No hay nadie en esa puerta

Aquella noche que murió mi hermano, nadie estaba en la puerta. En la puerta tampoco estaba nadie las otras noches, pero esa noche en particular no había nadie en la puerta. Cuando empezaron a tocar, nadie estaba en la puerta. Tampoco estaba nadie en la puerta cuando empezaron los rasguños. Y mucho menos había nadie en la puerta cuando empezaron los golpes, aullidos y lamentos.

No hay nadie en esa puerta1

Cuando nadie estaba en la puerta, solía meterme bajo las sábanas y abrazar a mi hermana como si fuera el último salvavidas. Hacía tanto frío en el exterior que, si escupías, la saliva terminaba pegándose a tu lengua. De verdad, debías retirarte de la piel las gotas de flemas. Entonces, mi hermana y yo nos acurrucábamos intentando olvidar que nadie estaba en la puerta.

Y cuando levantaba las sábanas un poco para asomarme, encontraba a mi padre de brazos cruzados contemplándonos fijamente. Mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, él decía: “nadie está en la puerta”.

La mayoría de las veces el sueño terminaba venciéndonos y las noches pasaban con normalidad. Al despertarnos, encontrábamos a mamá, papá y nuestro hermano preparando el desayuno. Eventualmente nos olvidábamos de que nadie estaba en la puerta.

Aunque, aquella noche que murió mi hermano no pude dormir. Los sonidos cambiaron, pasaron de golpes, rasguños y gemidos a sollozos. Además, mamá hizo lo único que nos dijeron que jamás hiciéramos: abrió la puerta cuando nadie estaba en ella.

Y mi hermano estaba muerto.

Después de aquella noche, especialmente tras el funeral, algo cambió. Una irá desafiante y abrumadora empezó a crecer en mi interior. Solía descargar ese enojo contra todos, especialmente contra mi madre por lo que pensé que había hecho. El mismo resentimiento me llevó a hacer cosas que se supone no debes hacer, como robar y mentir.

Entonces, una noche me desperté en medio del frío insoportable del exterior sin un solo trapo encima. Intenté, de todas las formas posibles, abrir aquella puerta, pero estaba cerrada. Toqué, golpeé, arañé, aullé y gemí, pero nadie la abrió. Completamente resignado y al borde de la hipotermia, me acurruqué junto a la puerta principal. Mientras los dientes me castañeaban, dejé de sentir los dedos de las manos y los pies. Entonces, escuché la voz de papá en el cuarto de arriba.

“No hay nadie en la puerta”.

contemplando el paisaje

Tras tener a mi propio hijo, después de tenerte a ti, me percaté de algunos errores que cometieron mis padres. Las fallas en la malevolencia de mi padre y la increíble cobardía de mi madre. Hay mejores formas, incluso simples, de resolver estas cosas. Basta con ser honestos y tener buena comunicación.

Por eso, mientras estamos aquí sentados escuchando los golpes, gritos y lamentos, acurrucados juntos en medio del frío, quiero dejar una cosa totalmente clara: hay alguien en esa puerta. Pero no podemos permitir que tu madre vuelva a entrar.

Al menos hasta que haya aprendido la lección.

hyperobscura

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