La historia del taxista y la anciana

Parafraseando a la madre de Forrest Gump, el inolvidable personaje interpretado por Tom Hanks: “mamá siempre decía que la vida es como una caja de chocolates. Nunca sabes qué te va a tocar”. Y es verdad, resulta imposible predecir las experiencias de nuestras vidas que nos tocarán el alma de una manera especial.

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Cuando nos levantamos para empezar el día, puede ser que estemos a punto de vivir uno de los días más importantes de nuestras vidas, sin siquiera sospechar lo que está por suceder. Este taxista de Nueva York estaba viviendo un día como cualquier otro, sin saber que su próxima llamada cambiaría su vida para siempre.

 

Una pasajera para recordar.

Esta historia empieza cuando un taxista es requerido en determinada dirección de la ciudad para hacer un servicio:

“Cuando llegué al lugar toqué el claxon, como acostumbro a hacerlo, pero nadie salió. Toqué una segunda vez y nada. Empecé a impacientarme, sobre todo porque era mi último servicio y estaba a punto de retirarme a descansar. Pero, por alguna razón, decidí quedarme. Y cuando toqué el timbre, la voz frágil de una anciana al otro lado me dijo: ‘un momento, por favor’.

Pasó un poco de tiempo para que se abriera la puerta y cuando finalmente lo hizo, una señora delicada estaba parada frente a la puerta. Debía tener, por lo menos, 90 años, y llevaba una pequeña maleta en sus manos. Con la puerta abierta, pude ver el apartamento y me quedé sin palabras.

Parecía que ese lugar había estado vacío desde hacía mucho tiempo. Había sábanas cubriendo los muebles y las paredes estaban completamente desnudas: no figuraba ningún reloj, fotografía, nada. Lo único que pude distinguir fue una caja hasta el tope de fotos y recuerdos arrumbada en un rincón.

La anciana finalmente rompió el silencio y solicitó: ‘por favor, joven, ¿podría cargar mi maleta hasta el auto?’ Tomé la maleta y la puse en el maletero. Regresé a la puerta, le extendí el brazo y la llevé hasta el coche. Ella se mostró agradecida por la ayuda a lo que respondí: ‘trato a mis pasajeros del mismo modo que trataría a mi madre’. Ella sonrió y respondió ‘eres un buen muchacho’.

Entró en el taxi, me dio la dirección a la que necesitaba ir y me dijo que fuera por el centro de la ciudad. ‘Pero ese no es el camino más corto hacia su destino’, le dije. ‘De hecho, se aleja bastante del camino’. ‘No te preocupes’, respondió. ‘No tengo prisa. Voy a una casa de retiro’.

Me resultó un poco extraño que haya dicho eso. Recuerdo haber pensado para mí mismo: ‘una casa de retiro es el lugar al que las personas van a morir’. La señora continuó: ‘ya no tengo familia y el médico me dijo que no me queda mucho tiempo de vida’. En ese momento apagué el taxímetro y le pregunté: ‘¿qué camino desea la señora que hagamos?’.

Pasamos dos horas conduciendo por la ciudad visitando todo tipo de lugares. Ella me mostró el hotel en el que había trabajado como recepcionista, la casa que su esposo fallecido y ella compraron cuando se casaron y el estudio de danza que frecuentaba cuando era joven.

Cuando pasábamos por determinadas calles, me pedía que condujera despacio y miraba por la ventana como un niño curioso, en total silencio. Manejé hasta que cayó la noche y la anciana finalmente me dijo: ‘estoy cansada. Podemos ir a mi destino ahora’. Ninguno dijo palabra alguna mientras recorrimos el camino a la dirección que me había dato.

El asilo era mucho mejor de lo que imaginé. Cuando llegamos a destino, dos enfermeras salieron para saludar. Ayudaron a la señora a sentarse en una silla de ruedas y cargaron su maleta. ‘¿Cuánto te debo por el paseo?’, me preguntó mientras abría su bolso.

‘Nada’, le respondí. ‘Pero es tu trabajo’, me dijo la señora. Le sonreí, ‘hay otros pasajeros’, y sin pensarlo le di un fuerte abrazo. ‘Hiciste a una señora muy feliz en sus últimos días. ¡Gracias!’, me dijo con los ojos llenos de lágrimas. Le extendí la mano para despedirme y partí.

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Aunque mi próximo turno ya había empezado, me encontré conduciendo sin rumbo por la ciudad. No quería hablar con nadie más. ¿Qué habría sucedido de no atender la llamada? ¿Qué habría sucedido si hubiera tirado la toalla y me hubiera ido?

Cuando recuerdo aquella noche, realmente creo que fue una de las cosas más importantes que hice en la vida. En nuestras vidas llenas de caos, siempre nos enfocamos en los momentos grandes e impresionantes. Pero creo que los momentos más tranquilos y esas pequeñas acciones son lo que realmente cuenta. Deberíamos darnos un tiempo para aprovecharlos más. Deberíamos ser pacientes y esperar un poco antes de tocar el claxon. Quizá así veríamos lo que verdaderamente importa”.

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13 comentarios en «La historia del taxista y la anciana»

  1. Pensé que era una viejita rica a punto de morir o un fantasma (y que el destino final era el cementerio), pero ni uno ni otro :/ Solo una simple historia de un alguien haciendo una buena acción (y desperdiciando su tiempo y dinero) 2 horas manejando, se echó mas de medio tanque de gasolina 🙁

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  2. Soy una salvaje materialista… todo el tiempo estuve en vilo esperando que narrara la llegada de una carta en donde le heredaba la casa con todo y los sacrosantos recuerdos…!!!

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