Pinocho, la maldición del muñeco de madera

Geppetto era un viejo viudo y solitario. Después de la repentina partida de su esposa, se había arrojado a los brazos del libertinaje, bebiendo en compañía de prostitutas y vagabundos, en uno de los lados más oscuros de la pequeña ciudad.

Cierta mañana despertó en uno de sus peores días, tirado sobre el sucio piso de su taller. Pasaba por un dolor de cabeza insoportable y sus ropas se encontraban cubiertas de vómito y orina. Fue entonces cuando se dio cuenta de la decadencia a la que había llegado. Geppetto se miró al espejo y se preguntó:

Pinocho

– ¿Todo esto para qué, Geppetto? Una vida de exageraciones sellada por la vejez, la decadencia, la vergüenza, la miseria y la desgracia…

Fue entonces que decidió abandonar su conducta libertina y se dedicó hasta los extremos a la confección de sus muñecos de madera.

Pero no pasó mucho para que Geppetto descubriera el motivo de su entrada triunfal en el alcoholismo. Después de la muerte de su esposa, no hubo nada más en su triste vida. En el alcoholismo descubrió un mundo nuevo y latente, y ahora que él mismo se había privado de esa adicción, ¿qué iba a hacer con su vida?

A pesar de todo, Geppetto era un hombre honorable y todavía honraba la memoria de su esposa. No volvería a casarse nunca. Otra mujer estaba totalmente fuera de sus planes.

Entonces recordó a la vieja bruja Dorotea, su hermanastra. Los dos crecieron juntos después de que el padre de Geppetto se casó con la madre de ella, que también era una bruja. Aun a sabiendas de que nada bueno proviene de una bruja, Geppetto se atrevió a llevar hasta ella a su mejor muñeco, con el fin de que su hermana le diera un aliento de la vida y se convirtiera en un niño de verdad, un niño que lo acompañara por lo que le restaba de su vida sin gracia.

En lo alto de una montaña se encontraba la grotesca bruja Dorotea. Ya estaba vieja y acabada, rindiendo culto al recuerdo de su anciana madre. Geppetto llegó hasta una áspera residencia con el muñeco bajo el brazo y le pidió que lo dejara entrar. Al oír la voz de su hermano de crianza, la bruja felizmente abrió la puerta y le dio una bienvenida muy calurosa, con abrazos, café y pastel de brócoli.

Geppetto le contó todo lo que sentía, desde la soledad hasta el deseo de tener un hijo. Le entregó a su hermana Dorotea el muñeco y le rogó que le diera el aliento de vida. Dorotea se levantó incomoda y advirtió:

– Nada bueno sale de estas cosas, hermano. Una criatura concebida por arte de magia tendría que resucitar del infierno, llevando un completo caos y desorden a su dueño. Ahora, escucha mi consejo: Olvídate de la absurda idea, deja el muñeco como esta, sin vida. Pues en cualquier oportunidad que tiene el mal de llegar a este mundo, libera todo el caos que puede.

Geppetto en su afán de tener compañía ignoró el consejo sabio de su hermana, que estaba tan sola o más que él. Insistió en la solicitud, y ella, a sabiendas de que las consecuencias serían desastrosas, respondió a la voluntad de su amado y amable hermano.

Esparció velas por toda habitación oscura. Durante el ritual de magia negra un fuerte vendaval invadió el interior de la vieja casa. La bruja con un gato negro en manos aseguró su peludo cuello contra el muñeco e invocó a los infiernos:

– Concédeme un alma para habitar este muñeco, a cambio de tal acto, te doy la vida de este gato.

Dorotea tiro de la cabeza del pequeño gato, desgarrándola de su cuerpo peludo. La sangre del animal escurría sobre la cara del muñeco de madera. Una tormenta eléctrica se instaló fuera de la antigua casa y todas las velas se apagaron… Los árboles parecían caer y la montaña vibraba… Almas errantes gritaban y corrían de forma desesperada por toda la casa, golpeando cacerolas, vasos y cuadros… El espejo se convirtió en agua y se derramó en fragmentos por el suelo de arcilla. Las almas impuras luchaban entre sí para habitar el cuerpo de aquel muñeco, hasta que uno de ellos se metió en la boca de madera… La cara del muñeco brilló y el aire entró en su cuerpo duro.

La tormenta se detuvo casi tan rápido como apareció. Un viento frío y siniestro atravesó la oscuridad, del lado de Geppetto y Dorotea. De repente, los dos eran testigos de dos puntos brillantes que iluminaban el cuarto oscuro. Eran los ojos del muñeco. Dorotea volvió a encender una de las velas y se la entregó a Geppetto, que bastante emocionado, fue hasta el muñeco resucitado y lo abrazó, agradeciendo a su hermana por cumplir su deseo.

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Geppetto levantó el muñeco en lo alto, este en respuesta, levantó la cabeza y profirió una sola palabra:

– Papá…

El viejo corazón de Geppetto se vio inundado de felicidad. Extremadamente contento se volvió a Dorotea y balbuceó:

– ¡Realmente está vivo! ¡Y habla como un niño!

Pinocho se levantó de la mesa y entre tropiezos y desajustes, cayó en el suelo. Geppetto pensó en ayudarle, pero fue detenido por Dorotea:

– ¡Déjalo! Él tiene que aprender a caminar por su cuenta.

Pinocho sonrió desgarbado al dar el primer paso exitoso, Geppetto y la bruja aplaudieron, animándole a caminar.

Geppetto miró complacido a su hermana bruja y la abrazó. Ella le dio palmaditas en la espalda cuando advirtió:

– Mi hermano, no te dejes engañar por la inocencia del niño de madera. El vino de la oscuridad, y hasta donde sé, nada bueno proviene de ahí.

Geppetto trató de ignorar la profecía que aseguraba su hermana Dorotea. Tomó la mano de la marioneta de madera y se fue con él  a casa, mientras lo bautizaba:

– Tu nombre será Pinocho ¡Serás mi hijo!

Entre risas, Pinocho limpió las manchas de sangre de su rostro barnizado.

El anciano confiaba en la evolución del niño, y preocupado por su educación decidió ponerlo en la escuela, junto con los niños normales.

A Pinocho no le pareció buena idea, quería quedarse en casa, jugando con los otros muñecos de madera que Geppetto tenía. Su padre fue duro, y con unas palmadas lo amenazó diciendo que si no asistía a la escuela, lo iba a usar como madera para la chimenea:

– Un niño de madera que no sirve para los estudios, se echa en el fuego, junto con su ignorancia, para así quemar las mismas cosas comunes.

Pinocho escuchó asustado y rápidamente aceptó la petición del anciano.

Geppetto le dio tres monedas, advirtiéndole:

– El dinero es sagrado. Es muy difícil de lograr. Toma estas tres monedas, compra cuadernos y lápices para que los uses en la escuela.

Pinocho así lo hizo y se fue a clase. En el primer día de clase, el niño de madera resultó ser un verdadero demonio. Fue enviado de vuelta a casa, a petición del director, después de haber picado con alfileres la frente de los estudiantes.

Pinocho tenía miedo de regresar y servir de leña verde para la chimenea. Decidió entonces que se quedaría en la iglesia de la ciudad hasta que llegara la hora de volver a casa. Y así lo hizo.

Al llegar allí, el mocoso quedó encantado con los niños del coro de la iglesia. El sacerdote logró ver al niño de madera entre la multitud de fieles, se acercó a él después de la misa y lo llevo hasta su sala de estar.

Pinocho aprovechó que estaba hablando directamente con el organizador del coro y se ofreció para ser parte de este, sin saber que el ambicioso sacerdote tenía otros planes:

– ¡Es un muñeco de madera con vida! ¿Sabes cuánto dinero puede ganar mi iglesia si te convierto en un santo?

Pero ser santo no era la intención de Pinocho, el niño quería cantar en el coro… Lanzó un grito de desesperación, llamando la atención de la gente que pasaba por la iglesia.

El padre, desesperado, puso la mano en la bolsa de los diezmos y sacó varias monedas. Las extendió al muñeco y se las dio:

– ¡No grites niño! ¡Llévate este dinero! Niños para cantar en el coro es lo que más tengo, ahora un milagro viviente como tú… Tú eres un milagro. ¡Un milagro viviente! Yo ganaría mil veces este y otros tanto de dinero.

Pinocho recordó la forma en que su padre valoraba las monedas, llegándolas a considerar como algo sagrado. Las miró con ojos codiciosos y las puso en uno de sus bolsillos que se desbordaban debido a la cantidad:

– ¡Llevarás mucho más que eso si vienes mañana, y sirves como un santo en mi altar!

Pinocho volvió a casa feliz y con los bolsillos llenos. Su padre quedó sorprendido, pero como él mismo dijo, el dinero era sagrado, y siendo así, ignoró su origen y sonrió satisfecho, abrazando al niño de madera:

– ¡Puedo conseguir mucho, papá! El sacerdote dice que si yo soy un santo, me dará otro tanto de esto.

Los ojos de Geppetto se iluminaron y dio permiso para que su hijo saliera de la escuela y continuara con su nueva profesión.

Y Pinocho subió al altar recién construido. El Padre junto a Geppetto contemplaron al glorioso niño recién instalado, Geppetto parecía desconfiado y le preguntó al sacerdote:

– ¿Estás seguro de que funcionará?

El sacerdote sonrió esperanzado y dijo muy seguro:

– Por supuesto, la gente paga mucho por los posibles milagros y un santo viviente demuestra mucha más credibilidad que un santo inanimado de arcilla podrida. ¡Seremos ricos!

Los fieles comenzaban a reunirse frente al nuevo santo. Pinocho en su altar conversó con todo el mundo y aprendió a rezar con ellos, bendiciéndolos y ganando numerosas monedas.

Al final del primer día, el sacerdote se mostró encantado con el resultado del plan. Recogieron el dinero y dio la parte de Pinocho a Geppetto.

Pinocho pensó en descender del altar, pero sintió que sus pies estaban pegados. Desesperado, el sacerdote se le acercó a su padre y le ordenó:

– Te quedarás aquí, porque ahora eres un santo sagrado, y siempre debes permanecer a la espera de tus fieles. Si te atreves a desobedecer…

– … ¡Será echado en el fuego! – Continuó Geppetto, amenazando al muchacho.

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Pinocho lloraba lágrimas de sangre en su prisión gloriosa. Los fieles que lo veían, contemplaban un milagro más, y muchos otros milagros de sanidad comenzaron a suceder, la fuerza de Pinocho como un santo aumentaba con el tiempo; Geppetto rico, lleno de toda la soledad que sentía, comenzó a beber de nuevo.

Hasta que un día, la bruja Dorotea oyó hablar de los milagros del muñeco que revivió gracias a la magia negra. Decidió que intervendría por él y así lo hizo. En una mañana de misa, atravesó la multitud y fue al encuentro del niño. Levantó los brazos y gritó en voz alta:

– Esta pobre marioneta a la que ustedes nombran santo, no pasa de una farsa montada por su padre ateo. Libérenlo y déjenlo vivir como un niño.

No era lo que los fieles querían oír. Las personas ofendidas la juzgaron de difamatoria e incrédula, por no creer en los visibles milagros.

 

Bajo la mirada de su hermano Geppetto, que ignoró toda la acción de los fieles, Dorotea fue llevada a la plaza pública y atada en un tronco hecho de la misma madera que Pinocho. Enojados y sedientos de justicia, prendieron fuego a su cuerpo.

Pinocho, encabezó la procesión, vio a su creadora quemarse en carne viva, muriendo en medio de las llamas. Desesperado logro despegar sus pies del altar… La sangre corría por sus piernas de madera y corrió llorando, lejos del rebaño de fanáticos.

Pinocho en el odio eterno decidió seguir la profecía de Dorotea… Subió a la hoguera donde aún se retorcía su creadora y en medio del fuego, utilizó su poder de santo y maldijo el sacerdote, a su padre y a todos sus fieles fanáticos, que ahora parecían aterrorizados y condenados.

– Todo aquel diferente a mí, dueño de carne viva, la verá podrir y caer a trozos de su cuerpo. ¡Los maldigo a podrirse en vida!

Una plaga se extendido en la pequeña ciudad. La gente comenzó a llenarse de lepra y sus miembros comenzaron a podrirse y a caer… Ante todo ese horror y desesperación, la pobreza y el hambre fueron eminentes.

El sacerdote comía lo que podía, y cuando no tenía nada, se unía a Geppetto para comer los pedazos de carne que caían de sus fieles.

La nariz de Pinocho comenzó a crecer, y él, inmune a la enfermedad que afectaba sólo a la carne humana, con la nariz puntiaguda y bien pulida, se acercó al sacerdote y le arrancó los ojos con dos puntadas. Geppetto miraba a su hijo con desesperación, mientras el sacerdote agonizaba maldiciéndolo.

La nariz de Pinocho creció aún más, entonces la bruja, llena de luz, entró en la iglesia y dijo a todos:

– Cada vez que lo maldicen, su nariz crece… Pero no se preocupen, ahora lo transformare en un niño de verdad…

Pinocho miró asustado y dijo su creadora:

– ¡No! No quiero convertirme en carne y hueso ¡No quiero ser devorado por mi maldición!

La bruja ignoró la petición del niño, y antes de desaparecer, transformó al muñeco en un niño de verdad.

Pinocho corrió desesperadamente por las calles. Los podridos fieles vieron y dijeron:

– Allí esta nuestro santo. La sagrada bruja mártir estaba en lo cierto. Él es una farsa, pues nos maldijo.

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Los hombres podridos y desfigurados persiguieron al niño de carne y hueso, y en medio de sus gritos de niño, fue atado a un tronco grueso.

Su padre Geppetto, se acercó de forma sádica y prendió fuego al tronco, quemando la fina piel del niño, que una vez fue de madera. Pinocho gritó mientras su cuerpo ardía en leña verde…

Pasaron los meses y la plaga se extinguió de la ciudad. El sacerdote ciego, con un corazón lleno de perdón, les pidió que construyera un altar en memoria de la bruja Dorotea, quien se volvió santa después de arrancar los poderes del niño de madera que maldijo a todo el pueblo.

FIN

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14 comentarios en «Pinocho, la maldición del muñeco de madera»

  1. todo hiba bien hasta que llego la parte donde queman a la bruja de ahi para adelante se fue a la Mi..e..r..d..a el relato, ademas el pinocho de esta historia no era malo, por el contrario era bueno,la historia le falto, hubiera quedado mejor un final triste a un final tan chafa

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