La máscara del abuelo – Parte II

“No dejes que te atrape hablando sobre hombres lobo”. El abuelo se acomodó en una de las esquinas de mi cama. La superficie del colchón cedió bajo su peso. “Este no es un cuento sobre monstruos”. Habían transcurrido varias horas desde que papá se llevó a mamá. Me quedé en la cama, observando el cielo claro desvanecerse hasta convertirse en un manto negro. Fascinado por el brillo de aquella Luna que se hacía cada vez más intensa.

luna llena

Puede seguir escuchando o leyendo después del salto.

Hora y media después, supe que el abuelo estaba llegando cuando las luces de su camioneta irrumpieron en el camino de entrada. Fui invadido por una mezcla de miedo y emoción. Exactamente como lo había sentido mientras hablaba con papá momentos antes. Para el momento en que el abuelo ingresó a la habitación, ya había preparado lo que parecían cientos de preguntas.

“Entonces… no eres un hombre lobo, ¿verdad?”, lo cuestioné mientras buscaba su mirada. Sus ojos azules, brillantes e inmutables respondieron. Tras observarme fijamente por unos instantes, miró hacia otro lado y suspiró.

“No es un término que emplearía”, susurró. “Supongo que hay ciertas similitudes con eso que estás pensando, pero también muchas diferencias. No es como en las películas”.

“Pero… tú… nosotros…. lo que sea que nos suceda…. ocurre cuando hay luna llena, ¿cierto?”.

“Pues, sí y no. No precisamente. Es…”, el abuelo frunció el ceño e hizo una pequeña pausa. Observaba fijamente el edredón, como si en ese lugar fuera a encontrar las respuestas. De la nada, soltó una carcajada gutural. Su rostro dibujó una sonrisa casi de vergüenza, y después sacudió la cabeza. “Ya pasé por todo esto con tu madre, pero no soy bueno explicándolo. De cierta forma es… es como irse quedando dormido. Sumergirse en un sopor. Entre el sueño y la vigilia. Puedes hacerlo cuando se te plazca, pero resulta más fácil cuando estás cansado. Y si el cansancio es mucho, prácticamente resulta inevitable”.

Observé al abuelo. Intentaba descifrar lo que acababa de decir. Seguramente vio una profunda confusión en mi rostro.

“Discúlpame hijo. No me estoy haciendo entender bien. Lo que quise decir es que podemos… cambiar… en el momento que lo deseemos. Aquellos más viejos que han vivido con esto durante muchos años tienen la capacidad de hacerlo en cuestión de minutos. Pero hay ciertas épocas del mes (es decir, cuando tenemos luna llena) en que resulta mucho más fácil el cambio. De la misma forma que cuando estás agotado. Y, precisamente por las noches, es cuando el cambio resulta… bueno, puede ser más difícil de controlar. Incluso cuando eres un viejo como yo”.

figura abstracta ambiente purpura

El abuelo me sonrió pero no devolví el gesto. Intentaba procesar todo lo que me había dicho. Integrarlo en un solo concepto. Una nube de preguntas invadió mi cabeza, y no sabía cuál lanzar primero.

“Entonces, cuándo haces el cambio…”, exclamé tras un instante. “¿Cuándo haces el cambio… en qué nos convertimos?  ¿Qué apariencia tenemos?”.

“Bueno, tú…”.

Sus palabras fueron interrumpidas por un automóvil que pasaba por la carretera. Las luces iluminaron el exterior de mi habitación y después se apagaron. El sonido de un motor inundó el lugar, desvaneciéndose a medida que ganaba distancia. Cuando regresé a ver al abuelo, lo encontré de pie. Se acercó a la ventana y frunció el ceño en aquella penumbra.

“Sabía que deberíamos hacer esto en la cabaña”, murmuró entre dientes. “Fue muy estúpido de mi parte venir hasta acá”.

“¿Abuelo?”.

“¿Qué?”.

“¿Qué quieres decir, por qué es estúpido?”.

El abuelo regresó a verme. En su frente se observaban unos surcos profundos. “No es nada de lo que debas preocuparte. Simplemente quería que fueras a la cabaña, pero el bastardo y terco de tu padre no quiso. Dijo que estabas muy enfermo”.

“¿Qué hay de malo con que vengas aquí?”.

“Es peligroso, nada más”. El rostro del abuelo ya no mostraba signo alguno de empatía o felicidad. “Si vas a aprender todo sobre esto, es lo primero que debes saber. Es peligroso. Es una lucha permanente por mantenerte oculto. Y no llegarás a mi edad sin haberte hecho de enemigos”.

Miré más allá del abuelo, en la oscuridad que reinaba afuera de mi ventana. Observé el brillo de la Luna. Todavía sentía dolor, pero la descarga de adrenalina había amortiguado lo peor. De repente, me di cuenta que nunca antes había visto al abuelo fuera de su cabaña.

“¿Qué clase de enemigos?”, le pregunté. “¿Hay personas detrás de ti?”.

El abuelo dejó escapar otra carcajada, aunque esta vez de ironía. “No sólo detrás de mí”, respondió. “De todo el clan. Siempre hay alguien. Cazadores en busca de un trofeo. Grandes compañías. Gente que mataría por tu piel. El gobierno. Hacemos lo mejor que podemos para mantener todo en secreto, pero no es suficiente. Las personas ven cosas, y hablan. Siempre nos descubren”.

De repente, el abuelo extendió un brazo y cerró las cortinas de la ventana. El brillo de la Luna quedó totalmente bloqueado. Se puso al final de mi cama, observándome fijamente.

“Si tenemos que hablar, lo haremos allá abajo”, gruñó. “No me quedaré aquí como tu niñera monstruo”.

Se dio la vuelta y salió de la habitación antes que tuviera oportunidad de responderle.

habitacion a oscuras

Nos sentamos en la sala, cara a cara. El abuelo se acomodó en un sillón próximo a la puerta principal, yo en el sofá. Todas las cortinas estaban cerradas. La bombilla en la parte superior de la sala iluminaba de amarillo el lugar. Una llovizna se había desatado en el exterior y acariciaba el cristal de las ventanas. Ocasionalmente un automotor transitaba por la carretera, momento en que el abuelo mostraba signos de tensión. Eran mínimos, intentaba ocultarlos, pero me daba cuenta.

Aún me sentía mal. Todo mi cuerpo dolía y la piel me picaba. Una sensación de debilidad me invadía. Sin embargo, hice mi mejor esfuerzo para dejar todo esto de lado. El miedo, adrenalina y emoción se concentraban en mi estómago. Tenía ganas de preguntar al abuelo por la máscara, y el motivo de que no la llevara puesta. Sin embargo, temía que se enojara como lo hizo en mi habitación. Por eso, hice otra pregunta.

“¿A dónde va mamá?”, le dije. “Quiero decir, cada vez que se aleja, ¿a dónde va?”.

“Se queda con un par de amigos míos”, respondió el abuelo. “Viejos amigos. Miembros del clan. También viven en el mismo bosque que yo, a unos 10 kilómetros de la cabaña. Ellos… me ayudan con ella. Me ayudan a mostrarle cómo se hace”.

“¿Y por qué no puede quedarse? ¿Por qué no hace lo mismo que tú?”.

El abuelo posó sus grandes ojos azules sobre mí. Se llevó una mano al mentón y se rascó la piel bajo la prominente barba canosa. “Lleva mucho tiempo controlar el cambio”, contestó tras un momento. “He vivido con esto por años, e incluso así tu padre aún quiere que me ponga esa cosa en la cara cuando estoy cerca de ti. Es para bloquear el olor en las peores noches”. El abuelo sacudió la cabeza. “No lo necesito, y me molesta que él piense que así es. Pero se lo permito. Lo dejo pasar por que él ha visto a tu madre cuando… cuando se convierte. Y sabe perfectamente lo terrible que puede llegar a ser”.

“¿Qué tan malo es?”.

El abuelo se disponía a responder, pero, en ese preciso instante se escuchó otro automóvil en la distancia. Hizo una pausa, enfocándose. El motor se volvía más ruidoso. Momentos después vi unas luces sobre las ventanas de la sala. El sonido del motor aumentó cuando pasó justo al lado de la casa. Podía escucharse el chapoteo de los neumáticos mientras se deslizaban por el asfalto mojado. El escándalo se desvanecía mientras avanzaba por el camino y, de repente, se apagó.

rostro de maniqui

El abuelo estaba congelado, su rostro evidenciaba un profundo estado de concentración. Tras un instante ladeó su cabeza a uno de los costados, creo que buscaba el sonido del motor volviendo a arrancar. No sucedió. Yo también lo hice y no logré escuchar la marcha. Afuera reinaba el sonido de la lluvia, que se hacía cada vez más intensa. El viento parecía apresurado mientras pasaba por la casa, produciendo un tenue susurro al atravesar los árboles en el jardín.

“Probablemente sea uno de los vecinos, abuelo”, le dije. “Creo que el auto…”.

Me callé al instante que el abuelo levantó la mano. Sacudió su cabeza. Los surcos en su frente se habían vuelto tan profundo que parecían cortes. “No”, murmuró tras una pausa. “Alguien viene”.

De repente, un escalofrío recorrió mi espalda. No había razón para que sintiera miedo, pero la tensión en el rostro del abuelo resultó contagiosa. Enfoqué las orejas hacia el origen del ruido, pero seguía sin escuchar nada. Sólo la lluvia.

“Abuelo, no es nada”, susurré. “No hay nadie allá…”.

La puerta del jardín crujía mientras se abría. El sonido era suave, pero nítido. El familiar chirrido de las bisagras oxidadas se sobrepuso al sonido del viento y la lluvia. La piel se me erizó con una sensación desagradable y el corazón empezó a acelerar. El abuelo ya se había parado. Con mucha cautela y sin hacer ruido se desplazó hasta la puerta de entrada de la sala.

A diferencia de la cabaña del abuelo, nuestra casa está ordenada. Sin embargo, sigue siendo una construcción antigua. El techo es bajo. Por eso, cuando se paró justo al lado de la puerta principal el abuelo tuvo que agacharse, de otra forma su cabeza habría golpeado arriba. La puerta de entrada era más pequeña que él, pero sus ojos se mantenían fijos sobre la ventana de cristal esmerilado justo en el centro. Cuando intenté levantarme del sofá, el abuelo volvió a extender su mano para indicarme que me quedara donde estaba. Segundos después, unos pasos hacían crujir nuestro camino de grava.

Contuve la respiración. Cada centímetro de piel se me erizó. También me enfoqué en la pequeña ventana de la puerta principal, esperando a ver movimiento del otro lado. Mientras tanto, intentaba convencerme de que no había nada que temer. Quizá se trataba de papá que había regresado por algo que olvidó. Resultaba un poco extraño que no estacionara el auto justo afuera de la casa, pero seguramente tenía alguna explicación, ¿o no? ¿quién más podría merodear en nuestra propiedad?

Todas estas suposiciones se apresuraron en mi mente cuando una sombra se dibujó del otro lado de la ventana en la puerta. Una silueta en la oscuridad. Contuve la respiración una vez más, sintiendo que el corazón golpeaba en mi caja torácica como un puño. Por un momento todo quedó en completo silencio.

Después, una mano golpeaba desesperadamente la puerta una y otra vez.

hombre atrapado en otra dimension

“¿Hola, hay alguien en casa?”. Era una voz de hombre. Nadie que pudiera reconocer. “¿Hola? ¿Podrían ayudarme? Vi una luz encendida”.

El abuelo se mantuvo completamente quieto. Mientras observaba la puerta su rostro parecía inmutable. El hombre insistió con más fuerza. Momentos después el sujeto volvió a hablar. Su voz parecía próxima al pánico.

“Por favor, si hay alguien ¿me permitirían utilizar su teléfono? Nuestro auto se descompuso y no tenemos señal. Por favor, mi esposa no se encuentra bien”.

El abuelo dudó por un momento. Después extendió la mano y abrió la puerta. Desde el lugar donde estaba sentado no podía ver al sujeto en la entrada, pero escuchaba todo con claridad.

“Muchas gracias. Siento causarle molestia, pero esto se ha vuelto una pesadilla. Nuestro auto se descompuso a unos metros de aquí y mi esposa no se siente bien. Tiene ocho meses de embarazo y nos dirigimos a la ciudad vecina a visitar a unos amigos, pero el teléfono no tiene señal. Tomé lo que creía era un atajo, lo sé fue algo estúpido, y después se encendió esta luz de advertencia en el tablero hace unos minutos y…”.

Observé el rostro del abuelo mientras el hombre hablaba sin parar. Su expresión era difícil de interpretar. Sin embargo, me pareció que algo de toda aquella tensión que tenía momentos antes había desaparecido.

“… si tiene un celular o una línea fija me sería de mucha ayuda”, el hombre continuó, “… así puedo hacer una llamada rápida al seguro y no le daré más molestias, siento mucho haberlo molestado, de verdad…”.

“¿Qué es eso en tu mano?”, preguntó el abuelo con una voz ronca que minimizó el balbuceo del hombre. Observé su rostro, pero su expresión se mantenía igual.

“Oh, esto. Es un walkie talkie”, respondió el hombre. “Siempre me preocupa la seguridad. De hecho, me preocupa más de lo debido. Mi esposa dice que soy un paranoico. Cierta ocasión nos quedamos sin gasolina en el medio de la nada y desde entonces cargo un par de estos, un botiquín de primeros auxilios y algo de ropa extra. Ya sabes, por si acaso. Nunca se sabe cuando estas cosas podrían ser útiles. De hecho, eso me recuerda…”, guardó silencio por un instante. Segundos después escuché un pitido. “Hola cariño, soy yo”, dijo el hombre. “Un buen hombre calle abajo acaba de abrir la puerta, llamaré al seguro y regresaré pronto, ¿está bien? Cambio”.

Tras un instante, un tono de voz femenino afectado por la interferencia respondió:

“Está bien, pero apúrate. No me siento nada bien, Tim. Cambio”.

“Así será, cariño. Lo prometo”.

bandada de pajaros silueta

Hubo un momento de silencio, y luego el abuelo suspiró. Mostraba algo de hartazgo, pero cualquier señal de tensión se había esfumado de su rostro. “Bueno, entra entonces”, dijo. “Puedes usar el teléfono, pero será mejor que sea rápido pues mi nieto tampoco se encuentra bien”.

Se quitó de la entrada. Instantes después, el hombre ingresó a la sala. Cualquier remanente de miedo desapareció en el momento que lo vi. Su estatura apenas superaba el ombligo del abuelo. El poco cabello que le quedaba estaba completamente pegado a su frente a causa de la lluvia. Y sus gafas cubiertas por gotas de agua. La gabardina escurría sobre la alfombra. Apenas me vio, levantó nerviosamente la mano para saludarme y empezó a balbucear nuevamente.

“Hola, soy Tim. Siento molestarlos, sólo necesito hacer una llamada rápida y me iré, mi esposa y yo estamos atravesando por una pesadilla, realmente…”.

El abuelo empujó su teléfono celular a las manos del hombre, cortando su discurso sin clemencia alguna. “Aquí tienes, puedes usar este”.

“Perfecto, muchas gracias”. Tim observó al abuelo con los ojos llenos de gratitud. “Seré breve, lo prometo”.

Toca algunas veces la pantalla del teléfono y después se lo lleva al oído. Me sonrió y le devolví el gesto. El abuelo se mantuvo cerca de él, observándolo. No dijo nada ni me miró. Tras algunos segundos de espera, Tim empezó a hablar.

“Hola, es Tim Farris… sí, creo que necesitamos que alguien venga y nos ayude, temo que… sí, tuvimos problemas con el automóvil, estamos cerca de…”, el balbuceo incesante de Tim no paraba. Tras un minuto de conversación, sacó una tarjeta de su billetera y empezó a dictar unos números. Tomé conciencia nuevamente del dolor que me afectaba el cuerpo. La adrenalina ya había desaparecido, y ahora experimentaba una sensación de vacío en el estómago. Como si no hubiera comido nada. La piel me picaba y resistí el impulso de rascar mis brazos.

Procurando distraerme, observé al abuelo. De pronto, parecía muy incómodo. Estaba en el mismo sitio que antes, observando a Tim, pero no dejaba de mover los pies. Como si le resultara imposible mantenerse quieto. Se pasaba constantemente la mano por la barba y sus ojos se mantenían fijos sobre el hombre que hablaba por teléfono.

Cuando Tim colgó el teléfono y lo devolvió al abuelo, experimenté una sensación de alivio. “Genial, enviarán a alguien pronto”, dijo Tim. “Llamarán nuevamente en cinco minutos para confirmar unos datos. Lo siento otra vez, pero, ¿creen que podría quedarme a esperar la llamada?”.

hombre observando

El abuelo respondió con un gruñido. Tim se volvió hacia mí y sonrió. “¿Y cómo dices que te llamas, amigo? Tu abuelo mencionó que no te sentías bien.

Asentí. “Soy Jaime, creo que tengo gripe”.

Tim frunció el ceño y asintió con la cabeza. “Qué cosa más molesta. Entonces, ¿están solos en casa? ¿Papá y mamá salieron?”.

Iba a responder, pero me detuve buscando la mejor manera de decirlo. No podía decir a un desconocido donde se encontraban mamá y papá, pero, al mismo tiempo no podía ignorar la pregunta. Observé al abuelo, estaba frunciendo el ceño con el teléfono en la mano. No estaba escuchando.

“Ellos, salieron esta noche”, respondí al poco tiempo. “Fueron a una cena en el centro de la ciudad”.

“Oh, qué bien, muy bien. Bueno, ojalá que su auto sea un poco más confiable que el mío, ¿no? Estarán fuera toda la noche, ¿verdad?”.

Tim me sonrió. Fuera de la casa, el viento soplaba con mayor intensidad. Unas gotas gordas de lluvia golpeaban las ventanas con furia. Abrí la boca, sin saber muy bien lo que iba a responder. Pero, antes de que tuviera oportunidad, el abuelo me interrumpió”.

“Tu llamada nunca sucedió”.

“¿Qué?”, exclamó Tim mientras volteaba a ver al abuelo.

“La llamada que acabas de hacer. No se hizo”.

“Disculpe, ¿qué quiere decir?”.

Los enormes ojos del abuelo se posaron fijamente sobre Tim. Empezó a observarlo sin parpadear. “Lo que quiero decir es que la llamada que hiciste sólo duró tres segundos. Está justo aquí en el historial. Marcaste un número, después colgaste casi de inmediato. ¿Por qué?”.

“Oh, lo siento. Yo no…”, respondió Tim con desconcierto. Sus ojos iban del rostro del abuelo al teléfono que tenía en su mano. “Es extraño”, dijo tras un instante. “Quizá sea algún error. Definitivamente hice esa llamada. Quizá el teléfono no lo registró correctamente o… bueno, ¿estás seguro de que revisaste bien?”.

“Sé exactamente lo que estoy viendo. La llamada no se hizo. Lo que significa que fingiste hablar con otra persona. Y quiero que me digas por qué”.

arbol solitario en medio de un lago

Tim observó al abuelo. Abrió la boca, pero no dijo nada. El viento parecía aullar cortado por los aleros de la casa. La lluvia seguía intensificándose. Hubo un instante en que todo se quedó quieto, y el único ruido que pude escuchar era el latido de mi corazón. Después, todo sucedió en un instante.

Tim se llevó el walkie talkie a la boca y presionó el botón. Retrocedió por la sala hasta la puerta principal, gritando por el aparato mientras se movía”.

“Ahora, entren ahora, el niño también está aquí…”.

La mano del abuelo salió disparada y le arrebató el walkie talkie al desconocido. El aparato se estrelló contra una pared y cayó en la alfombra, donde crujió y quedó en silencio.

El abuelo se movió con una destreza increíble. Acortó la distancia entre él y Tim de un solo paso, apoderándose de la cabeza de aquel hombre con sus dos manos. Las gafas de Tim resbalaron de su cara. Empezó a gritar. El sonido cesó cuando el abuelo giró ambas manos bruscamente hacia la derecha, rompiéndole el cuello con un movimiento impecable. Soltó la cabeza y Tim se desplomó en el suelo.

Afuera, escuché el sonido de un motor arrancando a la distancia. El abuelo regresó a verme, sus ojos azules resplandecían en la oscuridad.

“Arriba”, dijo. “Tenemos que salir de aquí”.

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