Sabe a dónde vas, con quién hablas, lo que dices, lo que consumes e incluso aquello que piensas. El estado es omnisciente, y tiene una justificación: procurar tu bienestar y protegerte, como lo haría cualquier hermano mayor amoroso y responsable. El Gran Hermano, como el personaje principal de la novela 1984, de George Orwell, una obra de ficción que en los últimos años, sobre todo después que se hiciera público que Estados Unidos monitorea todo el tráfico de datos de Internet, se está convirtiendo en una realidad.
En el mundo de la informática, ser una persona negligente con las contraseñas se considera un pecado mortal. A muchas personas les importa un comino, están convencidos de que no pasa nada si mantienen la contraseña por defecto en el router, pues nadie tendrá la intención de acceder a sus configuraciones.
La fuga de datos más importantes en la historia de EE.UU., denunciada por Edward Snowden, el administrador de sistemas y ex analista de la NSA, demostró de forma definitiva lo que todos ya sospechaban: que Internet, especialmente sitios como Facebook, son máquinas perfectas espionaje, vivimos en un estado de vigilancia global imaginado por George Orwell, tal vez sólo un poco más sofisticado y sutil.
Para muchos no fue ninguna novedad que la gran cantidad de servicios prestados por los gigantes de Internet no son del todo gratuitos. Hay un acuerdo tácito al que accedemos cuando navegamos en sitios como Amazon, Facebook, Google, Microsoft, Yahoo!, Skype y muchos otros más: que todos nuestros datos pueden ser utilizados por estas mismas empresas no sólo para crear perfiles más completos de los usuarios, mejorar sus servicios (haciéndolos más «intuitivos») y vender publicidad más eficaz a sus clientes, sino que también serán minados por las agencias de inteligencia, especialmente de los Estados Unidos, para vigilar prácticamente todo lo que hacemos y aumentar su poder y control sobre nosotros, porque nunca debemos olvidar que la información es poder.
