El tesoro de la Candelaria

No podemos afirmar que esta historia haya sido verdad, porque llegó hasta nosotros de forma oral, pero lo que sí sabemos, es que ha sido contada con tal precisión más de tres veces, por lo cual nos atreveríamos a decir que en efecto, ocurrió.

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Se cuenta que en la época de la Colonia, en lo que hoy conocemos como la Candelaria de los Patos (que en ese entonces era una laguna), se acostumbraba cazar a estos palmípedos, de ahí el nombre que adquirió. Para poder sobrevivir, los indígenas tenían que proveerse de patos silvestres, pues no tenían otra actividad a la cual dedicarse.

Cierto día, mientras uno de ellos —el más audaz—, estaba cazando, un caballero bien ataviado se le apareció de pronto.

— ¿Quién es usted? —preguntó el hombre.

—Quiero ayudarte —dijo el caballero.

—Usted no puede ayudarme, a menos que se vaya y no me moleste más —respondió.

Aquel indígena no quería tener tratos con ningún hombre blanco, porque consideraba que todos eran perversos y muy ambiciosos, y en cambio él, sólo quería hacerse de un pato para comer.

—Tú puedes tener mucho más que un pato —dijo el caballero levantando las sospechas del pobre hombre, quien de inmediato se persignó al entender que aquello era una aparición, porque si no, ¿cómo supo lo que estaba pensando?

Después de unos instantes consideró aquellas palabras.

— ¡Está bien!, dígame: ¿qué es lo que tengo que hacer?

—Cerca de aquí encontrarás un árbol frondoso; en el tronco notarás que tiene un círculo dibujado el cual debes encontrar y rascar en ese lugar, allí hallarás algo que te hará inmensamente rico.

Cuando el fantasma desapareció, el hombre empezó a buscar el árbol, pero antes de encontrarlo tuvo que darle diez vueltas a la zona, y ya cuando se sentía derrotado, se detuvo y se sentó bajo un hermoso árbol, ahí pudo notar que en el tronco, cerca de la raíz estaba dibujado un círculo.

— ¡El árbol! —exclamó entusiasmado.

El hombre rasco toda la tarde, y al cabo de unas horas halló un enorme cofre lleno de monedas y joyas. Pero como era demasiado pesado, tuvo que sacar algunas cosas y volverlo a enterrar, prometiéndose que en cuanto se le acabara el dinero, volvería por más.

Cuando terminó su cometido, el fantasma nuevamente se le apareció.

—Ahora tienes más que un pato, ¿verdad? —dijo el fantasma.

—Sí, y todo se lo debo a usted —respondió el hombre.

—Pero no será del todo tuyo si antes no me oficias diez misas para que pueda hallar el descanso eterno.

El hombre no se impresionó al oír esto, y tomándolo como un cometido se fue de aquel lugar. Sin embargo, al sentirse rico y poderoso, se olvidó de su promesa.

Los días pasaron y el dinero se le terminó, así que decidió volver por más al bosque, pero cuando estaba por rascar escuchó una voz que le dijo:

—Deja eso, pues ya no te pertenece mi oro.

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El hombre, quien ya había probado las glorias del dinero, no quiso darse por vencido tan rápido, así que acordó que en esa ocasión sí utilizaría parte del dinero en las misas. Pero como el fantasma ya no le creía, se trepó en él y le pidió que lo llevara a la iglesia más cercana para que él mismo viera que su deseo se iba a realizar.

— ¿Y el dinero? —preguntó el hombre.

—Cuando haya visto que las misas están encargadas, te dejare volver por él.

Y así fue. El indígena cargó por varias horas al terrible fantasma; pesaba mucho, como si sus años de condena se hubieran convertido en gramos. Se dice que dio muchas vueltas antes de encontrar una iglesia, pues al parecer había perdido la memoria o quizá el temor de tener a ese espectro encima lo estaba poniendo tan nervioso que no podía precisar su andar.

Cuándo estuvo frente a la iglesia más cercana, notó que estaba cerrada, pero esto no le importó al fantasma, quien lo obligó para que entrara sin permiso. Ya adentro, uno de los padres se asustó al mirar al hombre y pensando que quería robar el dinero de las limosnas, le pidió que se retirara. En vano fueron las súplicas del indígena, porque nadie le creyó lo que estaba diciendo.

Decepcionado, tuvo que regresar al bosque, pero se dice que aquel fantasma no lo dejo tranquilo.

—Estás en deuda conmigo y no te dejaré en paz hasta que me pagues el dinero que ya tomaste —dijo el siniestro personaje.

Pero ¿cómo pagarle si el hombre no tenía dinero y además en ninguna iglesia quisieron recibirlo?; vaya; ni siquiera lo dejaban entrar porque pensaban que era un ladrón. Con esta suerte pasaron los días y quienes iban a cazar patos a la Candelaria se daban cuenta de que el hombre cada vez lucía más desmejorado, incluso había quienes afirmaban que hablaba sólo y que en sus ojos había un aire de frialdad; no le hacía caso a nadie porque siempre estaba a la sombra de aquel árbol.

Al cabo de un mes el hombre murió, pero no se llevó consigo el secreto del tesoro, pues antes de fallecer le contó la historia a un viejo conocido y éste, a su vez se lo comentó a por lo menos dos personas más. Eso fue suficiente como para informar a todos en la ciudad. Y fue así como el tesoro de la Candelaria se hizo famoso.

Sin embargo, algunas personas consideran que fue precisamente este tesoro el causante de la desgracia que ocurrió en aquella época.

En cuanto se supo de la existencia de aquel oro, muchas personas se dieron a la tarea de ir en su búsqueda, pero aquello parecía ya haberse convertido en toda una leyenda, pues el árbol en donde el hombre reposó los últimos días de su vida parecía que se había esfumado y ya nadie sabía con exactitud cuál era.

Los padres preocupados por lo que estaba ocurriendo, construyeron una capilla en nombre de la Virgen de las Candelas, la cual se terminó de edificar a finales del siglo XVI, con ella intentaban resaltar la fe de las personas para que dejaran de creer en el fantasma del árbol y su tan codiciado tesoro.

Pero poco fue lo que consiguieron, porque los habitantes de ese lugar sólo pensaban en hacerse ricos de la noche a la mañana y a esto le debieron la maldición que les cayó en esas fechas. Todos dicen que fue por no haberse abrazado a la fe cristiana, porque la peste negra desoló esa parte de la ciudad.

Según consta en los anales de la historia, la insalubre zona quedó deshabitada y los padres no tuvieron más remedio que convertir aquellas fértiles tierras en cementerios, sirviendo de velatorio la capilla, y en toda la isleta se abrieron fosas para enterrar a los muertos. Y cuando las cosas se salieron de control, no tuvieron más remedio que incendiar la zona.

Con todo esto, la Candelaria de los Patos se fue cubriendo de cuerpos y la laguna desapareciendo, pues se necesitaban más tierras para enterrar a los muertos. De los patos sólo quedó el nombre, pues nunca más se volvió a ver un solo animal de éstos en aquel sitio. Y en cuanto al tesoro, muchos supieron de su existencia, al menos por la leyenda, pero nadie se atrevió a ir a la zona incendiada a buscarlo.

Al paso de los años, con la extensión de la capital de la Nueva España, se tuvieron que convertir los viejos cementerios de la Candelaria en zonas urbanas, por ello, se dice que en lo que hoy es San Lázaro, cuando la ciudad ya estaba terminada, comenzaron a suceder hechos insólitos; pero ésa es otra historia.

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