H. H. Holmes y su castillo de la muerte

Herman Webster Mudgett nació en 1861 en la comunidad de Gilmanton, New Hampshire, en los Estados Unidos y como sucede con muchos de los niños que muestran un buen rendimiento en la escuela, sufría de bullying. Cuando sus compañeros supieron que le tenía pavor al médico de la localidad, lo obligaron a irrumpir en el laboratorio del doctor donde quedó frente a frente con un esqueleto humano.

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Se dice que en ese instante nació la fascinación por la muerte en un ser humano que más tarde construiría un edificio con 100 habitaciones llenas de trampas para emboscar a sus huéspedes, matarlos y vender sus cuerpos.

Cuando inició la carrera de médico, en 1882, empezó a hurtar cadáveres de los cementerios para venderlos de forma ilegal a la facultad. Además, desfiguraba los cuerpos asegurando muerte accidental. Así, sacaba provecho de la venta de cuerpos y del seguro de vida de sus víctimas, mientras satisfacía sus oscuros placeres.

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La clase de medicina de 1884 de la Universidad de Míchigan

Tras recibirse, Mudgett pasó los años posteriores cambiando entre diversas ciudades, empleos y esposas así como dando golpes que tenían que ver con la falsificación de máquinas, fraudes inmobiliarios e incluso promesas de cura. En ese periodo, para que no lo asociaran con sus crímenes pasados, cambió su nombre y adoptó el del Dr. Henry Howard Holmes.

Holmes se instaló en Chicago en 1886 y empezó laborando para una farmacia. Al poco tiempo la dueña del establecimiento, Elizabeth S. Holton, quedó viuda. Holmes la convenció de que le vendiera el negocio y, una vez hecha la transacción, la mujer despareció y jamás se le volvió a ver. Se cree que fue su primera víctima fatal.

A continuación, Holmes dedicó su vida a construir su proyecto más ambicioso, el Castillo. Se trataba de un edificio gigantesco de tres pisos que contenían tiendas, la antigua farmacia, su consultorio y más de 100 habitaciones para huéspedes. Las personas encargadas de la construcción eran cambiadas periódicamente, de modo que solo Holmes conocía el edificio en su totalidad.

Las habitaciones eran equipadas con trampas letales. Una de ellas expelía chorros de gas venenoso y otra era una habitación sellada donde la persona moría de asfixia. Había pasajes secretos y trampillas para llevar los cuerpos hasta el sótano, donde Holmes desollaba, disecaba y quemaba los cadáveres. Algunos fueron vendidos a la misma universidad donde se había formado.

En el sótano había instalado un horno con chorros combinados de aceite y vapor. Holmes llegó a asegurar que asesinó a por lo menos una persona en este lugar, quemándola.

Holmes acostumbraba a torturar a las víctimas (encerrándolas sin comida en las habitaciones) y las obligaba a firmar documentos donde le cedían todas sus posesiones. La mayoría eran mujeres que buscaban un trabajo en el Castillo. Durante una exposición en 1893, el edificio albergó a decenas de huéspedes, que fueron exterminados poco a poco.

Así luce el Castillo en la actualidad
Así luce el Castillo en la actualidad, sirve como Oficina Postal de los Estados Unidos. Puedes verlo en Google Street View haciendo clic aquí.

Holmes terminó en prisión por fraude al intentar vender un caballo que no era suyo. En la prisión, conoció a Marion Hedgepeth, a quien le confesó un plan para fingir su muerte y quedarse con el dinero del seguro. Hedgepeth lo contactó con un abogado que podía ayudarlo en el golpe. Posteriormente, como Holmes no pagó por la ayuda prestada, Hedgepeth le informó a la policía sobre el plan.

Cuando quedó en libertad, Holmes mantuvo su plan en pie, pero con una alteración: quien fingiría su muerte era el contratista Benjamin Pietzel, uno de sus compinches. Ambos se repartirían el dinero, pero Holmes aprovechó la oportunidad y asesinó a su colega de verdad, además de a tres de sus cinco hijos. Después, con su particular estilo de vida nómada, huyó con el dinero.

Con el antecedente de la denuncia de Hedgepeth, Holmes quedó en el radar de la policía, que ingresó al Castillo y descubrió las habitaciones. Tras una serie de investigaciones, el hombre confesó 27 asesinatos – entre ellos el de Benjamin, crucial para su condena – y seis intentos de homicidio. Sin embargo, él mismo aseguró que el número podía ser mucho mayor. Las estimaciones llegan a 200 víctimas plausibles.

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Una de sus frases más conocidas fue “I was born with the devil in me“.

Lo condenaron a la horca y cumplió condena el día 7 de mayo de 1896. Su única solicitud fue que lo enterraran muy profundo, pues temía que alguien robara su cadáver.

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