Tú no eres tú, ni yo soy yo

La sensación de individualidad, lejos de filosofías, intuiciones o conversaciones amenas y divertidas, es casi una ilusión cognitiva. Y no sólo psicológicamente, sino que incluso de forma física: todos los átomos de nuestro cuerpo son reemplazados por otros diferentes cada siete años o menos.

Tú no eres tú, ni yo soy yo.

Tampoco es fácil distinguir a nosotros mismos como individuos en el nivel biológico: tan sólo en su boca, en este momento, viven más de 700 tipos de bacterias. Nuestra piel y las cejas también son el hogar de grandes colonias de microbios. Y nuestro intestino es, sin exageración, un universo de bacterias.

Sí, todavía hay partes de nuestro cuerpo que podrían considerarse son “nosotros”, pero muy pocas: el cerebro, la médula espinal y la sangre, por ejemplo. Sin embargo, en nuestro cuerpo viven más organismos que personas habitando la Tierra. Incluso superan el número de estrellas en la Vía Láctea.

Scott Sampson, paleontólogo y biólogo evolutivo, abunda sobre el tema en el libro “This Will Make You Smarter“:

“Y para añadir aún más interés a las cosas, la investigación microbiológica demuestra que estamos en una relación de dependencia total en nuestra convivencia con las bacterias (inmersa, a su vez, en un proceso continuo de cambio), ya que todas ellas nos tientan con una variada gama de “servicios” que van desde el sometimiento y control de posibles intrusiones externas a la conversión de alimentos en nutrientes asimilables por el organismo.

Así que, si estamos intercambiando materia continuamente con el mundo exterior, si nuestros cuerpos se renuevan completamente cada pocos años, y si todos y cada uno de nosotros somos una colonia ambulante compuesta por miles de millones de formas de vida en gran parte de conducta simbiótica, ¿en que consiste exactamente lo que consideramos separado e independiente?”

De hecho, más que entidades físicas individuales nos parecemos más a remolinos energéticos, como los tornados que giran en Oklahoma y que están llenos de cosas que van succionado con su ojo gigante. Hasta cierto punto, la línea divisoria entre nosotros y los demás es arbitraria.

El punto de inflexión se puede encontrar en muchos lugares, en función de la metáfora del “Yo” que elegimos adoptar. Tenemos que aprender a considerarlo de una manera diferente, es decir, hay que dejar de vernos a nosotros mismos como seres aislados para pasar a contemplarnos como seres permeables y entrelazados: como seres integrados en el interior de otros seres más grandes, entre los que cabe incluir a la cabeza de la especie (es decir, el ser humano) y la biosfera (o lo que es lo mismo: la vida misma).

También podemos profundizar en el nivel psicológico a propósito de “nosotros mismos“. Todos somos capaces de mostrar diferentes facetas, algunas incluso contradictorias: es la forma en que nos adaptamos a las nuevas situaciones, como sostienen algunos estudiosos. Cuanto más yo, mejor, o, en palabras de la psicóloga Patricia W. Linville, profesora asociada en la Universidad de Duke:

– “Cuantas más personalidades tributarias poseamos, mejor equipados estaremos para hacer frente a situaciones inesperadas.”

En el folclor se podría decir que cuando dos personas se conocen no son dos, sino seis personas: una es la forma en que pensamos que es, otra es como la gente nos percibe, y la tercera como realmente somos.

La personalidad, en realidad, es algo muy fluido, proteica: es un conjunto de costumbres, tendencias e intereses relacionadas entre sí de una forma bastante vaga, pero estrechamente relacionado con las circunstancias y el contexto. La gente no se da cuenta de esto, ya que consideran que tienen un alto control sobre su entorno y sobre sí mismos, lo que al final ofrece una imagen de falsa coherencia de nuestra personalidad.

Por ejemplo, alguien se siente bien y es divertido en las fiestas, el alma de la fiesta, por eso organiza muchas fiestas. Las personas deducen, entonces, que es una persona divertida. Pero si sus amigos observan a esta persona en todas las situaciones en las que no tiene control (en un callejón oscuro, en un trabajo estresante, en un atasco de tráfico), probablemente esta percepción cambiaría. Cometemos este error básico de imaginar la personalidad en términos absolutos, por lo que los expertos en la materia los denominan el error fundamental de atribución. Todo esto es porque no eres tú, ni yo soy yo.

 

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