Los niños que se convirtieron en perros

Les contaré la historia sobre un lugar, un sitio que jamás deben visitar. Como no quiero ser responsable de los daños que puedan sufrir, omitiré cualquier tipo de referencia como el nombre o las coordenadas. Pero algo les puedo asegurar: si en algún momento creen que han llegado a este lugar, huyan cuanto antes y no miren hacia atrás.

carretera solitaria en el bosque

Esto me sucedió hace algunos años. Me dirigía a la casa de un tío al que nunca antes había visitado – conducía un poco perdido, intentando entender un mapa bastante confuso – cuando me quedé sin combustible. ¿Mala suerte, no? Jamás he podido entender porque atraigo tantas cosas malas. Los peligros de aquella caminata eran desalentadores, pero no tenía elección, así que intenté tranquilizarme y empecé a caminar.

El Sol del mediodía estaba insoportable. Los músculos de la frente me dolían por el esfuerzo de mantener los ojos apretados, y la ropa ya se había empapado con unos dos litros de sudor. Mis brazos cansados se movían cada vez menos, como mi esperanza por un aventón. Al poco tiempo, a la distancia se hizo visible una camioneta pick-up roja. “Por favor, pare. Por favor”, repetía mientras agitaba el pulgar lo más rápido que podía. Mientras la camioneta se acercaba, agité los brazos hasta que redujo la velocidad y se detuvo a mi lado.

“¿Es tú auto el que está atrás?”, preguntó el anciano que iba al volante.

“Sí señor. Me quedé sin gasolina”.

“Sube. Vamos a conseguir un poco en la próxima gasolinera”.

Cappy era un sujeto agradable. Le gustaba mucho hablar sobre la familia, y lo hacía a través de historias divertidas. Con su hijo sirviendo para el ejército en un país extranjero, puedo asegurar que su amabilidad se veía inspirada por la admiración que sentía por nuestra generación. Nos llamaba “héroes”. Pero yo no era el tipo de persona que iría a la guerra, me pasé toda la vida evitando los peligros. Aunque no se lo conté a Cappy, la verdad es que no quería incomodarlo.

Tras algún tiempo en el camino, empecé a cuestionar en que momento aparecería la ciudad, parecía bastante lejana. Aquello no parecía incomodar a Cappy. Creo que no tenía nada mejor que hacer – y yo aún no sabía a donde me estaba llevando. El camino empezó a volverse irregular, después ingresamos a un camino de terracería dividido por una línea verde al medio. Finalmente observé una ciudad emergiendo en el horizonte de aquel bosque salvaje.

Era la típica ciudad provinciana: casas de un color azul desgastado con guarniciones blancas, algunas tiendas construidas con ladrillos y los nombres pintados a mano, una plaza y una capilla blanca en una colina. Había automóviles estacionados en varios lugares, algunos sin neumáticos. Curiosamente no había ninguna persona cerca. No me resultaba particularmente sorprendente por la condición de aquel pueblo remoto, pero sí me extrañó no observar animales a pesar de la existencia de varios graneros.

ciudad fantasma

No había una gasolinera como tal, pero localizamos un garaje con una pequeña bomba al frente. Mientras ingresábamos a aquel garaje, Cappy se disculpaba por haber prestado su garrafa con gasolina a un vecino. Un hedor rancio alcanzó mis fosas nasales, dejándome asqueado. “Creo que lo mejor será llamar a alguien, no vayan a pensar que intentamos robar algo”, mencioné. En realidad, lo único que quería era alejarme de ese olor.

“Busca algún galón con gasolina, en caso de que no encuentres a nadie”.

“Entendido”.

Parecía una ciudad fantasma, pero podía escuchar algunas voces haciendo eco en algún lugar, así que decidí seguirlas. Dos niños emergieron entre la hierba alta, jugando a las atrapadas en la calle. A la distancia se podía distinguir una huerta con niños corriendo y arrojándose manzanas unos a otros – algunos estaban agachados y corrían a gatas. Mientras me acercaba, risas y gritos aparecían de todas partes. Parecía el comportamiento normal de los niños, pero advertí que todos llevaban máscaras de perro.

Un grupo de niños se encontraba sentado en torno a una mesa de picnic, jugando con lo que parecía un pastel – lo aplastaban con ambas manos y se lo embarraban en la ropa. Por el pastel, la diversión y todas esas máscaras deduje que se trataba de una fiesta. Siendo lo más pacífico posible, me aproximé en intenté conversar con ellos.

“Estoy seguro que alguien hizo ese pastel para que se lo comieran, no para que jugaran con él”, les dije intentando parecer un padre autoritario. Los niños dejaron lo que estaban haciendo para observarme. Sentí un escalofrío – sobre todo por la forma en que me observaron girando las cabezas al mismo tiempo, todos con aquellas máscaras de perro. Y no eran figuras de perros agradables. El realismo en estas máscaras les otorgaba características perturbadoras.

“¿Disculpen, podrían quitarse las máscaras un momento?”. Los niños se miraron entre sí buscando algún tipo de aprobación en el grupo y después regresaron a observarme. “¿Bueno, de quién es el cumpleaños?”. Uno de los niños hizo un ruido. “Ah, ¿eres tú?”. Otro niño imitó el mismo sonido. “¿Entonces eres tú? ¿Y tú pastel de cumpleaños?”. Un tercer niño también imitó aquel ruido. “¿Es el cumpleaños de todos?”. Los niños parecían no haber escuchado y siguieron imitando a los perros.

disfraces aterradores del pasado

Finalmente empecé a irritarme. La caminata bajo el Sol me había desgastado, y aquellos niños empezaban a sacarme de mis casillas. “Oigan. ¿Y si sus padres se enteraran que están siendo groseros? ¿Porqué no se quitan esas máscaras y actúan como niños normales?”, los mocosos empezaron a gruñir y a ladrar más alto. “Dejen de hacer tonterías, ¿dónde están sus padres? Tengo un problema con mi automóvil y necesito de un adulto ahora mismo”. Los niños no pusieron atención a mi solicitud, en lugar de ello, empezaron a arrojarme pastel en el rostro; tenía un sabor horrible. No parecía un pastel.

“Perfecto. Pero cuando encuentre a sus padres se enterarán de esto”. Era como si no supieran de lo que les estaba hablando. Giré para retirarme, pero todos se pusieron de pie, lado a lado, bloqueándome el camino. En lugar de pedirles que se apartaran, simplemente continué por la izquierda intentando sacarles la vuelta. Pero cuando yo iba para un lado, los niños me seguían.

“¡Suficiente!”. No quería empujarlos, después de todo eran apenas unos niños. “Contaré hasta tres para que se quiten o pasaré por encima de ustedes”. Los niños se mantuvieron inmutables, probablemente había más de una docena. Observarlos con aquellas máscaras era algo surrealista. No había dos idénticas – cada una correspondía con una raza diferente de perro, con expresiones que iban desde las más dóciles a las más violentas. Cuando empecé a contar, “uno…” algunos niños empezaron a gruñir con ira. Seguí contando, “dos” y otros niños se unieron a los gruñidos. Respiré profundamente, sospechando que no se apartarían.

“Qué bonito…”, todos empezaron a ladrar. Me aterré por lo feroces y rabiosos que sonaban. “Detengan esto”, les ordené, pero no hicieron más que ladrar todavía más fuerte. Uno de ellos me lanzó una manzana – y acertó. Otro lo imitó, y de un momento a otro me llovían frutas podridas. Empecé a gritar, “esperen que encuentra a sus padres”, pero una manzana me impactó en el rostro antes que pudiera decir otra cosa. En la confusión, algunos niños me empujaron y perdí el equilibrio. Todos se arrojaron sobre mí, golpeando y arañando.

mascaras aterradoras del pasado

Ya había tenido suficiente de aquella situación, “¿qué diablos están haciendo?”, grité mientras empujaba a cada uno de ellos. Pero no parecían rendirse, seguían golpeando y arañando mientras emitían aquellos irritantes sonidos. Aquel alboroto de ladridos y gruñidos provocó que la sangre me hirviera. Empecé a golpearlos, sin importarme su seguridad o que sus padres me fueran a reclamar. Tras derribarlos, corrí a encontrarme con Cappy.

Los niños me persiguieron por la ciudad. Eran pequeños, pero realmente me habían asustado. Las máscaras, los sonidos – no se detuvieron después que los golpeé. Localicé la camioneta de Cappy pero no lo vi por ningún lado. Los niños me estaban dando alcance cuando tropecé y caí. Una vez más me vi rodeado por aquellos escuincles violentos. Intenté ponerme de pie pero había muchos niños encima de mí, y mis gritos de socorro no atrajeron la atención de nadie.

“Quítense las malditas máscaras”, les grité mientras intentaba arrancar una de ellas. Parecía una tarea imposible. Los ladridos se convirtieron en risas y temí que hubiera adultos observando – burlándose en lugar de ahuyentar a sus locos hijos. Mi ira estaba llegando a su límite cuando los niños dejaron de atacar. Todos voltearon a ver en la misma dirección y corrieron juntos, ladrando de forma alegre. Me puse de pie, buscando en mi cuerpo moretones o rasguños.

“¡Cappy!”, grité mientras buscaba en los alrededores. Mi voz hacía eco en la distancia. Los niños habían quedado fuera de mi vista, por lo que corrí a la pick up intentando encontrar a Cappy en el interior del garaje. Primero pasé por la tienda principal, para ver si alguien podía ayudarnos, pero no había nadie dentro. De hecho, parecía que no estaba en servicio – los estantes estaban vacíos y cubiertos de polvo. Revisé al fondo de lugar, pero tampoco encontré a nadie. Entonces escuché un chillido que provenía del exterior.

Me asomé por las ventanas pero no distinguí a nadie, así que abrí la puerta un poco e intenté escuchar mejor. En este punto sabía que algo pasaba con aquellos niños. Los únicos sonidos en aquella ciudad provenían de la dirección a donde habían corrido. Una parte de mí me impulsaba a regresar al garaje, pero quería saber si los pequeños estaban siendo reprendidos por su comportamiento. Seguí el eco, hasta que con toda claridad pude escuchar un grito, angustiado y gutural.

caminante nocturno

Los gritos siguieron mientras me acercaba a la puerta de la casa más próxima. “Oye, ¿hay alguien aquí?”. Sacudí la perilla de la puerta – estaba cerrada. Había otra casa cerca, por lo que también llamé a la puerta. No había nadie allí dentro o simplemente no me querían responder. Rodeé la vivienda, dando pequeños golpes en las ventanas, pero nadie respondía. Debía tomar una decisión. ¿Qué haría un héroe en esta situación? Me pregunté a mí mismo, por lo que seguí los sonidos, rodeado de una completa incertidumbre.

Toda la conmoción provenía de una casa en la granja que estaba en la cima de una colina cerca de la huerta. Corrí tan rápido que casi tropiezo, pero aligeré el paso cuando me acerqué a la vivienda. La puerta estaba atrancada y había máscaras de perro en el suelo. Necesitaba saber lo que estaba sucediendo, pero no estaba preparado para descubrirlo. Pensé en gritar para pedir ayuda nuevamente, o llamar a Cappy, pero no podía hacer ruido. Cuando los gritos disminuyeron un poco, subí lentamente al porche y espíe un poco – pero no conseguí ver nada allá dentro más que máscaras esparcidas por el suelo.

No podía escapar. ¿A dónde iría sin un vehículo? No podía robarle la camioneta a Cappy. Tenía que entrar. Mis pasos hicieron que la madera empezara a crujir. Un rastro de máscaras me llevo más cerca de aquellos sonidos irritantes y a una puerta abierta quedaba al sótano. Una pestilencia indescriptible por poco y me provoca un desmayo.

Orientando mis oídos, intenté descifrar lo que estaba sucediendo. Con toda certeza, se trataba de aquellos niños – gruñendo, ladrando, masticando y babeando. En ocasiones aparecía un pequeño sonido de desesperación. No quería bajar a ese lugar, pero tenía que verlo con mis propios ojos.

Bajé las escaleras poco a poco, moviéndome un paso atrás del otro. Una sola bombilla iluminaba la mayor parte del sótano, pero no llegaba hasta las escaleras, por lo que sabía que podía ocultarme en esa oscuridad. El suelo estaba cubierto de suciedad que se esparcía mientras algunos niños corrían, arrojándose puñados de suciedad entre sí. La mayoría se había congregado en el centro, bajo la luz. Parecía que estaban comiendo algo – alimentándose.

Observé asqueado mientras los niños rasgaban la carne – la sangre salpicaba sobre el pecho y escurría por el rostro de todos. ¡Por Dios! ¿Cómo era posible que tuvieran dientes tan grandes? Pero eso no era todo, sus narices eran alargadas y los ojos tan separados – era una imagen perturbadora. Todos presentaban varias deformidades faciales que no tengo forma de describir. Pero lo peor eran las risas, pues significaba que se estaban divirtiendo. Y menciono esto pues ya sabía lo que estaban comiendo. Sólo pude distinguir una parte del rostro, y la ropa. Sabía que se estaban comiendo a Cappy.

dientes enormes licantropo

Me tapé la boca e intenté contener el grito, me dieron algunas arcadas pero no llamé la atención. Estaba tan tenso que apenas y podía moverme, pero logré subir poco a poco. Atravesé la cocina y la sala, empecé a rezar para que aquellos niños no me siguieran. Pensé que estaría libre una vez que alcanzara la puerta principal; sin embargo, el más siniestro de los niños que había visto hasta ese instante se encontraba parado en el porche. Tenía una barba horrenda y una sonrisa desdentada. Era enorme, y podía percibir su hedor a varios metros. Al principio no hizo más que encararme. Puedo jurar que tenía un ojo de madera. Esperaba que se abalanzara sobre mí pero, en lugar de eso, tomó un silbato que llevaba en un bolso, se lo puso entre los labios y aparentemente sopló, pero no emitió ningún sonido.

Llorando y tropezando, fui a tocar las puertas de todas las casas. Los ladridos alegres de aquellos niños se acercaban, así que me oculté en la tienda. Corrían alrededor del establecimiento como si estuvieran jugando a las escondidas mientras yo me ocultaba en el cuarto del fondo, esperando a que los monstruos se cansaran. La puerta de enfrente se sacudió algunas veces, y entonces me di cuenta que me encontraría en un callejón sin salida si aquel grandulón decidía derribar la puerta. Jamás supe porque no me persiguió. Tras algún tiempo, las voces y los pasos se esfumaron en la distancia y la ciudad volvió a quedar en silencio.

Cuando la noche llegó, aún podía escuchar a los niños a lo lejos. Me preguntaba si sabían donde me encontraba y estaban esperando a que saliera. Pensé en el pobre de Cappy y en lo amable que había sido al ayudar a un completo extraño. Ahora más que nunca debía encontrar gasolina. No sólo sería capaz de huir, sino que podría quemar aquella casa por completo. Maldita sea, si por mí fuera hubiera incendiado la ciudad entera.

Los gruñidos desaparecieron así que salí por la puerta del fondo y me arrastré al bosque, tenía planeado esperar a que amaneciera y entonces escapar por la entrada principal. No había ninguna luz encendida en aquel lugar, y temía que los niños anduvieran por ese lugar durante la noche, pero jamás hubiera sido capaz de encontrar mi camino en la oscuridad. Pude distinguir una sola silueta caminando entre la hierba, haciendo crujir las hojas secas mientras avanzaba. No podía correr, temía que pudiera alertar a los demás. Tenía unas rocas cerca de los pies, así que las tomé y las aseguré con firmeza.

seres infernales en el bosque durante la noche

Me mantuve a la escucha mientras el niño atrapaba algún animal que había saltado del bosque. Mientras masticaba a su presa, me moví. Gruñía mientras se alimentaba, lo que ocultaba el sonido de las hojas secas siendo aplastadas bajo mis pies. Contuve la respiración, me aproximé lentamente y levanté la piedra sobre mi cabeza. En repetidas ocasiones golpeé la cabeza de aquel niño con la roca. Jamás pensé que fuera capaz de hacer eso con un niño, pero lo hice, no apenas por mi seguridad, sino también para vengar a Cappy.

El Sol empezó a salir y observé el cuerpo del niño. Cuando lo vi tirado en el suelo – con el cráneo hundido y ensangrentado – me arrepentí de lo que había hecho. Evidentemente no era un maldito caníbal, pero sentí que me había rebajado a su nivel. Asesiné a una persona y jamás podré revertirlo. Algunas risas se hicieron eco en la ciudad. Aterrado, corrí por el camino equivocado.

Exhausto y hambriento, anduve por campos y granjas hasta que el Sol se posicionó justo sobre mi cabeza. De vez en cuando escuchaba débiles sonidos de motor, pero no podía encontrar la carretera. El peso de todo lo que había sucedido me complicaba seguir adelante, pero todo eso disminuyó poco a poco mientras una aldea surgía en el horizonte. Mientras me acercaba, el indeseable sonido de niños jugando se hacía eco por el campo. Algunos corrían por el lugar, haciendo sonidos extraños. Parecía el comportamiento de niños normales, pero advertí que todos llevaban máscaras de caballo.

Quizá te interesa:

8 comentarios en «Los niños que se convirtieron en perros»

Deja un comentario