La Numeración – Creepypasta

Todo comenzó el 5 de septiembre del 2024 a las 2:23 a.m. Han pasado 60 años de esto que los historiadores llamaron “La Numeración”. No experimentamos algún evento en particular. De la nada, cada habitante de la Tierra que miró hacia abajo encontró un número. Al poco tiempo, los científicos encontraron que estos números se guiaban por una serie de reglas.

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  1. Sin excepción alguna, cada ser humano posee un número diferente y el más grande registrado hasta la fecha es 8,944,695,301.
  2. Al morir una persona, su número desaparece de inmediato y es reasignado a algún recién nacido en cualquier parte del mundo. Cada niño que nace siempre viene numerado.
  3. Cuando alguien le quita la vida a otra persona, automáticamente el asesino recibe el número de la víctima. A este fenómeno se le llamó “renumeración“.
  4. Los números son indelebles. Se ha probado de todo, incluso la amputación, pero siempre reaparecen.
  5. No existe registro alguno de persona que posea el número “1”.

Pronto, la sociedad empezó a regirse por La Numeración. Literalmente, el 1% ascendió al poder. Incluso aquellos marginados con números bajos pasaron a ocupar las altas esferas de la sociedad. Y todo aquel millonario marcado con un número superior al 100,000 tuvo que soportar el ostracismo de su propia sociedad. Los números más bajos se hicieron con el poder en todos los países.

En Estados Unidos gobierna el número “2”, un joven de apenas 25 años de edad. El dirigente de China lleva el número “3”, mientras los rusos son comandados por el número “4”. La discriminación se volvió canon. Y entre los números más altos la “renumeración” se hizo algo común. Los números más bajos jamás tuvieron que preocuparse porque les robaran sus privilegios, pues en todo momento disponían de una línea de seguridad de primera clase.

Además de porque sucedió La Numeración, con el paso de los años el único misterio sin resolver era el del primer puesto. La aparente inexistencia del número “1”. Desde 2024, cada bebé que nacía se revisaba en vano. Incluso surgió un culto auto nombrado la Hermandad del Ojo, cuyo propósito era adorar al mítico número “1”. Eventualmente, el mundo se dividió todavía más en dos grupos: los que buscaban al número 1 para adorarlo como una deidad. Y quienes anhelaban encontrarlo para matarlo con el fin de renumerarse.

Yo mismo esperaba que jamás existiera un número “1”. Sin embargo, mis esperanzas estaban fuera de lugar. El número “1” se asignó a una pequeña llamada Sofía, hija de mi hermana. Tan pronto como llegó al mundo, el personal en la sala de maternidad (todos miembros de la Hermandad del Ojo), nos protegieron durante dos meses. No dejaron entrar ni salir a nadie de ese lugar en un intento por “proteger” a Sofía.

Su plan no funcionó y eventualmente el otro grupo supo de su existencia. Ante la insistencia de mi hermana, que todavía no se recuperaba del parto, escapé con mi sobrina. Probablemente la mataron en ese hospital. Llevé a Sofía a una región escasamente poblada en las montañas. Pero terminé hartándome de llevar a cuestas un objetivo tan grande.

Sofía no era una bendición. Era una maldición. El número “1” está maldito. Pero no tenía corazón para matarla, además que tampoco quería el número. Entonces, la abandoné. Dejé a su suerte a una niña de apenas tres meses de edad, incapaz siquiera de sentarse. Esperaba que algún animal la encontrara y cuidara. O que mis actos no me condenaran como culpable.

Mis esperanzas estaban fuera de lugar una vez más. Porque el número “1” acaba de aparecer en mi brazo.

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