Miguel Hernández: enterrado vivo

Una víctima de un ataque al corazón, fue pronunciado muerto por los doctores de “urgencias” y fue enterrado dos días después por su afligida familia… ¡pero Miguel Hernández aún estaba vivo! Por 72 horribles horas, el hombre de 52 años, empleado de una gasolinera de Ciudad Juárez, estuvo despierto apresado en su tumba a dos metros de profundidad, hasta que una providencial inundación súbita del río, causó un desliz de lodo, barrió su ataúd y decenas de otros más del cementerio, y los lanzo junto a una carretera.

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Un joven camionero lo encontró tirado, atontado, entre los cadáveres y lo llevó al hospital. Desde su cama en la unidad de cuidados intensivos, Hernández contó su tragedia: “Me desperté en una oscuridad total, no podía moverme, sentía un gran peso sobre mi pecho. ¡Esto es la muerte!, pensé, pero no hay ángeles ni paz, nada de esas cosas que oí acerca del cielo, sólo silencio y desesperación. Este lugar es donde mi alma pasará la eternidad. ¡Empecé a llorar de desesperación, yo estaba muerto, estaba solo!

“«¡Esto no puede ser!», grité. Pero mi voz regresó como un eco sin vida. De pronto una gota de agua cayó sobre mi frente y escurrió por mi mejilla. Yo sabía que no eran mis lágrimas, y entonces pude mover mis brazos, que estaban cruzados sobre mi pecho.

“Los recuerdos inundaron mi mente. Recordé el terrible dolor en mi pecho, a mi esposa Dolores gritando: «¡Dios mío! Miguel tiene un ataque! Recuerdo el sonido de la ambulancia y a los hombres poniéndome en la camilla… entonces… nada. ¡No estoy muerto!, suspiré con ardor.

“¡Estoy vivo!, pero el verdadero horror de mi situación explotó en mi cerebro. No estaba muerto, pero había sido enterrado vivo. Era un cuerpo viviente que agonizaba. ¡Empujé hacia arriba tan fuerte como pude la tapa de mi ataúd… no se movió. Pateé los lados, pero eran tan duros como piedra. El aire era pesa¬do y húmedo, era como respirar agua. Mis pulmones me dolían con cada respiración; después volví a perder la conciencia.

“Cuando desperté, sentí el movimiento, como si mi ataúd fuera una canoa en un mar rugiente… Un nuevo horror… el lodo se filtraba por todos la¬dos… ¡Yo me ahogaría en lodo! Mi ataúd continuó su viajar, ¿a dónde?, no lo sabía… Recé dando gracias a Dios por haberme salvado la vida dos veces y rogándole que me salvara una vez más. De pronto, yo estaba rodando de un lado a otro. La tapa de mi ataúd se partió y pude ver el cielo, y sentir el aire fresco.

Aterricé en el suelo, ¡libre de mi prisión de madera y clavos! Alrededor mío, los cadáveres estaban regados, pero ¡yo estaba vivo! ¡Vivo, vivo! Grité pidiendo ayuda y entonces sentí una mano sobre mi hombro. Un joven me dijo: «¡Cálmate, viejo! ¡Es un milagro!» Aunque yo estaba débil y asustado, le contesté: «¿Por qué me llamas viejo? ¿No ves que mi cabello es tan negro como el carbón?» Él contestó: «No, señor, está tan blanco como la nieve»”. Por el pavor, Miguel encaneció en pocas horas, pero hoy su pelo ha vuelto a ser negro.

Fuente: Insólito.

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