Las redes sociales tienen un poder aterrador – Creepypasta

Yo soy ese que el mundo abandonó – al menos hasta que termines de leer esto. No se trataba de que yo fuera insignificante. Todos tenemos algo que nos hace únicos de cierta forma. El problema fue que mi algo era pasar de una familia adoptiva a otra, escuelas y situaciones sociales sin dejar el más mínimo rastro. Era demasiado tímido como para crear amistades duraderas, y extrovertido como para encajar con los solitarios. En consecuencia, terminé viviendo en una soledad mucho más grande que la de cualquiera de ellos.

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Pero estaba bien. Durante la preparatoria y la universidad, todo fue perfecto. Me dije a mí mismo que todo estaba tranquilo. Cada cosa tiene su tiempo, y yo no era más que otro miembro de ese grupo silencioso que los programas de televisión y películas prefieren ignorar. Cuando los jugadores de los equipos, las porristas y los líderes estudiantiles salieran junto conmigo al mundo real, donde todos estaríamos en el mismo barco, entonces me levantaría y…

En realidad no sé qué esperaba, pero nada sucedió. En su lugar, llegaron las redes sociales.

Empezó como algo inocente, en la preparatoria con MySpace. Durante la universidad me mudé a Facebook y después a Google+. A medida que los años pasaban, me hundía en un mar de vergüenza. Todo el mundo vivía feliz, sonriente, festejando, bebiendo, bailando, saliendo de vacaciones y experimentando los mejores momentos de su vida. ¿Qué estaba pasando? Tenía una cuenta de Facebook, y tenía a los dichosos “amigos” que conseguí con el pasar de los años, pero no lograba publicar nada real ni considerable. Mis escasos intentos generaron nulas visualizaciones y Me Gusta.

Aquella noche de mi fiesta de graduación – a la que nadie fue, a pesar de los centenares de invitaciones que envié y de las decenas de personas que confirmaron asistencia – sentí algo negro burbujeando en el fondo de mi corazón. Era una amargura que había estado hirviendo a fuego lento durante toda mi vida, y era demasiado dolorosa como para dejarla así, entonces rompí uno de mis principios sagrados.

Mentí.

Caminando por las calles, me encontré con una fiesta de graduación aleatoria, entré y en el medio de la multitud grité “¡Vamos grupo!” antes de tomarme una foto rodeado de varias personas embriagadas que automáticamente sonrieron y gritaron “¡uhuuu!” en dirección a la cámara.

Corrí a casa y, con las manos temblorosas, publiqué la fotografía en Facebook con las palabras “mi loca fiesta de graduación”.

Me descubrirían. Lo sabía. Alguien reconocería esa fiesta, la casa o ellos jamás me creerían que yo pudiera tener amigos de verdad. Me bebí una botella entera de whisky, esa misma que había comprado para mi fracasada fiesta. El mundo me había ignorado todo este tiempo, pero si me descubrían sería humillado, lo que sería algo mucho peor. Habría hecho cualquier cosa por no haber publicado aquello.

Sacando el rostro entre un charco de mi propio vómito, desperté aturdido por la resaca, con el brillo horroroso del sol en mi espalda y más de mil Me gusta.

“¿Quién pensaría que fueras tan fiestero?”.

Felicidades por la graduación”.

Wow, ahora somos adultos”.

“¿Cuándo será la próxima? No pude asistir a esta, pero iré a la próxima”.

Por Dios. No solo fue el hecho de que no me descubrieran, sino también la oportunidad de – ¿Qué? ¿Qué es esto? Ellos no querían algo real. No querían algo sustancial. Querían consumir positividad y sentirse felices por eso. Por supuesto, no puedo juzgarlos pues sería contrastante. Ellos anhelaban publicaciones con momentos excitantes, y yo buscaba su reacción. Siempre quise que me notaran, y ahora podía lograrlo.

Solo, viajé durante seis horas a la playa y saqué varias fotos mías en unas supuestas vacaciones en Sudamérica. Incluso le pedí a una chica que pasaba por ahí que se tomara una foto conmigo y, por increíble que parezca, ella aceptó con esa sonrisa falsa que todos hacemos en el momento en que una cámara apunta en nuestra dirección.

“¿Quién es ella?”.

Sudamérica es muy agradable en esta época del año”.

“¿Es tu novia? Qué envidia hermano”.

Maravilloso. La facilidad de aquello rayaba en lo ridículo. Nadie quería ver más allá de la fachada. Nadie quería descubrirme. Era un espacio de desesperada positividad. Aquella publicación resultó en mi primera reunión en años, y junto con eso las personas empezaron a reconocer y elogiar mi supuesto bronceado de las vacaciones.

Empecé a volverme adicto. No voy a mentir, al menos no en esta confesión. Eran fiestas llenas de glamour, las mejores noches de mi vida, y después de eso encuentros maravillosos, cada uno con más osadía que el anterior. La cosa más maravillosa fue que mi fantástica vida en línea empezó a sacar mi vida real de la oscuridad. Las personas me saludaban en la calle, las chicas me invitaban a salir e incluso un profesor me ofreció un empleo con un buen salario por haber visto en Facebook que me estaba yendo bien.

Me dijo en la cara que creía que me convertiría en un don nadie, y que lo había sorprendido. Aquello fue como un golpe en el estómago, pero sonreí, apreté su mano, acepté el empleo y lo usé para moldear aún más mi vida en línea.

Claro, nada de esto hacía la diferencia cuando me encontraba solo. Cuando regresaba a casa, a mi pequeño apartamento, y me sentaba a ver Netflix, no había nada más que hacer que aceptar que aquella vida era falsa. Eso hacía las cosas mucho más dolorosas. Quería que esos momentos de mi vida simplemente se fueran, aquellos momentos donde era invisible por no poder compartir en Internet. A veces pienso si todas las otras personas también se sienten tan aisladas y solitarias como yo.

Desde aquella primera noche en que descubrí toda esa magia, no reduje ni un poco el consumo de alcohol, ni en cantidad ni en frecuencia. Sentado a solas y con una botella en la mano, revisaba un mensaje que había recibido de una chica que realmente me gustaba:

Oye, disculpa, me divertí mucho en la cita, pero creo que no te puedo seguir los pasos. Eres popular y extrovertido y yo soy más del tipo que se queda en casa a ver películas. Espero que entiendas”.

Las carcajadas no se detuvieron. Crecieron en mi pecho hasta que no pude respirar, hasta que no aguanté más, hasta que se convirtieron en algo parecido a un grito nacido de la ironía más sombría. No había forma de conciliar mi extravagante vida en línea con la básica vida offline que llevaba. Tampoco podía admitir ante nadie lo que había hecho, y ciertamente no podía detenerme.

Entonces bebí.

Y después bebí más.

Y después tomé unas píldoras para mi dolor de cabeza.

Y después tomé un café, bebí un poco más, y tomé unas píldoras para ayudarme a dormir.

Sintiéndome peor que en cualquier otro momento de mi vida, tomé algunos analgésicos.

Y después tomé algunos más, por si el dolor de cabeza regresaba.

Y así sucede a veces. No siempre es un suicidio. En ocasiones simplemente las personas están perdidas y confundidas, hundiéndose de forma inevitable, sofocándose con su propio dolor.

Sacando el rostro entre un charco de mi propio vómito, desperté aturdido por la resaca, con el brillo horroroso del sol en mi espalda y más de mil Me gusta.

En algún momento de aquel nebuloso estado de conciencia producido por las pastillas y el alcohol, publiqué algo sobre festejar como si no hubiera mañana, y los fisgones se la creyeron. Incluso había sacado fotos de las píldoras diciendo que eran éxtasis – y nadie dijo nada aunque era obvio que se trataba de analgésicos normales. ¡No querían la verdad! El poder de la negación es abrumante y maravilloso.

Es tan maravilloso que ninguno de ellos quería creer que me había matado la noche anterior. A pesar de las historias en mis publicaciones llenas de mentiras, querían creer que yo había festejado y tenido una de las mejores noches de mi vida otra vez. De nuevo, las consecuencias que sucederían en mis momentos de soledad solo me pertenecían a mí.

Lo primero que noté, más o menos una hora después de despertar, fue que no lograba sentir los latidos de mi corazón.

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Me puse de pie y sin camisa frente al espejo y me examiné. No tenía heridas y tampoco sangre. Había tenido una sobredosis, y eso hizo que pareciera alguien normal. Seguramente todo aquello formaba parte de una alucinación. Aún debía estar drogado con los analgésicos – aunque todo lo demás pareciera normal, aunque estuviera un poco helado, elegí creer que estaba vivo. Mi respiración no hacía vaho en el espejo, no sentía el pulso y el termómetro indicaba que mi temperatura corporal era absolutamente baja, pero me rehusaba a aceptar lo evidente.

De hecho, fui hasta el mercado y compré algunas cosas. La empleada tomó el dinero, empacó las cosas y me deseó un buen día. Le sonreí a una persona en la calle, me devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza.

Estaba vivo. Debía estarlo.

Empezó a hacerse más difícil para mí moverme, por lo que regresé a mi departamento y puse mi camisa sobre el espejo del baño para ver como mi piel iba adquiriendo tonos morados y grises. Googleando frenéticamente, descubrí que mis células estaban muriendo y mis venas rompiéndose. ¿Qué podía hacer?

Solo se me ocurrió una idea – regresar a mi vicio. Sacándome fotos rápidamente, antes de que la decoloración llegara a mi rostro, capturé diversos ángulos y sonrisas. No sabía si sería capaz de tomar otras después de eso. Totalmente desquiciado, tiré mis cosas por todo el apartamento, publicando “fiesta loca la de anoche, por lo menos hoy me siento genial”.

Cuando las visualizaciones y los Me Gusta empezaron a fluir, empecé a sentirme un poco mejor, mi movilidad también. Estaba en lo cierto: la misma fuerza de negación humana colectiva que me mantenía vivo en un cuerpo muerto, también podía darme energía.

No podía estar fuera de casa durante mucho tiempo. Solo tenía el tiempo justo para ir al trabajo todos los días antes de hacer una nueva publicación. De repente, me convertí en la estrella de mi mundo falso. Entre más grandiosa la publicación, más Me Gusta recibía y entre más Me Gusta recibía, mis órganos parecían podrirse menos – pero nunca, nunca se revertía. Cada vez que quedaba atrapado en el tráfico o que me quedaba hasta tarde en el trabajo, una nueva parte de mí ennegrecía y se podría. Pero siempre encontraba una forma de regresar a casa y de usar suéteres de cuello para cubrir las heridas de podredumbre.

Trabajando en casa – como no necesitaba comer ni dormir – me daba tiempo extra para planear mejor mi vida en línea, lo que me mantuvo estable durante varios meses. Mi rostro empezó a ponerse morado al paso del tiempo, pero lo cubría con maquillaje. Creo que eso fue lo que me delató, y una mujer que estaba en la misma condición que yo entró en contacto conmigo.

Idiota, me escribió. Nos entregarás a todos en bandeja de plata si sigues publicando así.

Me dio una dirección y fui a parar a una pequeña casa en el medio de uno de los bosques más alejados sin saber que esperar. Me moví hasta ese lugar por qué me di cuenta que estaba peleando una guerra pérdida por dejar intacta mi existencia. Toqué a la puerta, pero nadie atendió. Eventualmente noté que no tenía llave, y entonces ingresé a ese lugar fétido y pútrido. Por primera vez estaba feliz de que mis sentidos entorpecidos apenas me dejaran percibir el olor. Allí dentro, en la oscuridad, la encontré rodeada por la luz que emitían las pantallas de diez computadoras.

No creí que realmente estuviera viva – o mejor dicho, con movimiento. La mayor parte de su esqueleto estaba expuesto junto con trozos de carne podridos que escurrían un “caldo” negro. Una mano manipulaba el teclado y la otra el mouse. Un cadáver de una década que se había fundido a su silla.

El lado del cráneo que estaba en mi dirección aún tenía cabello, pero cuando se volteó para verme, logré ver el hueso blanco que se había escondido por mi perspectiva visual. Sorprendentemente, su rostro estaba intacto, conservado entero debido a un mantenimiento cuidadoso, y sus ojos eran las únicas cosas por las que parecía estar viva. “Idiota”, me dijo con rispidez. “Tienes que ser más inteligente para esto”.

“¿Hace mucho tiempo que haces esto?”, le pregunté mortificado.

“Hace mucho más tiempo que tú”. Me dio la espalda e hizo clic en una de las pantallas. “Debes tener más de un perfil si quieres progresar”.

Di un paso al frente. “¿Cómo es eso?”

“Hace dos años no era más que un esqueleto con un poco de tejido muscular”, me dijo con una voz que apenas era un débil susurro empujado a través de su boca por un pulmón mohoso que podía verse cuando se contraría en su pecho. “Hasta que alguien hackeo mi cuenta y fingió ser yo. Hubiera muerto aquí, sola…”

“… y nadie ni siquiera lo notó”, pensé en voz alta.

“Exacto”.

Si mi corazón hubiera sido capaz de latir, probablemente hubiera sentido una docena de cosas en ese instante. Sin embargo, lo primero que pregunté fue: “¿cuántos de nosotros existen?”.

Ella sonrió con la mitad de los labios. “Más de los que crees, te lo apuesto, pero solo podemos sobrevivir si nadie sabe de nuestra existencia, entonces ellos son muy, pero muy buenos en mentir”. La mujer dejó que su único pulmón descansara un poco antes de continuar. “Trabajar en casa o dando golpes en Internet para conseguir dinero. No tener más que la cuenta de electricidad, ya que no necesitamos comida, agua o calefacción”.

“Es algo maravilloso, ¿no lo crees?”, le dije rápidamente, animado por qué finalmente había encontrado a alguien con quien tener una conversación genuina. Ya había deseado que mi vida real pudiera podrirse y despedazarse, y realmente sucedió, simplemente para dejarme con el remordimiento de lo idiota que había sido.

Ella sonrió nuevamente.

Tres días después llevé mi computadora hasta ese lugar, y luego compré más para incrementar nuestras operaciones. Por primera vez en mi vida, gastaba mis horas libres junto a otra persona, y sentía las partes negras de mi corazón regenerándose. Ella empezó a parecer y a sonar más como una humana con cada semana que pasaba, mientras su carne se regeneraba poco a poco con cada publicación.

Pero evidentemente, aún sigo siendo aquello que el mundo abandonó. No era precisamente un cuento de hadas, pero era mi felices por “siempre” – nótese el énfasis en la palabra siempre – y perdí la voluntad de seguir adelante después de lo que sucedió.

Una brisa levantó una cortina de nuestras ventanas, y un hombre que se había perdido después que su camión se atascara en la carretera, se asomó por esa ventana. Ella todavía estaba podrida y él lo notó inmediatamente. Y sin más, ella cayó en el suelo, fin. No quedó más que su cadáver putrefacto.

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Limpié todo después que el sujeto salió corriendo aterrado y encontró otro lugar para pedir ayuda, pero ya no era igual que antes. No estoy seguro de si las personas como yo pueden volver a la vida, o si lo mejor que podemos hacer es aferrarnos a nuestra falsa existencia en la esfera mental de la humanidad. Pero no puedo volver a estar solo. Creo que sobre esto trata mi confesión – puedo estar muerto, pero aún no logro entender cuándo pasé del límite de la locura enfermiza. Ya dejó de importarme. Ni siquiera les diré quién soy en realidad, solo así podré seguir viviendo mi vida falsa. Aún estaré por allí publicando, junto con tantos otros de mi especie, y ustedes seguirán haciendo Me Gusta, compartiendo y comentando lo que supuestamente fue la mejor noche de nuestras vidas.

Estoy feliz así, no importa lo asqueroso que sea, por qué ya no estoy solo. Quizás ella no sea más que un cadáver podrido, pero por lo menos es mi amada. Ella es la que se ve sonriendo y festejando en todas mis fotos. El poder del Photoshop en nuestros días es absurdo.

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