La singular virtud del ostracismo activo

La palabra “ostracismo” se empleó en la antigua Grecia donde designó a la exclusión forzada (sin confiscar bienes o ignominia) de la vida política. Si existían fundamentos suficientes para creer que determinado ciudadano ateniense con influencias estaba actuando con el objetivo de perturbar el bien común a su favor, era condenado al ostracismo.

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En esta ocasión daremos un sentido diferente al término, ligándolo directamente con la economía de la atención. Por extensión de metáfora, condenamos al ostracismo, hablando en el sentido de la economía de la atención, a toda aquella información que creemos que no promueve el bien común.

Cada una de nuestras acciones, ya sea hacer clic en un botón de “Me Gusta”, echar la charla en la parada del autobús o en una ponencia académica, como expresiones del “habla”, implican decisiones que subyacen en la naturaleza ética. Hay información que sabemos perfectamente que no es adecuada en ningún ámbito, por ejemplo un texto que promueva o incite al genocidio, las prácticas de grooming de los pedófilos, las imágenes que los terroristas usan para precisamente difundir el terror – esas cosas, de ninguna forma, debemos promover, replicar y difundir.

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Uno de los problemas que la falta de entendimiento de la economía de la atención produce es cierto tipo de activismo que acaba promoviendo aquello que pretende combatir. Pongamos un ejemplo, una persona lee horrorizada un texto que enseña diversos métodos para seducir a un menor y después de terminar, va hasta Facebook y publica horrorizada un comentario del tipo: “¡vean esto, a donde va a parar el mundo!”.

Es un ejemplo extremo, pero prácticamente no conozco a nadie en el mundo virtual que no haya cometido semejante error, en mayor o menor grado. Respecto a los contenidos que condenamos, debemos tomar en consideración dos aspectos para evitarlos en la medida de lo posible. Uno de ellos es la reactividad, es decir, la acción impulsiva, inconsciente, inmediata y emocional con relación a la información. En segundo lugar, cuando logramos dominar la reactividad, se hace necesario validar con mucho cuidado el valor estratégico de la crítica – esto es, al involucrarnos con el tema, el propio hecho de replicarlo para condenarlo no lo promueve.

En forma más simple, requerimos evitar el activismo activo e improductivo.

Es un asunto relacionado de forma directa con el entrenamiento de nuestra mente. Podemos emplear las restricciones a nuestro favor y dominar de una forma sistemática los aspectos de nuestra cognición que más nos apasionan.

Respecto al tema de la reactividad, un consejo siempre es casi como el “Escribe borracho; edita sobrio” de Hemingway. En palabras más llanas, cuando la emoción nos supera, lo mejor es mantenerla en el corral. Podemos explotar cuando lo necesitemos, pero a solas; dejemos la locura para fines más artísticos, como un lienzo en blanco o un saco de boxeo, o simplemente dentro de nuestra cabeza. Es una actitud deliberada no actuar al calor de las grandes emociones, positivas o negativas.

Claro, de vez en cuando todos actuamos impulsivamente, pero por experiencia personal, el sólo hecho de envejecer ya me ha traído varios raspones de ese tipo. Así que me parece bastante posible acelerar esa madurez emocional. Y si puedes lograr esto estableciendo una restricción del tipo “estoy alterado, no voy a presionar el botón de enviar”, con el tiempo incluso la capacidad de reconocerte en un estado de alteración puede mejorar sustancialmente.

Hablando de una forma generalizada, puede parecer una discusión en el trabajo, o en la relación con nuestra pareja. Pero aquí, estamos hablando de la alteración que una simple información, digamos política, en Facebook nos puede provocar. Aquel enojo, esa sensación de picazón en el dedo por hacer clic en “Me Gusta” y compartir, o comentar. Se hace necesario que aprendamos a desarrollar un buffer, saber cuándo detenernos, enfriarnos la cabeza de aquella emoción barata y, entonces, tras cinco minutos de reflexión, preguntarnos: “¿quiero difundirlo por el mundo, asociarme a ese proceso?”.

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Después de vencer la reactividad con esa pregunta, volvamos al pragmatismo. Digamos que, en una situación hipotética, que en un reino muy, muy lejano, un personaje político haya hecho comentarios homofóbicos desagradables – rayando en los límites del odio, pero no exactamente incitando a alguien al linchamiento; quizá, muy hipotéticamente, haciendo apología a, justamente, algún ostracismo en cuando a la homosexualidad.

Nosotros, como liberales escolarizados, civilizados en la nata del humanismo secular de la Ilustración, nos quedamos impávidos ante tal oscurantismo medieval. ¿Y qué hacemos? Justamente promover la existencia de un casi don nadie a través de la crítica incesante en las redes sociales.

La decisión es delicada. Por un lado queremos aprovechar cualquier oportunidad para difundir nuestra tolerancia, y nos preocupamos por la violencia real que los jóvenes podrían sufrir en nombre de este oscurantismo. Son buenas razones para participar en ese sentido, y podemos creer que nunca es suficiente cuando señalamos las injusticias.

Sin embargo, resulta evidente que buena parte de la energía del activismo se disipa en la promoción del absurdo, en la elevación de lo absurdo a fenómeno cultural válido, relevante.

Existen cosas que, simplemente, no se merecen ni la más mínima de las críticas. O, si vamos a criticarlas, algunas veces lo mejor es desvincular cuidadosamente al objeto de crítica de forma que no termine transformándose irónicamente en una tendencia.

Además, es necesario elegir y focalizar nuestra energía. No tiene sentido hacer todo y cualquier tipo de activismo. Yo, por ejemplo, respeto mucho los derechos homosexuales, el matrimonio entre personas del mismo sexo, lo que sea. Pero en general, no forma parte de mi activismo. Cada uno tiene motivaciones personales para engancharse en esto o en lo otro, pero el hecho es que no es necesario comprar todas las ofertas: las injusticias que suceden en el mundo son infinitas.

Si nos enfocamos en las esenciales, el resultado será más efectivo, y más administrable desde un punto de vista personal. La persona también tiende a tener más credibilidad si se enfoca y compromete en un conjunto específico de temas.

Pero esto aún es lo álgido de la cognición indiscriminada. El lado de los trolls y haters de las zonas de comentario del mundo, ahí ni siquiera podemos hablar de activismo, es nada más que reactividad, con el pragmatismo y coherencia de la brisa.

Søren Kierkegaard atribuyó dicho comportamiento a un intento de participar en algo que la persona reconoce como grandioso. En la era de la ansiedad tecnológica, incluso los videos tiernos y divertidos, con cientos de miles de visualizaciones, son un objetivo de envidia y “grandiosidad perceptible”. Si algo destaca, allí va el hater/troll, en una reacción semejante a la de un vándalo, que no se siente habitante y participante del espacio urbano, sino un excluido social.

Al ser excluido, su reacción se enfoca en la degradación.

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Nuestra sociedad produce asesinos que matan de forma masiva para convertirse en algún tipo de celebridad, y los medios reproducen los actos terroristas – porqué, indiscutiblemente, el terror y el miedo venden. El troll de la zona de comentarios es el mismo tipo de fenómeno, solo que aun nivel microscópico.

En nuestro propio ser, es primordial reconocer cuando estamos otorgando energía a los terroristas que llevamos dentro, al apelar por la indignación de los demás, difundiendo factoides, chismes – algunas veces contenidos diseñados para robar nuestro tiempo a cambió de una exposición engañosa a publicidad. Y mejor ni hablar de los contenidos inútiles, sosos y bestias.

Establecer un filtro es esencial, y el elemento central de ese filtro no está en la configuración de una computadora, sino en una acción cognitiva de detenernos y razonar – de evitar la reactividad, y la justificación llana. El objetivo no es poner a todo mundo a meditar, aunque eso quizá ayude: la decisión de seguir sistemáticamente la acción de depuración y la cognición proveerá automáticamente los métodos para lograr esto. Somos seres adaptables, pero nuestra cultura muchas veces lucra con nuestra aleatoriedad y falta de libertad, y por tanto, no resulta tan obvio tener la certeza que necesitamos en este tipo de refinación cognitiva constante.

Pero como no estamos entrenados en la coherencia, deliberación y estabilidad, nuestro discurso y nuestros dedos siguen patrones casi aleatorios, quizá ya identificados y dominados por la Big Data, y por agencias de publicidad que estudian la forma en que apretamos los botones. Ahora, cada palabra ultrajante que condenamos con vehemencia tiene dos efectos que son explotados por aquellos que viven ganando dinero explorando la atención: primero, desvía la atención de aquello que es realmente relevante; segundo, precisamente promueve la atención sobre aquello que resulta indignante y, por extensión, smoke and mirrors.

Dicha expresión, smoke and mirrors (humo y espejos), viene de una estrategia para desviar la atención. Un vendedor de automóviles puede hablar mucho sobre el maravilloso equipo de audio de uno de sus vehículos, o de los asientos renovados, pero evita hablar de los detalles mecánicos del auto. Nuestra cultura, generalmente, está involucrada con aquello que no importa, e incluso lo que importa en ocasiones es tergiversado para hacernos creer que estamos ejerciendo algún tipo de libertad, o que estamos haciendo lo suficiente, o simplemente para apaciguar alguna culpa.

Puedes estar seguro, tu timeline está lleno de humo y espejos generado por agencias de publicidad, que son replicados incesantemente por tus amigos.

Antes de difundir algo, es bueno dejar marinar la página en una pestaña al lado. Sí, a veces tememos perder el momento, de echarnos para atrás, no ser los primeros en difundir aquella información espectacular: pero efectivamente alentamos a que no se hable de cualquier cosa y, por el contrario, fomentamos la discusión adecuada y apropiadamente.

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Y si dicha postura aplica en las redes sociales, también resulta efectiva en la inmediata interacción social. Mucho se hablaba, antes de la incesante interconectividad, de “aprender a escuchar” – y, de hecho, conversar con alguien reactivo no resulta nada agradable, eso cuando resulta mínimamente posible.

Así, las ventajas de desarrollar una heurística de relevancia, criterios y filtros, y el uso estratégico de la no acción (no hablar, no difundir) son tres: mejorar el disfrute de la propia cognición y la libertad que viene de ello, evitar la proliferación de contenido estúpido en el mundo, y ser más y mejor escuchado.

Un texto de Eduardo Pinheiro

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7 comentarios en «La singular virtud del ostracismo activo»

  1. Interesante post, esta de pensarse lo que aqui ponen, y de hecho si las agencias de publicidad se especializan en eso, busque las 10 tecnicas de manipulacion mediatica de noam chovsky y juzguen ustedes mismos

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  2. A mi me pasa seguido en tu web, las pocas veces que comento es porque en realidad estoy convencido de lo que estoy plasmando en letras, las demás veces se quedan en un simple intento de ser partícipe en algún hilo de discusión. Siempre trató ver bien si merece la pena hacer público mi pensar, ya que es fácil engancharte en el momento, sobre todo con los méndigos troll que tanto abundan. Saludos Marciano Mayor…

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  3. no me gusta generalizar pero me parece que el post lo amerita , todos somos borregos ,por mas que digamos que no nos importa lo que los demas piensen de nosotros ,en realidad si nos llega a afectar de una u otra forma y dado el caso preferimos seguir al rebaño cual borrego para no desentonar y evitar criticas hacia nuestra persona

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