Cabezas Decapitadas

monje demonio

Nadie hubiera supuesto que aquellos siete personajes sentados alrededor de la larga mesa de banquetes se pudieran considerar los seres más depravados del mundo. Porque todos ellos ofrecían un aspecto elegante, su físico mostraba algunas de las cualidades que merecen el calificativo de bellas y la seriedad de sus expresiones resultaba la adecuada en unos comensales que se disponían a protagonizar un encuentro escasamente festivo, aunque tenían delante sendas bandejas de plata, vacías, que no parecían estar esperando recibir unos manjares. Sólo fijándose en el opaco reflejo de las catorce pupilas se llegaba a intuir, vagamente, la cualidad excepcional de unos pensamientos en ebullición. Porque, a pesar de la quietud de sus cuerpos, la agitación tumultuosa de sus mentes casi generaba un sonido audible. La estancia se hallaba decorada con una sobriedad medieval, ocho siervos encapuchados esperaban en las dos enormes puertas cerradas, más allá de los lóbregos vitrales aguardaba la noche, y en lo alto de la bóveda del techo pendían un falo humano gigantesco en erección de cuatro metros de longitud, una vagina abierta no menos descomunal y la cornamenta del Rey de las Tinieblas dela Lujuria que, en el centro de las dos representaciones anteriores, las dominaba. La persona que presidía la mesa se llamaba Gerard Vintras, vestía un smoking, igual que los otros tres hombres que le estaban contemplando, y su camisa y su corbata eran de un rojo intenso, mucho más oscuro en esta segunda prenda con el fin de que destacase sobre las otras. Sus cabellos aparecían largos y lacios, su nariz grande, sus labios excesivamente delgados, la piel de sus manos ofrecía una tonalidad blanco azulada y su barbita y bigote se exhibían perfectamente recortados. Ocupaba una silla impresionante de madera gruesa y negra, cuyo alto respaldo sobrepasaba su cabeza para dejar al descubierto la talla del pentagrama del Símbolo de Bafomet, el diablo adorado por los templarios. Una cruel sonrisa alteró la horizontalidad de la línea de su boca, sus ojos parecieron saborear la expectación de los seis individuos que le estaban mirando y, al fin, comenzó a hablar:

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