En un pueblo de Bedburg, Colonia, Alta Alemania; nace y crece Stubbe Peeter quien desde su adolescencia mostró actitudes malignas. Practicaba artes perversas desde la tierna edad de doce años hasta que murió. Todo ese tiempo disfruto en hábitos abominables de magia, nigromancia y hechicería, tuvo relaciones con espíritus infernales y demonios. Sin preocuparse por la salvación, se entrego en cuerpo y alma al diablo para tener una vida llena de placeres carnales. El no pidió al diablo riquezas o poder. Su mente era cruel y sangrienta, el deseaba satisfacer su maldad agrediendo a hombres, mujeres y niños convertido en algún animal. Esto le permitiría vivir sin el temor de ser reconocido.
El demonio pudo reconocer que Stubbe Peeter era un instrumento para destruir y dañar, le obsequio un cinturón que al colocárselo lo cambiaría en un lobo voraz. Una gran bestia y poderosa, sus ojos despedían por la noche chispas igual que las brazas. Tenía un cuerpo robusto, boca grande y amplia que mostraba dientes crueles y filosos. Al quitarse el cinturón, las garras se convertían en manos y recuperaba su forma humana.
Stubbe Peeter estaba feliz. Esta forma satisfacía su capricho y era de una naturaleza cruel y sangrienta. El regalo diabólico no le estorbaba pues era pequeño y se ocultaba con facilidad. Comenzó con sus crímenes, pues todo aquel que le desagradaba recibía sus ataques. Salía de la ciudad el hechicero, se transformaba en lobo y los atacaba, les abría la garganta y destrozaba el cuerpo.
Pronto comenzó a gustarle la sangre humana y sus ataques se volvieron su mayor placer. En muchas ocasiones paseaba por las calles y recibía el saludo de los amigos y familiares de aquellos que asesinaba con tanta crueldad y nadie sospechaba la verdad.