunca fue eso, sino que cuando Bishop le aviso que me atacaría ella no le pudo hacer ver su error entonces por eso era su insistencia en marcarme esa noche…por eso al llegar mi auto salio disparada a atacarlo…

    Ahora que vengo a horas de la madrugada huyendo de un auto de policía con las luces apagadas me arrepiento de haberla confrontado diciéndole que lo sabia todo en lugar de ir a denunciarla a las autoridades…un error que me va a costar caro.

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  2. Bueno… ¡muy bueno! la mayoría de los días transito calles y carretera, por el trabajo, casi desoladas y ya muy tarde, ahora pensaré en esta creepy para no ir dormitando

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