La deuda

Cuentan por ahí que si una persona muere trágicamente y en su corazón existía rencor, ese lugar queda marcado por la sed de venganza, por las ansias de querer cobrarse una deuda.

En el siglo XVIII ocurrieron muchos sucesos de este tipo que marcaron las principales calles de la ciudad. Éste es el caso de lo que hoy conocemos como la calle de Santa María, en donde en aquella época se ubicaba una taberna muy famosa, porque justamente en ese sitio se reunían los maleantes más temidos de entonces.

bruja aterradora

Se cree que la verdadera razón por la cual la taberna se volvió famosa, fue por el temor que tenían las autoridades de entrar, pues según dicen, ahí apuñalaban a cualquier representante de la ley que quisiera poner orden.

Pedro era el hampón más conocido por todos; además de ser certero con su espada, siempre llevaba la cartera llena de oro, por lo que muy a menudo pagaba la cuenta de cuanto maleante estuviera en la taberna. Cierta noche Pedro invitó a unos cuantos a que siguieran bebiendo en su casa; quienes recibieron la invitación fueron con gusto.

Para llegar hasta el lugar, tuvieron que atravesar el cementerio, lo cual hicieron con burlas y empujones, moviendo una que otra lápida y pateando cuanta tierra tuvieran enfrente, muestra de que el respeto no iba de la mano con ellos.

Ya entrada la noche y bastante pasados de copas, se abrió con violencia una de las ventanas, dejando entrar un aire aterrador. Los presentes se sintieron intimidados y le pidieron a Pedro que cerrara la ventana, pero éste se negó argumentando que disfrutaba los lamentos de los muertos, que eran como un coro para sus oídos y que de ellos vivía feliz. Y no estaba tan equivocado, porque lo que nadie sabía es que Pedro obtenía su oro de aquellas personas que ya no podían defenderse.

Pero como sus compañeros de copas no soportaron más sus palabras, tomaron sus pertenencias y salieron del lugar. Esto no le importó a Pedro, quien estaba seguro de que pronto enterrarían a uno de los viejos más ricos de la ciudad, lo que seguramente le dejaría una cuantiosa fortuna.

Ese momento no tardó mucho en llegar, pues el viejo estaba tan enfermo que al cabo de tres días ya celebraban su sepelio. Pedro esperó a que anocheciera para poder profanar la tumba del rico hombre y como era de esperarse, aquél fue enterrado con sus joyas más preciosas y con finas vestiduras. De todo se apropió el ladrón.

Aquel robo parecía todo un éxito, a no ser porque en aquella ocasión su vecina lo sorprendió. Claramente el ladrón vio cómo la anciana lo observaba fijamente tras la ventana, llegando con esto a desatar su furia contra ella. En cuanto el día llegó, se presentó hasta su puerta insultándola y advirtiéndole guardar silencio.

Esa mujer tenía fama de ser bruja y recordemos que en aquella época se castigaban a todas aquellas personas que se creía tenían pacto con el diablo. Pero tal vez la mujer se hubiera salvado de la Inquisición si no hubiera sido porque Pedro le dio más fama de la que ya tenía, le hizo creer a todos que él era testigo de sus actos de hechicería y pronto los inquisidores fueron a apresarla.

Su condena sería la horca, y para ayudarla a salvar su alma del infierno, la enterrarían en el cementerio junto al viejo que había muerto días atrás. Pedro estaba feliz porque sabía que con su muerte su secreto estaría a salvo. Él fue de las pocas personas que estuvieron presentes en su condena. Justo en el momento de la sentencia, la mujer le lanzó una mirada desafiante y después de unos segundos ésta se clavó ya sin vida en los ojos del profanador.

Y en cuanto llegó la noche, un aire se dejó sentir en toda la casa de Pedro. El hombre recordaba vagamente que la bruja llevaba en el cuello un amuleto, el cual debía valer algo, pues se veía bastante antiguo. Por mucho que intentó contenerse, esa misma noche estaba en el cementerio al pie de la tumba. No tuvo que cavar mucho, así como tampoco invertir mucho esfuerzo en destapar su tumba, ya que la mujer había sido enterrada sin ataúd, de modo que después de unas cuantas paladas ya estaba frente al valioso amuleto.

Pedro tomó el amuleto y sin darle importancia a la tumba, la tapo como pudo, pero en cuanto llegó a su casa escuchó un terrible gemido.

“¡Pedro!”, parecía oírse en el viento.

Aquel lamento provenía del panteón, Pedro comenzó a sentir miedo y encendiendo una vela se asomó por su acostumbrada ventana para ver si podía ver algo; pero nada, no alcanzaba a ver a nadie en el lugar. Se fue hasta su cama y ahí comenzó a intensificarse el lamento. Al asomarse nuevamente por la ventana, pudo ver sobre las tumbas una sombra que se movía con gran facilidad, unos segundos bastaron para que esta sombra estuviera posada frente a él, sosteniéndose en el aire y mirándolo fijamente a los ojos; se trataba de aquella anciana que había sido condenada. Pedro estaba paralizado y poco pudo hacer para recobrar las fuerzas. Sentía que esa mirada lo absorbía.

—Tienes una deuda conmigo —dijo el espectro de la anciana—. No sólo has provocado mi muerte, sino que además has profanado mi tumba.

—No, ¡tú estás muerta! —dijo con temor Pedro.

—He venido a cobrar la deuda.

La leyenda cuenta que Pedro amaneció muerto, y cuando las autoridades determinaron la causa de su deceso, se supo que había sido de un paro cardiaco. El temor de este hombre debió ser muy grande como para acabar de esa manera.

Pero la historia no acaba ahí, pues según se dice, a partir de esa noche se dejaron escuchar lamentos provenientes de un hombre y minutos después de esto, se veía claramente que dos sombras llegaban juntas al panteón y entrando juntos a una tumba, en donde se suponía descansaba la anciana.

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