Historias de un repartidor de pizza (Parte I)

Estoy completamente seguro que si la compañía para la que trabajo se entera que he escrito esto, seré despedido de inmediato, por ello es que este texto es intencionalmente vago. Me llamo T y trabajo como repartidor de pizza en un pueblo al interior del norte de Canadá. Escribo esto aquí después de terminar mi turno y prácticamente estoy cagado de miedo, así que por favor disculpa mis errores de escritura.

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El pueblo donde hago entregas es una zona rural con alrededor de 25 mil personas esparcidas en la falda de una enorme montaña. Muchos de los habitantes se dedican a la agricultura, son leñadores y cosas por el estilo. Tenemos una pequeña universidad aquí, por lo que también suelen vivir jóvenes de otras ciudades cercanas. Contrario a lo que sucede con la mayoría de las pizzerías con servicio a domicilio, en la que yo trabajo te permite pedir una pizza aunque estés fuera de la ciudad, siempre y cuando estés en el radio de los 50 kilómetros de distancia que estipula la empresa.

El restaurante ofrece esto pues muchas personas viven en sus granjas fuera del límite de la ciudad. Evidentemente, esto hace que los repartidores nos alejemos de la matriz durante largos periodos de tiempo. En esas entregas distantes, no se espera que regresemos en al menos una hora, por lo que solo después que transcurre ese tiempo el jefe nos llama para ver si todo anda bien. Y para hacer aún mejor las cosas, abrimos hasta las 5 a.m. todos los días. Toda esta situación hizo que fuera testigo de muchas cosas extrañas y aterradoras durante mis años de trabajo. Jamás le conté a nadie, pero después de este turno tengo que sacarlo todo. Estoy prácticamente seguro que por poco me asesinan esta noche.

El turno empezó como cualquier martes por la tarde: recibiendo propinas miserables y deprimiéndome cada vez más por mi carrera como repartidor. Ya había hecho varias entregas fuera del área para esos malditos campesinos que ni siquiera me dieron propina. Cuando la computadora de la tienda dio un pitido para informar que había una nueva entrega, ya estaba seguro de que sería fuera del área. Así fue, se trataba de una casa que jamás había hecho un pedido antes ubicada exactamente a 50 km de la matriz. Muy irritado, miré la alerta de pedido especial y me sentí un poco mejor.

“BUENA PROPINA SI SE CUMPLEN LAS SIGUIENTES INSTRUCCIONES: lleve la pizza al interior de la casa en la habitación del segundo piso, la puerta estará abierta”. Las instrucciones de ese tipo no son raras, algunas personas son demasiado perezosas. Emocionado porque finalmente recibiría una propina decente, salí a velocidad record con el carro. Ni siquiera me detuve a tomar un café, como generalmente lo hago en esos viajes largos.

Después de conducir durante aproximadamente 25 minutos por un camino de terracería, llegué al punto donde mi GPS indicaba la dirección correcta. No vi ninguna casa alrededor en al menos los últimos 5 kilómetros pero, repito, eso no es nada raro aquí. Mientras estacionaba frente a la casa no té que las paredes estaban muy dañadas. Desde el camino parecía normal, pero cuando me acerqué pude darme cuenta que nadie había vivido allí desde hacía un buen tiempo. La casa tenía dos pisos, le faltaba parte del tejado y tenía varias ventanas rotas. Es más, ni siquiera tenía una puerta de entrada.

“Abierta mis bolas”, susurré mientras abría la puerta del carro y caminaba a la parte trasera para tomar la pizza. Mientras lo hacía pude escuchar un ruido que me erizó todos los pelos del cuerpo. De la ventana del segundo piso en la extrema izquierda, justo donde quedaba la habitación donde debía entregar la pizza, emanó una risa. Pero lo que me puso todo gallina es que no se trataba de una risa normal del tipo “es tan divertido”. La única forma en la puedo describir es que parecía que alguien nunca había escuchado una risa en su vida y estaba intentando imitar una risa real. Parecía tan… fingida. Era un largo “haaaaaaaaa” seguid por una “HA” corto y alto. Todo en esa risa era muy extraño.

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Todo cagado de miedo fui hasta la puerta y solté un “¿hola?” bastante débil. No importaba lo mucho que lo intentaba, ese sonido extraño se anidaba en mi cabeza. Después de esperar unos 30 segundos, escuché una respuesta: “tengo hambre, rápido ven”. Les garantizo que leyendo esa frase les parecerá inofensiva, pero el hecho de que lo que fuera que estuviera allá arriba haya hablado hizo que entrara en pánico solo de pensar en ingresar a la casa. La forma en que la frase fue dicha parecía inhumana y errada, el ritmo de la voz no tenía ningún compás y parecía muy tensa. No tengo que decirles que no me quedé allí para descubrir quién estaba en el segundo piso. Dejé la pizza en el suelo y salí corriendo lo más rápido que un humano ha podido correr en la historia. Aunque escribo esto desde la seguridad de mi casa, todavía estoy tenso y tengo miedo.

¿Qué crees que era? ¿Soy un cobarde por no haber subido allí, crees que probablemente no era más que un viejo gordo que no quería salir de la cama? Otra vez, disculpas por las groserías y los errores de escritura.

– T

 

Como pueden apreciar se trata de una serie, es obra del usuario feathand en Reddit. A diferencia de “Grabaciones de papá” parece que estas no llevan una cronología, sino que más bien son historias sueltas y cortas. Hasta la fecha se han publicado tres y trataré de traducir las dos restantes en los siguientes jueves. En resumen: no se emocionen tanto.

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19 comentarios en «Historias de un repartidor de pizza (Parte I)»

  1. Lo que impresiona de la historia es como una pizzeria rparte a 50 km y ademas llega en 25 minutos,
    eso quisiera poder hacer cuando voy a trabajar…….. lo demas basura

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  2. Yo tengo varias historia de cuando era repartidor de pizzas cuando iba en el CONALEP, era para sacar varo para invitar a la Britany al tiaguis a pensar cosas. Ay de mi si no me la llevaba.

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  3. Lo que estamos de acuerdo que este tipo de sagas empieza bien……….pero termina de mala manera y casi sin sentido….como el argumento de BvsS, pero sin la guerra de chistes de Civil War.

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