Era el año 1780 cuando llegó a la ciudad de San Luis Potosí un sacerdote que avivado por el benigno clima del lugar decidió quedarse a radicar ahí. Al clérigo le fue fácil encontrar colocación como maestro en uno de los mejores colegios de aquel entonces, y aunque se le proporcionaba una manera digna de vivir allí mismo, decidió alquilar una casa en uno de los barrios más desolados del lugar que recibía el nombre de Alfalfa.