El terrible crimen de Junko Furuta

Junko Furuta nació en 1972 en Saitama, prefectura de Misato (Japón). Hija de una familia de trabajadores japoneses, su humilde origen no le impidió sobresalir en las diversas actividades que realizaba. Era una estudiante destacada y cultivaba un amplio número de amistades entre sus compañeras de colegio y algunos vecinos.

No era igual con sus compañeros; muchos de ellos guardaban resentimiento por Furuta, ya que era una chica sencilla que no participaba de algunas de las diversiones que ellos acostumbraban. No quería relacionarse sexualmente con ninguno de ellos, ni siquiera tenía novio, no consumía alcohol ni drogas, y no frecuentaba los sitios de diversión de los que ellos gustaban.

Saltó a la historia cuando fue brutalmente secuestrada, torturada, violada y asesinada por cuatro estudiantes del mismo colegio en noviembre de 1988 en Japón, el caso fue ampliamente publicitado debido a la crudeza del evento y el sadismo tan terrible que fue perpetrado.

En noviembre de 1988, cuatro jóvenes (Miyano Hiroshi, 18 años en el momento del crimen; Jo Kamisaku -apellido adoptado tras su salida de prisión, de 17, Minato Nobuharu, de 16; y Watanabe Yasushi de 17) de Tokio raptaron y escondieron a Junko Furuta, una estudiante de bachillerato de su mismo instituto en la prefectura de Saitama (Misato) durante 44 días. El cautiverio de Furuta tuvo lugar en el domicilio de los padres de Nobuharu.

Para evitar una investigación policial, Hiroshi obligó a Furuta a llamar a sus padres y fingir que había huido de casa, pero que se encontraba con “un amigo” y no corría peligro. Asimismo, la extorsionó para que se hiciera pasar por la novia de uno de los chicos cuando los padres se encontraban en casa. Sin embargo, cuando se aseguró de que los padres no llamarían a la policía, abandonó el pretexto. Furuta intentó escapar en diversas ocasiones y pidió ayuda a los padres más de una vez, pero ellos no hicieron nada por temor a las amenazas de Hiroshi. En esa época, Hiroshi era un líder de la baja yakuza y presumía de poder utilizar sus contactos para matar a cualquiera que tratase de intervenir.

Según las declaraciones de los jóvenes en el juicio, los cuatro violaron y vejaron a Furuta de diversas maneras. Entre ellas, figuran la introducción de cuerpos extraños -incluyendo una barra de hierro- en su vagina, obligarla a beber su propia orina, alimentarla con cucarachas, inserción de artefactos pirotécnicos en su recto y posteriormente prenderlos, forzar a Furuta a masturbarse, amputación de un pezón con unos alicates, tirarle mancuernas al estómago y quemarla con cigarros y mecheros (Una de esas quemaduras fue un castigo por intentar llamar a la policía). La situación llegó a tal punto que, según las declaraciones de uno de ellos, “le llevaba más de una hora arrastrarse escaleras abajo para ir al baño“. También señalaron que “probablemente unas cien personas” sabían que Furuta estaba allí prisionera, pero no está claro si esto significa que estuvieron allí durante el cautiverio de la joven o si participaron en las violaciones y abusos. Cuando los jóvenes se negaron a dejarla ir, ella suplicó en diversas ocasiones que “la mataran y siguieran con su vida.

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