Piel de Talión

Si Betzabé no fuera mujer, seguramente Christian ya le habría roto la nariz de un puñetazo. Hubiera tenido la misma piedad que aquella asesina le demostró a su víctima. Mientras observaba a la mujer, el policía sentía cómo el enojo se le acumulaba entre las sienes.

tres cruces crucifixion

Sacó un cigarro y lo encendió. Un día antes de su ejecución, Betzabé todavía era extremadamente hermosa; ni siquiera el desvelo y los tres kilos que había bajado en los últimos días la hacían lucir demacrada. La mujer permanecía con los brazos cruzados y la mirada fija en los ojos del policía que caminaba en círculos por el cuarto, con una nube alrededor de su cabeza.

— ¿Qué caso tiene que hagamos esto? ¡Todo el mundo sabe que soy culpable y yo no pienso defenderme! —chilló la mujer. Sus ojos recortaban la silueta de Christian, a quien ya comenzaba a dolerle la cabeza. El silencio pesaba. La prisión estaba situada a un costado de una extensa zona boscosa; pero desde hace dos semanas no cantaban las aves, el viento se había detenido y los ríos corrían sin emitir sonido alguno. Christian sabía por qué, y muy por debajo de su rabia, también sentía miedo por el luto que guardaba la Naturaleza.

—El problema ahora es que no sabemos qué hacer contigo. La puerta del separo se abrió y otro policía le pidió a Christian que lo acompañara. Antes de partir, miró a Betzabé por última vez. Aquella mujer morena, que bien podría parecer un milagro, era la culpable de que el mundo se cayera a pedazos.

Desde que descubrieron a Betzabé con las manos manchadas de aquella sangre inconfundible, Christian casi no había probado bocado. Desayunaba humo y bebía mucho café. No se trataba únicamente de un crimen que pudo haber evitado, sino que en el fondo de su corazón de policía, también sé sentía cómplice de la asesina.

—Así que la información se ha filtrado.

El rostro de su jefe siempre estaba salpicado de gotas de sudor. En las axilas de la camisa se le formaban manchas amarillas que eran notorias apenas alzaba los brazos. Ese día hasta él traía puesto un abrigo y se frotaba las manos mientras hablaba. Por primera vez en mucho tiempo no tenía calor.

—Sí, primero fue un diario sensacionalista, pero los reporteros se pusieron a investigar, y hoy por la mañana todos han dado la nota en primera plana. Era cuestión de tiempo.

Christian revisó los periódicos que el jefe tenía desperdigados por su escritorio. Aunque desde que el crimen fue descubierto, él personalmente se encargó de esconder a Betzabé, en todos aparecía una fotografía de la mujer.

— ¿Cómo ha reaccionado la gente?

El jefe le dio una profunda calada a su pipa. Christian sacó su cajetilla de la bolsa del chaleco y descubrió que únicamente le quedaba un Benson.

Lágrimas, indignación, pánico… claro que también están los escépticos que no creen nada de lo que se ha escrito.

mujer verde

Christian encendió el cigarro. Echó el humo por la nariz. — ¿Y ahora?

Sabía lo que iba a escuchar. No le gustaba pensar en ello, porque inmediatamente se imaginaba a Betzabé muerta.

Ojo por ojo. Así funcionó ella, Christian. Ahora tenemos que darle a la gente la posibilidad de vengarse. Es la única forma de tenerlos quietos, aunque sea por un momento. Ya después veremos la dimensión de lo que nos espera.

El jefe se asomó a la ventana. El cielo estaba de ningún color, desprovisto de vida. No se veía el sol, pero tampoco parecía que fuera a llover. Era sólo un papel encima de sus cabezas.

—La gente atemorizada es un monstruo sin control. Tenemos que darle a Betzabé para calmar su apetito.

Si ella hubiera matado a un rey o quizá un presidente, bastaría con elegir un sucesor, pensaba Christian. Pero a raíz del crimen perpetrado por Betzabé, ni la Organización de las Naciones Unidas ni el Tratado del Atlántico Norte podrían decidir de ahora en adelante el destino de la humanidad.

Christian permanecía tumbado en su cama. Llevaba más de 14 horas despierto, con la misma ropa de hace una semana y la barba bastante crecida.

No podía dejar de pensar en ella, en la última noche que estuvieron juntos. Quizá desde algún lugar del cielo, su hermano estaría enojado por la traición de Christian y Betzabé.

Le dolió en el alma que Lázaro lo descubriera en la cama con su esposa, la misma mujer que ambos conocían desde que salieron de la preparatoria.

Nunca pudo decirle que sentía haberlo lastimado, también que a pesar de todo Betzabé siempre amó a su marido por encima de todo, que él, Christian, sólo había sido una válvula de escape.

Lázaro pasaba demasiado tiempo entre sus papeles, el precio de ser un matemático exitoso. Un matemático con una joven y esposa atractiva a quien el cuñado siempre deseó en silencio.

La misma noche que Lázaro descubrió la respuesta para aquella ecuación en la que trabajaba desde hacía tres años, Betzabé se acostó por primera vez con Christian.

A una semana del crimen, Christian aún podía recordar aquella noche como si sucediera en ese mismo instante. Las copas vacías de Brandy tiradas en la alfombra, junto al azul vestido de Betzabé se instalaban en su mente igual que una fotografía.

Era la primera y quizá la última vez que la vio desnuda, y por eso Christian quiso imprimir en su memoria cada centímetro del cuerpo de la mujer. El exquisito tono de su piel morena, las piernas largas y los hombros perfectos. La silueta arqueada que Betzabé heredó de su pubertad, cuando practicaba gimnasia olímpica. Los ojos de águila con que ella miraba el cuello de Christian.

El primer beso le supo a licor. Después fue capaz de percibir poco a poco la saliva de la mujer, que respiraba sugestivamente en su oído mientras él permanecía sentado en el sillón individual de la sala.

No se acostaron de inmediato. Betzabé abrió las piernas y se dejó poseer apoyándose en los brazos del mueble. A pesar de estar bastante borrachos, encontraron el ritmo casi al instante. Después Christian empujó a su cuñada hacia atrás. Se levantó y la condujo hasta la recámara. Una vez ahí, besó con rudeza el cuello de Betzabé y le pidió que se diera la vuelta. Así, volvió a poseerla.

Echado sobre su propia cama, una semana después del crimen, Christian deseó dormir igual de profundo que aquella noche. Betzabé y él cayeron en un sopor tan exquisito que nunca escucharon las llaves que entraban en la cerradura, los pies de Lázaro que se acercaban a la recámara y la luz que se encendía para descubrir sus cuerpos. Mucho menos se dieron cuenta cuando se retiró de la habitación, tan silencioso como había aparecido.

Lo que sí oyeron fue un grito y el chillar de unas llantas de un coche. Los vecinos dijeron que un conductor venía demasiado rápido en una zona habitacional. Betzabé y Christian sabían que Lázaro había salido a la calle con la idea de quitarse la vida.

— ¿Cómo pudiste hacerlo?- le reclamó el policía apenas la vio.

—Porque él no tenía derecho de llevárselo— respondió Betzabé.

Christian le sujetó ambas manos, que tenía esposadas.

—i Y ahora todos debemos pagar el pato por tu egoísmo! Betzabé tenía una forma especial de sonreír. No importaba qué tan trágica fuera la situación, ella solía relajar a escena con sólo mostrar los dientes.

—A veces creo que él lo hizo porque Lázaro lo humilló descubriendo cómo resolver esa famosa ecuación.

Ahora Christian era el que sonreía. No fue por la ecuación, pensó, sino porque sí, por la misma razón por la que lo hace con el resto de las personas, porque tienen sida, porque un asesino se les atraviesa en la banqueta o porque simple y llanamente no tienen ganas de vivir.

—Él no tuvo la culpa. Lázaro fue quien se quitó la vida. No lo ignores. ¿Ahora sabes qué es lo que debemos hacer contigo?

Betzabé sonrió de nueva cuenta, esta vez con malicia.

—Me imagino… pero nada podría ser tan doloroso como lo que le hice yo a él.

Un policía apareció en la celda y le indicó a Christian que era momento de llevar a Betzabé hasta la explanada.

Mientras avanzaba rumbo al entarimado, Betzabé observó con detenimiento las cámaras de televisión formadas a los lados del camino. Cada persona del mundo estaba pendiente de su ejecución. Había quienes, claro, la consideraban una heroína y en secreto lamentarían su muerte, pero eran los menos, casi unos renegados. Betzabé movía los pies muy despacio. No tenía miedo, pero los insultos que le gritaban, los escupitajos que le caían encima y los puños cerrados que se alzaban pidiendo su cabeza le causaban una profunda inquietud. La mujer intentó, sin conseguirlo, acordarse de cierto pasaje del Nuevo Testamento en el que alguien arrojaba la primera piedra.

Una semana antes, el universo cayó en una especie de pasmo. Hacía frío, mucho. Nada de aves, ni viento, tampoco moscas que se atrevieran a volar sobre los montículos de heces de perro. Subieron a Betzabé en un banco y le cubrieron el rostro con una capucha de color negro. Después le colocaron un lazo alrededor del cuello. La multitud suspiró al unísono cuando, sin más ceremonia, se accionó una palanca y el cuerpo de la mujer se balanceó en el aire.

Meses después, Christian se encontraba en una iglesia. Se persignó tres veces frente al altar mientras la gente abandonaba el templo con total parsimonia.

Le costaba trabajo aprenderse el nuevo rito. Era el primero que había adorado al nuevo dios mucho antes de ser ascendido a esta categoría, pero se le dificultaba persignarse de la manera que ahora debía hacerse. El mundo no había cambiado sensiblemente desde que ella había tomado el poder, aunque en el fondo Christian sabía que el viento y el agua corrían de una forma distinta. Sólo había que familiarizarse con ello.

Arturo J. Flores

7 comentarios en «Piel de Talión»

  1. El titulo lo sugiere. Si Dios le quitó a su esposo, ella aplicó la ley del Talión y mató a Dios con la ecuación que dejó su marido. Al hacer esto ascendió como un deidad al poder reclamando su “victoria”.

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  2. que alguien me explique. no entendi, acaso con dicha ecuacion resuelta el tipo adquirio poderes cuanticos como el poder alterar la realidad a su antojo , viajar entre los multiversos y ahora era el amo del universo o algo asi jajaja no enserio porfa expliquenme xP

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