Nick Muray: el otro gran amor de Frida Kahlo

Las musas. No se puede vivir con ellas, pero tampoco sin ellas. Bueno, no sin antes atravesar por una pesadilla llena de drama, especialmente si terminas enamorándote perdidamente de una mujer como Frida Kahlo. Para que un nuevo amante alejara la atención de Frida de la figura de Diego (el gran amor de su vida), debía tratarse de una persona talentosa, con una propuesta romántica espectacular y totalmente alejada de lo ordinario. Un hombre leal y valiente. En esencia, debía llamarse Nickolas “Nick” Muray.

Durante una década llena de pasión, el fotógrafo se mantuvo al lado de la pintora como amante y confidente, igualando al mismísimo Diego Rivera. Por supuesto, el muralista mexicano terminaría ganando esta disputa, pero Nick encontró una forma espectacular de inmortalizar los momentos que compartió con Frida.

Este hombre, como fotógrafo profesional que era, logró retratar a Frida más que cualquier otro colega, desde fotografías que le tomó en la intimidad de Casa Azul hasta la icónica portada con la que apareció en Vogue. Así, gran parte del registro fotográfico que inmortalizó a Frida nos ha contado una de las cartas de amor más intentas en el mundo del arte ha visto.

Nickolas Muray, fotógrafo profesional.

En 1914, Nick zarpó de su natal Hungría rumbo a Isla Ellis con nada más que unos cuantos dólares en la bolsa y un diccionario en inglés. En este lugar, dejó su pasado como “Miklos Murai” y nació “Nickolas Muray”. Encontró un empleo en la compañía Stockinger Printing Co. de Greenpoint, Brooklyn, y alquiló un apartamento barato en el número 129 de la calle MacDougal, Greenwich Village. El sueldo que percibía apenas y le permitía pagar la electricidad, por lo que sólo encendía las luces cuando tenía invitados. Por fortuna, la luz natural que recibía en su estudio era muy buena.

Una de las razones por las que Nick abandonó el viejo mundo fue la proliferación del antisemitismo. Creyó que, en los Estados Unidos, podía emplear todo lo que había aprendido sobre las Bellas Artes en Berlín y Budapest sin tantos obstáculos discriminatorios. En aquel país solamente era “Nick”.

Tomó clases de inglés en una escuela nocturna y empezó a organizar pequeñas reuniones en su pequeño estudio con los creativos de la zona. Era una persona sociable y muy carismática, pero la calidad de sus fotografías habría bastado para atraer a los grandes clientes de la moda y publicidad. Incluso en los trabajos más mundanos, procuró impregnar el sentido de confianza y sensualidad que tanto lo caracterizaba.

Lo fotografiaba prácticamente todo, desde figuras presidenciales hasta una sopa de guisantes. Fotografió a Marilyn Monroe, James Joyce y hasta Claude Monet. Todos querían un retrato de Nick quien, al igual que Frida, poseía un talento único para capturar la intimidad del momento en un solo cuadro. Con la llegada del color al mundo de la fotografía su trabajo alcanzó una nueva dimensión.

Amor a la mexicana.

En 1932, la pintora y el fotógrafo finalmente se conocieron a través de un amigo en común mientras Nick vacacionaba en tierras mexicanas. Se trató de un encuentro casual, pues para esas fechas Frida debía estar en San Francisco haciendo compañía a Diego. Los misterios del destino.

La relación entre Frida y Diego era particularmente tormentosa. Pero, Nick no se quedaba atrás pues en la época en que conoció a la pintora mexicana ya acumulaba tres divorcios, y se había hecho de fama como mujeriego. No sólo fotografiaba celebridades, también era piloto y un esgrimista olímpico. Pese a todo esto, era un romántico empedernido. Tiempo después, cuando su hija le preguntó si había amado a muchas mujeres, Nick respondió: “sí. Pero una a la vez”. El encuentro entre Nick y Frida fue pura suerte.

En “Nunca te olvidaré: Frida Kahlo y Nickolas Muray”, libro de Salomón Grimberg, se revela que durante su estancia en México, Nick no tomó fotografía alguna, algo completamente inusual en un fotógrafo. Quizá estaba muy ocupado enamorándose de Frida, quien le entregó un recuerdo muy confuso cuando tuvo que volver a Nueva York. En un pedazo de papel la pintora escribió: “Nick, te amo como quien ama a un ángel. Eres una “Lillie” en el valle del amor. Nunca te olvidaré, nunca, nunca, nunca. Eres mi vida entera. Espero que jamás lo olvides – Frida”.

Contrariando al texto antes escrito la pintora adjuntó el boceto de un retrato donde aparecía junto a Diego. Y terminó la carta con un “por favor, regresa a México como lo prometiste”. Plasmó sus labios sobre el papel con un labial rojo, y al final especificó: “esto es especialmente para la parte posterior de tu cuello”.

Un imposible llamado Frida Kahlo.

Los sentimientos de la mexicana podían estar más revueltos que un tornado, pero Nick estaba completamente enamorado de Frida. Siguieron en contacto a través de correspondencia, y viajaban ocasionalmente para encontrarse. Nick llegó a tomar fotos de Diego y Frida juntos, en una actitud bastante torpe de alguien que tiene fama como mujeriego.

En 1938, cuando Frida fue a Nueva York, Nick se encargó de inmortalizar la imagen de la pintora en múltiples retratos. Nick capturó a la Frida que él amaba para mostrársela al mundo.

Pese a esta complicidad, por cada parte del corazón que Frida entregaba a Nick, el doble le correspondían a Diego. Incluso cuando Frida se divorció de Diego en 1939, Nick creyó que finalmente podría estar al lado de Kahlo para siempre. Pero Frida jamás pudo olvidar a Diego. Esta fotografía de 1940 que Nick le tomó a la pareja debió ser muy difícil para el fotógrafo.

Finalmente, el amorío terminó en 1941, aunque siguieron tratándose como amigos. Nick jamás olvidó a Frida, y a menudo su hija se preguntaba por qué su casa estaba tapizada con el arte de la mexicana. Numerosos políticos y celebridades posaron para la lente de Nick, pero nadie como Frida Kahlo. “Te adoro, mi amor”, le escribió Frida “como nunca he amado a nadie (sólo Diego ha estado tan cerca de mi corazón)”.