Mesa para tres – Creepypasta

Ezequiel, un hombre casado desde hace más de cuatro años, se despierta sobre su cama; las palmas de sus manos sudan y por su rostro escurren lagrimas que se mezclan para alojarse en la barbilla desde donde gotean hacia una vieja camiseta. Levanta la cabeza y analiza la habitación. Ahí está la cama matrimonial, donde su esposa Clementina dormía junto a él, una silla verde recostada en la pared junto a un cuadro, una lámpara sobre una mesa de noche y al lado una pequeña nota.

hombre celoso

Es un recado de su mujer. Casi ilegible, el mensaje decía “Fui a trabajar. Espérame. Tengo algo muy importante que decirte”, junto al escrito aparece un pequeño corazón pintado con pluma en la esquina del papel.

El pobre sujeto, exhausto y sin saber el motivo de su tristeza, se levanta de la cama y se dirige hacia el baño, abre la puerta y se encuentra con un baño perfecto, típico de una pareja. Las cremas de su mujer están sobre un pequeño mostrador al lado del lavabo, junto a su máquina de afeitar eléctrica y su cepillo dental. El pequeño cuarto de baño presenta un conjunto de toallas muy bien dispuestas, un pequeño tapete en el piso y una jabonera que había sido decorada por la propia Clementina. Una de sus más grandes manías en aquellos momentos en los que su esposo salía a beber con sus amigos era hacer decoraciones de todo tipo. Ezequiel abrió la cortina y se dispuso a darse un baño, finalmente se relajó después de haber sudado tanto en la cama sabría Dios por qué. Salió del baño y vio una media tirada en el suelo que no había notado cuando entró, no recordaba haber usado aquella media. Clementina siempre recogía la ropa que tiraba, no entendía cómo pudo habérsele pasado eso a la mujer, a menos que algo haya hecho que lo olvidara. Se puso furioso, pues estaba seguro de que su mujer tenía una amante.

Se puso la ropa y bajó por las escaleras, llegó hasta el comedor. Una sala hermosa y bien arreglada, todo decorado cuidadosamente por su mujer. Los cubiertos estaban impecables, sin rasguños ni manchas, el sofá recién forrado, las mesas limpias y los platos servidos sobre el comedor. Pero no entendía por qué tres platos, se volvía loco ante la posibilidad de que su mujer intentara presentarle a su amante. Cuanta desfachatez. Entonces vio un pequeño libro sobre la mesa, era el diario de su mujer. Un diminuto candado aseguraba una tapa marrón y resguardaba las frágiles hojas al interior. No recordaba que Clementina tuviera un diario, jamás se lo mencionó.

Su cabeza no hacía más que darle vueltas a la hipótesis de que su mujer estaba con otro hombre, alguien que era mucho mejor que él. Su nerviosismo a flor de piel evidenciaba su ira, sudaba intensamente. De sus ojos escurrían lágrimas. “¿Y si me deja por él?, ¿Y si ya no vuelve?”. Pensaba el pobre Ezequiel, su cabeza se perdía pensando en esa posibilidad. “¿Y si me dice que no?”, era su mayor temor, que se fuera y nunca más regresara. “Una mujer muerta no puede decir que no”. Fue con este pensamiento que Ezequiel hizo sus planes.

marcara

Cuando su mujer llegara a casa, él le daría un martillazo en la nuca y, una vez inconsciente, la llevaría al sótano donde la guardaría. Con toda seguridad podría amar a una mujer muerta. Las horas pasaban y Clementina no llegaba a casa. Sus ánimos estaban exaltados, no podía contener tanta rabia. En lo único que podía pensar era si la demora se debía a su amante. Se había vuelto loco, no podía soportarlo más. Fue al sótano, quizá por ironías del destino.

Allí estaba su mujer, muerta, dispuesta en un rincón de aquel sótano. Sus brazos casi cercenados colgaban de lo que quedaba de su mutilado cuerpo, su cabeza había sido desmantelada y tenía marcas de martillo. Lo que más le sorprendió fueron las entrañas removidas con la ayuda de una sierra y destornilladores. Había sido él, Ezequiel, pero no recordaba haberlo hecho. El asesinato había ocurrido días antes y ni siquiera había notado el cuerpo. Comenzó a llorar desesperadamente. Fue corriendo hasta la habitación, se tendió en la cama y se desmayó.

comedor

Al día siguiente despertó y no recordaba dónde estaba su mujer. Leyó el recado sobre la mesa de noche y fue a tomar un baño, repitiendo el proceso del día anterior, sin recordar absolutamente nada. Bajó por las escaleras después de vestirse, nervioso después de encontrar la media. Al llegar a la planta baja, vio la misma escena con los tres platos. Notó el diario de su mujer, pero esta vez las cosas cambiaron. Tomó un destornillador y lo abrió. En la primera página podía leerse:

“Hoy descubrí que estoy embarazada. Mi esposo y yo vamos a ser papás, apenas y puedo esperar para contarle. Creo que tendremos que empezar a acostumbrarnos a tener tres platos sobre la mesa”.

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