Cuando yo tenía ocho años, mi padre fue diagnosticado con esquizofrenia. Pase diez años sin saber lo que era una buena noche de sueño. Él solía tener ataques de pánico todas las noches, y emitía gritos verdaderamente terribles. Teníamos que mudarnos frecuentemente pues ningún vecino nos soportaba. Y mi madre jamás quiso dejarlo al cuidado de otra persona. De la forma que fuera, ella lo amaba.
Mi padre nunca dio señales de algún problema mental. Por lo menos no hasta aquel accidente en la fábrica. Él trabajaba en una enorme fábrica encargada de crear piezas específicas para camiones. Eso, por supuesto, en una época donde no había robots que hicieran todo por ti. Un pequeño descuido, y listo. Mi padre quedó invalido de por vida.