Imagina esta hipotética situación: Tienes un hijo que un buen día sale de su casa, entra en la casa de al lado, escupe en la cara a los vecinos y llama a la señora de la casa “puta”, sin ninguna razón previa para hacer tal acto. Y luego, sin más, vuelve a casa como si nada hubiera pasado. El vecino, lógicamente molesto, decide obtener algún tipo de satisfacción de tu parte, porque te guste o no, es tu hijo y es tu responsabilidad. Sin embargo, tu simplemente le dices al vecino que no vas a hacer nada al respecto porqué tu hijo tiene derecho a ejercer “su libertad”. Sin duda un suceso bastante desafortunado. Y la pregunta es: ¿qué harías si estuvieras en el lugar del vecino?, ¿acaso te gustaría que algún “mocoso” viniera a escupirte a tu casa y a llamar a tu esposa “puta”?, y que a la hora de ir a reclamar a los responsables te dijeran que eso simplemente se quedaría sin ningún tipo de castigo. Esta analogía resume la situación de los Estados Unidos en el caso de Sam.