Los primeros rayos de luz del día acariciaban suavemente la habitación mientras el teléfono vibraba con urgencia sobre el escritorio. “BUENOS DÍAS, PAPÁ”, resonó la voz de una niñita a través del auricular. Con calma, intenté explicarle que estaba en un error, que tenía el número equivocado. Sin embargo, antes de que pudiera continuar, ella simplemente dijo, “Soy-yo”, y colgó. Una sonrisa medio contenida se dibujó en mi rostro mientras dejaba el teléfono a un lado.
miedo
Viendo televisión hasta tarde
Era una sombría noche de viernes, me encontraba solo en casa, a cargo de mi hermano menor mientras mis padres disfrutaban de un fin de semana lejos. Con 17 años, asumía la responsabilidad de protegerlo y mantenerlo a salvo de cualquier problema. Aunque la hora ya rondaba la medianoche, ninguno de los dos se dormía aún. Estaba en mi habitación, enfocado en terminar la tarea, mientras mi hermano se entretenía viendo televisión abajo, en la sala de estar.
Los tormentosos antojos del embarazo
Las primeras semanas del embarazo transcurrieron con normalidad. Conforme avanzaba la gestación, mi esposa se obsesionó con los antojos. A mitad de la noche me exigía un sándwich de plátano y chocolate, papas fritas o fresas con crema. Hasta ese momento los antojos eran normales, aunque empezaba a preocuparme un poco su intensidad. Cuando no le daba exactamente lo que se le antojaba, terminaba tirada en la cama retorciéndose como si experimentara un dolor físico.
Bajo mi casa se oculta un macabro secreto
Bajo mi hogar yacía un macabro secreto: veintisiete cadáveres. Los descubrieron accidentalmente tras un terremoto que perturbó los cimientos, de lo contrario, dudo que hubieran sabido jamás de su existencia. Después que la tierra dejó de moverse, un hedor putrefacto emergió desde las profundidades impregnando toda la casa. En mi afán por descubrir el origen de aquella pestilencia, enfoqué mi linterna hacia la trampilla de acceso al sótano. Entonces, vislumbré un brazo humano asomando entre la tierra.
El paseo de Diana
Diana ni siquiera podía reconocerse a sí misma. Tenía la piel completamente pálida y había perdido el control sobre los músculos del rostro. Se acercó a la tienda de souvenirs de donde tomó una gorra y unas llamativas en gafas de Sol. Le resultó imposible no observar su nueva imagen en el espejo del lugar. Mientras tanto, el dependiente pegó un salto olímpico por encima del mostrador y salió como alma que lleva el diablo hacia las calles de San Diego.
La inexpresiva
En el oscuro y ominoso mes de junio de 1972, una figura femenina emergió de las penumbras en el sombrío hospital Cedars Sinai. Vestida únicamente con un vestido blanco manchado de sangre, su presencia heló el aire y contagió a todos los presentes con una inquietante sensación de angustia. Aquellos desafortunados pacientes que llegaron a observarla terminaron vomitando y huyendo aterrorizados. Y no simplemente por su macabra apariencia, también por las aterradoras peculiaridades que presentaba.