Alguien está escribiendo…

Conocí a Vincent Smith cuando teníamos unos 12 años, éramos vecinos de al lado. Yo acostumbraba a salir a mi jardín a jugar fútbol solo, pateando la pelota contra el muro. Fue en uno de esos momentos que conocí a Vincent. Demoré un poco en darme cuenta de sus anteojos mirándome desde la ventana de su cuarto. Cuando lo vi, lo saludé con la mano. El respondió el saludo y abrió la ventana para conversar conmigo.

soledad

Hablamos sobre muchas cosas: intereses, comida favorita, juegos, todo tipo de cosas. Le pregunté a Vincent si podría venir a mi patio a jugar fútbol conmigo. Él rechazó la invitación cortésmente, diciendo que sufría de un asma terrible, entre otras enfermedades, y que sus padres se rehusaban de forma absoluta a dejarlo salir de casa, o a dejar que alguien entrara en ella. Me preguntó si tenía una cuenta en Facebook, me dijo que le gustaría agregarme como amigo para mantenernos en contacto.

Abrí mi Facebook más tarde durante la noche y acepté la invitación de amistad de Vincent, a partir de ahí, nos quedamos conversando. Desde ese día en adelante, básicamente esta fue la manera como progresó nuestra amistad. Asistía a la escuela en la mañana, terminaba las clases, llegaba a casa e iba directo a Facebook para hablar con Vincent. Así pasaron cerca de 5 años. Desafortunadamente, las enfermedades de Vincent empeoraron y se puso realmente enfermo.

Hasta que un día, lo inevitable sucedió. No había hablado con Vincent durante muchos días. Iba a pasar algún tiempo a mi jardín, esperando que abriera la ventana y me dejara saber que se encontraba bien. Nunca lo hizo. En lugar de eso, su padre vino hasta mi casa una noche de sábado y me entregó una pequeña invitación para un funeral. “Él nos contó lo mucho que ustedes tenían en común”, me dijo su padre. “Hasta donde sabemos, tú eras su único amigo”.

El funeral fue muy conmovedor. Hice mi mejor esfuerzo para contener las lágrimas, pero perdí el control cuando Fields of Gold (su canción favorita) comenzó a sonar mientras se llevaban el ataúd. Luego de su funeral, todavía con el luto, decidí tomar una cerveza y salí a despejarme a mi jardín donde había conocido a Vincent, en su memoria. Me sentí extraño al saber que la habitación desde donde hablamos por primera vez ahora estaba vacía.

Pero por más tristeza que sintiera, yo sabía que estaba en un lugar mejor. Un lugar donde sus enfermedades ya no podían afligirlo. A pesar de esto, su muerte llegó de forma tan repentina que el funeral simplemente no me convenció de que se había ido. Quizá necesitaba de algún tipo de “despedida”, sólo para tener la certeza de que Vincent se había marchado, y que no regresaría jamás. Entonces, aquella misma noche, entré en Facebook, una vez más, abrí la ventana de conversación de Vincent y escribí: “Hola Vincent”. En ese momento me di cuenta de lo tonta que era, me levante de la silla y me fui a la cama. Dejé mi Facebook abierto, en caso de que alguno de mis amigos tuviera algo importante que decirme.

Sucedió algo que heló completamente mi espalda. La única luz que se emitía aquella noche en el cuarto era la de la computadora, y cuando miré hacía ella, en la ventana de conversación de Vincent aún abierta, vi las palabras “Vincent está escribiendo…

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