Siete dichos populares y sus orígenes

El castellano es un idioma antiguo muy divertido. A lo largo de la historia se han acuñado toda una serie de modismos y dichos que, cuando son analizados lógicamente, tienen muy poco sentido.

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Sin embargo, nos hemos acostumbrado tanto a ellos que simplemente se nos escapan de la boca sin que nos pongamos a pensar de donde vinieron. ¿Alguna vez has querido saberlo? Bueno, hoy es tu día de suerte.

Romper el hielo.

En el ambiente náutico, romper el hielo originalmente aludía a los días en que todo el comercio existente se hacía por barco, sin importar el clima o las condiciones. Como es de imaginarse, no era nada raro que los grandes barcos quedaran varados entre el hielo espeso, y otros navíos más pequeños eran enviados con el fin de romper este hielo frente a los barcos en problemas para abrirles camino y que siguieran avanzando, de una manera similar que una broma o chiste puede allanar el camino para futuras relaciones.

 

A caballo regalado, no le mires el diente.

Mirar en la boca de un caballo para inspeccionar su dentadura era una forma tradicional de determinar su valor. Por lo tanto, si alguien te regalaba un caballo, mirarle los dientes sería el equivalente a ver la etiqueta de precio de la nueva baratija que alguien te había regalado. Esto era considerado algo verdaderamente grosero.

 

Dormirse en los laureles

De vuelta en la antigua Grecia, no había nada que amaran más los griegos que copular o mostrar su destreza. No olvidemos que ellos iniciaron los Juegos Olímpicos, pero incluso antes de eso, ya se disputaban los Juegos Pythian, que eran premiados con coronas de laurel – cuyas hojas eran asociadas con el dios griego de la música y la poesía, Apolo. Se podría decir que los campeones se dormían en sus laureles cuando disfrutaban del resplandor de sus victorias – aunque en ese entonces la frase no tenía connotaciones tan negativas como en la actualidad.

 

Lágrimas de Cocodrilo

Artífices de la palabra como Sir John Mandeville, e incluso el viejo conocido Shakespeare, difundieron el mito de que los cocodrilos lloraban con el fin de provocar en sus presas un falso sentimiento de seguridad. Y aunque los cocodrilos son capaces de producir lágrimas, no lo hacen con el fin de engañar a sus presas, sino más bien para lubricar sus ojos. Pero aunque el mito es falso, la frase se quedó en el idioma.

 

Salvados por la campana

Por desgracia, antes de que la ciencia médica descubriera la diferencia entre la muerte y el estado de coma, un montón de pobres desgraciados fueron enterrados vivos. Así fue que, para evitar este acto tan desagradable, se puso en boga la práctica de enterrar a las personas con campanas atadas a los dedos de los pies, con el fin de que pudieran alertar a los demás de su regreso de entre los muertos. Entonces, si eran desenterrados a tiempo, habrían sido, literalmente, salvados por la campana.

 

No cuentes los pollos antes de que nazcan

Este dicho se lo debemos al viejo sabio Esopo. Él escribió un relato de una joven doncella que llevaba un jarrón de leche mientras contaba todo tipo de fantasías sobre lo que haría con el dinero de la venta de la leche. La mujer planeaba comprar huevos, que eclosionarían en pollos, que iba a vender para poder comprarse un vestido, lo que atraería a todos los hombres, a los que no tendría reparo en coquetearles. Atrapada en su fantasía, la mujer sacudió la cabeza olvidándose de que sobre esta se balanceaba la jarra de leche. Terminó derramando todo el contenido de la jarra, y con este sus sueños, por suerte, su madre estaba cerca y acuñó la famosa frase para la posteridad.

 

Hacerse el ciego

El oficial naval británico Horatio Nelson, fue famoso por lucir un parche en uno de sus ojos. También fue famoso por haber tenido un par de pelotas muy bien puestas. Cuenta la leyenda que, durante una difícil batalla naval donde todas las probabilidades estaban en su contra, un compañero oficial sugirió una retirada. A lo que Nelson respondió tranquilamente colocando el telescopio en su ojo malo, y a continuación comentó que no veía motivo de preocupación. Luego pasó a ganar la batalla contra una flota nórdica mucho más grande que la suya. Los historiadores actualmente siguen peleando por la veracidad de esta anécdota, independientemente, el dicho persiste.

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