La melancolía de Herbert Solomon

En ocasiones mi interés por lo paranormal me ha llevado a algunas de las más prestigiosas sedes de aprendizaje en el Reino Unido. Desde las imponentes aulas de Oxford y Cambridge, a los colegios y escuelas más humildes de sus alrededores, mi búsqueda de evidencia para sustentar mis argumentos rara vez ha rendido frutos. Sin embargo, mientras exploraba la University of St Andrews en Escocia, el destino me colocó en el camino de un interesante tomo muy bien escondido en una esquina oscura y húmeda de la biblioteca del campus.

Herbert Solomon

El libro por sí mismo era extraño, estaba encuadernado con una cubierta de cuero degradado y ennegrecido que portaba sin vergüenza las arrugas y los estragos del tiempo. Databa del siglo XVI, y parecía contener varias descripciones y relatos de la vida cotidiana de los pobladores de Ettrick, una pequeña ciudad aislada construida en los páramos al sur del país.

Al examinar el volumen se podían encontrar una variedad de escritos de diferentes autores que abarcaban un periodo de 60 años. Parecía haber sido pasado de anciano a anciano de aquella ciudad en esa época, y para ser sincero la mayor parte de este escrito contenía reflexiones ociosas sobre la comunidad y planes para una serie de proyectos de construcción humildes y algunas mejoras.

Herbert Solomon figura 2

Justo cuando estaba por concluir que aquel libro era de muy poco interés para mí, noté en el interior de la cubierta posterior que alguien había dibujado una imagen. Era presentada con elegancia, pero nunca podría describirla como algo agradable a la vista, de hecho, mi reacción inmediata fue de disgusto.

La mezcla de gruesas líneas negras, casi dibujadas con furia, y la forma tan dramática en cómo el artista las había transmitido me dejó con una impresión bastante desagradable sobre el tema. Estremecí mientras dirigía la mirada sobre aquella imagen en un intento de entender lo que parecía ser el dibujo de un hombre alto con piernas y brazos largos y delgados. Parte de su rostro se encontraba parcialmente oculto por una de sus descarnadas manos blancas, pero lo que se lograba ver era simplemente monstruoso. Venas prominentes salían desde su frente e iban hasta una pálida cabeza calva, sus ojos estaban sumidos en las cuencas y los arboles a su alrededor parecían girar e inclinarse intentando alejarse de él.

En un principio supuse que la imagen había sido una rebeldía hecha por algún alumno de la facultad, pero en la parte inferior de la página se indicaba la fecha de 1578, y un nombre muy poco común: “Herbert Solomon”. Si este nombre pertenecía a la figura en el dibujo o al artista, lo ignoraba por completo.

Aun perturbado por la escena, decidí que aquel libro necesitaba ser estudiado a profundidad. Quería saber qué era esa criatura y porqué alguien se había sentido en la necesidad de dibujarla; un dibujo en la contraportada de un libro que había sido utilizado para relatar la vida de los habitantes de esa ciudad. Más tarde, cuando inspeccionaba el libro con más detalle, encontré que el dibujo también había sido reproducido en otras páginas, aparentemente por otros artistas.

Al interior del libro encontré numerosas referencias a Herbert Solomon, y quedó claro que el hombre esbelto ilustrado en el dibujo, de hecho era él. Él vivía en los alrededores de la ciudad de Ettrick en el siglo XVI. En aquella época era una localidad pequeña y subdesarrollada, rodeada por todas partes por el bosque de Ettrick, que se situaba en la vasta región seca del sur.

La ciudad contaba con una iglesia parroquial que tenía una torre bastante humilde, una posada que normalmente era utilizada por los viajeros que gustaban de pasar a través de los pintorescos paisajes y calles que se abrían paso entre las casas de piedra, y el ayuntamiento.

Según una descripción en el libro, durante el mes de diciembre de 1577, los niños empezaron a desaparecer de la ciudad. El primer caso fue el de una niña llamada Alana Sutherland. Ella se encontraba jugando con unos amigos cerca de un antiguo pozo en las afueras de la ciudad, cuando accidentalmente dejó caer una muñeca en el interior, situación que la dejó bastante triste. Al ver que no podía recuperar la muñeca, la niña regresó a su casa y tomó un poco de cuerda y un gancho para tratar de “pescar” al juguete en el pozo de agua. La última vez que se le vio fue la tarde del día en que intentaba recuperar su perdida.

Presas del pánico, los pobladores iniciaron la búsqueda de la niña, dentro del pozo, en los campos de centeno e incluso enviaron algunas cuadrillas de búsqueda a la zona forestal. Por desgracia, la niña nunca fue encontrada.

Días después, un niño llamado Erik Kennedy se encontraba caminando por la ciudad para llevar un mensaje de su abuela a otro residente. Estaba oscuro, pero sólo tenía que llevar un poco de lana como una forma de agradecimiento por los granos que su familia había recibido, y la casa estaba a sólo unas calles de la suya. Se presumía que el centro de la ciudad estaría a salvo, pero el niño nunca llegó a su destino. Desapareció, como si hubiera sido arrancado de la existencia.

A finales de enero un duro invierno causó daños significativos para la ciudad y sus pobladores. Cantidades absurdas de nieve cubrían las casas y todo el lugar. Muchas personas perecieron a causa del intenso frío, y el estado general de Ettrick era el de una ciudad sombría.

A pesar de los tiempos difíciles, los habitantes se encontraban más preocupados por la seguridad de sus hijos. En total, siete niños habían desaparecido, así, sin ton ni son. Varias familias se encontraban desesperadas y el pueblo de Ettrick comenzó a ver aquella situación de una forma más suspicaz. Sabían la verdad; alguien se estaba robando sus niños.

niños jugando

A mediados de febrero otros dos niños se habían sumado a la lista de desaparecidos y las miradas acusadoras se distribuían entre los familiares y residentes de la ciudad. Fue entonces cuando el anciano de aquella ciudad decidió actuar y colocó sobre sí la ardua tarea de identificar y capturar al monstruo.

Se gestaron debates burocráticos, grupos religiosos fueron invitados, y en todas las casas, en cada calle, y en cada rincón de Ettrick un solo nombre salía de labios de los habitantes: “Herbert Solomon”. Cuanto más se repetía aquel nombre, más seguros estaban de su culpabilidad.

Herbert Solomon era un extranjero. Vivía en una pequeña cabaña de madera en el bosque que rodeaba la ciudad, y debido a su apariencia, tendía a evitar el contacto con otros seres humanos. Nadie sabía cuál era su enfermedad, pero en los tiempos no iluminados del siglo XVI, muchos creyeron que era una maldición.

Los ojos modernos habrían supuesto a primera vista que era víctima de una enfermedad debilitante. Rara vez se aventuraba a entrar a la ciudad, excepto cuando era necesario comprar nuevos suministros, y cuando iba, cubría su rostro con un enorme sombrero marrón y piezas de tela de color gris, las cuales oscurecían sus facciones.

Muchos pobladores contaban historias sobre Herbert Solomon, y según estas historias, el hombre acostumbraba a espiar desde los límites del bosque a los agricultores y a sus hijos jugando en los campos. Era la fascinación de este por los niños lo que incomodaba a las personas. En ocasiones algunos niños regresaban del bosque con juguetes muy bien elaborados, tallados en madera. Eran regalos de Herbert Solomon y, siendo niños, no sabían el peligro que este representaba.

Cuando los niños empezaron a desaparecer, los ojos de inmediato de dirigieron sobre aquel misterioso hombre que habitaba en el bosque. Las acusaciones se vieron reforzadas por los susurros temerosos de los padres, y los murmullos crecieron en cantidad y en volumen hasta que se decidió que Herbert Solomon debía ser aprehendido.

Era una noche fría de febrero cuando los ancianos de la ciudad decretaron que debía ser detenido de inmediato. El dolor, la ira y el resentimiento crecieron como una enfermedad entre la población que se dirigió al bosque a cazar al asesino de niños.

Los detalles exactos sobre lo que pasó esa noche son muy limitados, pero parece que la gente de Ettrick intentó sacar a Herbert de su pequeña choza prendiéndole fuego. La multitud celebró al ver las llamas creciendo. Los gritos del hombre se hicieron eco en el bosque para finalmente ser silenciados por el fuego.

bosque sombrio

Los pobladores consideraron que se había hecho justicia, y aunque el luto de los padres que perdieron a sus hijos no podía ser borrado, por lo menos tenían la satisfacción de saber que el hombre responsable estaba muerto.

Sin embargo, en los días siguientes un malestar se hizo presente en la ciudad. Se empezaron a esparcir rumores de extraños encuentros durante la noche; una figura delgada y sombría vagaba por las calles empedradas, escondiéndose en la oscuridad. Al cabo de una semana, varios pobladores dijeron haberse despertado en el medio de la noche y ver a un visitante no deseado.

Uno de estos pobladores era una anciana que despertó cuando escuchó algo crujir debajo de su cama, y cuando echó un vistazo casi muere del susto, vio a un hombre alto y delgado arrastrándose debajo de su cama. Ella se desmayó, pero no sin antes ver su rostro; una piel marchita, como si hubiera sido devastada por una enfermedad, sus ojos negros como la noche y manos que apenas parecían tener piel de tan huesudas.

Otra historia vino de un comerciante que, mientras investigaba un ruido que venía de su bodega, fue confrontado por una horrible figura, el rostro pálido le brillaba a la luz de las velas y era tan alto y delgado que debía encorvarse para no alcanzar el techo. El hombre logró escapar, pero se negó a volver a casa.

Quedó claro para los residentes que el fantasma vengativo de Herbert Solomon aun andaba en busca de más víctimas, incluso después de su muerte. Deambulando con odio por la ciudad que lo había asesinado.

Con el pasar de los días estos encuentros crecieron en número e intensidad. Una misteriosa niebla se instaló alrededor de la localidad, y el pueblo se entristecía mientras Herbert Solomon aterrorizaba a los residentes noche tras noche. Fue visto deambulando por los campos de centeno, en los sótanos y desvanes de las casas, sus largas y distinguidas huellas aparecían todos los días en la nieve de las calles de Ettrick.

Habían sido maldecidos. En vida, Herbert Solomon había robado y matado a sus hijos, y ahora en la muerte, parecía utilizar su nueva forma para aterrorizar a todos.

Entonces, ocurrió lo impensable; otro niño desapareció. Una niña huérfana – que frecuentemente andaba por las calles cuando no encontraba un sitio donde dormir – fue escuchada gritando por su vida. Los pobladores corrieron hasta las ventanas para ver lo que estaba pasando, pero nadie se atrevió a salir de su hogar, estaban paralizados por el miedo.

Los gritos cesaron rápidamente y minutos más tarde, la figura amenazante de Herbert Solomon fue vista vagando sin rumbo por entre la niebla. Caminó de prisa hasta el final de la calle, sus brazos sin vida golpeaban contra las paredes de las casas a su paso, raspando sus dedos con fuerza contra las ventanas y puertas, emitiendo un grito anormal de ira y odio por dondequiera que pasaba.

La niña se había ido y la ciudad otra vez estaba de luto.

hombre negro bosque

En los días siguientes la niebla se hizo más densa, y con eso llegó la triste noticia de que otros dos niños habían desaparecido. Una era una niña que, después de tener una discusión con su familia, salió de casa y nunca más fue vista. Otro era un niño llamado Matthew, el hijo de un conocido borracho que había sido robado de su cama por Solomon cuando el padre estaba inconsciente debido a la bebida.

Durante una misa en la iglesia local, ocurrió lo impensable; Solomon apareció brevemente entre los pasillos de la iglesia, aparentemente sin ser afectado por la tierra bendita. Los fieles gimieron con horror y desprecio mientras caminaba de una manera surrealista hacía un pilar para luego desaparecer.

La esperanza estaba casi perdida. Ni siquiera un lugar santo era seguro y ahora, durante la noche, era capaz de entrar en cualquier casa y tomar lo que y a quien quisiera. Los ciudadanos tenían que actuar o abandonar juntos el lugar, pero no había ninguna garantía de que la maldición de Herbert Solomon no fuera con ellos.

Los habitantes de Ettrick entonces acudieron al sacerdote local, un hombre llamado McKenzie, para que utilizara cualquier poder sagrado que le hubiera sido concedido. En un intento por destruir o desterrar el espíritu de Solomon, se organizó un plan. El sacerdote y algunos hombres armados con antorchas, espadas y botellas de agua bendita, hicieron guardia por la ciudad durante la noche, esperando a que el maldito asesino de niños volviera nuevamente.

Entonces Solomon sería confrontado.

Posicionados en diversas ventanas y techos de las casas, así como en puntos estratégicos de la ciudad, los elegidos por McKenzie esperaron. Pero no por mucho. Esa noche la figura solitaria apareció entre la niebla en las calles de Ettrick. Gritos y berridos fueron emitidos como una señal para las otras personas de que Solomon había regresado.

Los padres se aferraban a sus hijos mientras un pensamiento colectivo tomaba a toda la ciudad: “Por favor, llévate a otro niño, no al mío“.

McKenzie fue el primero en enfrentarse a él. Pero su voluntad fue doblegada cuando vio el rostro horroroso, pálido, putrefacto y decadente de Solomon. La figura desgarbada y larguirucha miró fijamente al sacerdote, con sus ojos negros y nublados.

Otro hombre se acercó, luego otro y otro, hasta que Herbert Solomon fue rodeado. McKenzie dio instrucciones para que cerraran lentamente el círculo, que aseguraran la espada con una mano y la antorcha con la otra.

El temor se apoderó de los hombres, sabiendo que podría ser la única oportunidad. McKenzie lanzó un recipiente de agua bendita en los pies torpes de Solomon, y al tiempo que pronunciaba una oración cristina, otro hombre lo golpeó con una antorcha. El golpe fue al brazo de Herbert, que se encontraba cubierto por un manto que ahora estaba quemándose. Gritos de felicidad fueron lanzados por los habitantes que veían todo desde sus ventanas, pero un hombre había abandonado su posición y había hecho que el círculo fallara, Solomon se dio cuenta fácilmente.

Huyó.

El pueblo comenzó a perseguirlo, seguían a una patética figura que tropezaba en cada calle, esquina y jardín mientras intentaba escapar de la furia de los aldeanos. Los gritos alertaron a la ciudad: ¡Herbert Solomon estaba tratando de escapar!

Desde todos los rincones de la ciudad, la gente empezó a salir de sus casas llevando todo lo que pudieran utilizar como arma. Las calles se inundaban mientras protestaban y corrían, gritaban y aullaban hacia Herbert Solomon.

Con cada curva que hacía por las calles adoquinadas, Solomon se quedaba sin lugares para esconderse. Finalmente, mientras se tambaleaba hasta el final de la calle principal, se detuvo. Los ciudadanos habían bloqueado todas las rutas de salida; estaba acorralado.

McKenzie se abrió paso entre la multitud y quedó al frente, pidiendo silencio y calma mientras se acercaba a la figura encorvada y derrotada de Herbert Solomon; él y algunos de sus elegidos iban a liberar a la ciudad de Ettrick de una vez por todas de esta abominación.

Con una botella de agua bendita en mano, acompañado por varios hombres con sus enormes espadas desenvainadas, McKenzie se acercó lentamente a recitar versículos de la Biblia. A través de sus ojos negros, Herbert Solomon observa a la gente del pueblo moviéndose hacia él, con las caras empapadas de odio y sed venganza, entonces simplemente volteó y se dirigió a una casa que estaba con la puerta abierta.

El pueblo se quedó sin aliento, McKenzie y sus seguidores corrieron detrás de él. La casa en que entró estaba en total silencio, y tendido en el suelo de madera de la sala principal estaba el pálido cuerpo de una niña. El estallido de los tablones de madera sonaba mientras varios hombres buscaban entre las habitaciones, decepcionados por no encontrar nada.

Entonces ocurrió un milagro, la niña suspiró en busca de aire – estaba viva. Y aunque casi no tenía fuerzas, lo único que pudo susurrar fue una palabra: abajo.

En el sótano de la casa, McKenzie se encontró con una escena sombría y horrible. El suelo estaba cubierto de sangre y el cuerpo de un hombre muerto estaba acostado boca abajo. Encadenados a las paredes de ese horrible lugar estaban los niños que habían sido secuestrados.

Estaban parcialmente drogados, desnutridos y traumatizados, pero estaban vivos.

La ciudad se regocijó con la noticia, las familias se reunieron nuevamente y volvieron a sus vidas. La niebla que acompañaba al crudo invierno se fue alejando poco a poco y parecía que todo iba bien. Al recuperar su fuerza, los niños empezaron a contar lo que había sucedido.

Cada uno había sido secuestrado por un hombre llamado Tom Sutherland. Era el padre de la primera niña que había desaparecido y parece que él mismo la habría asesinado. Nadie sabía a ciencia cierta, pero muchos ya conocían su genio y más de una vez había golpeado a la pobre Alana.

Consumido por la culpa y el dolor, Sutherland comenzó a secuestrar a otros niños y a encerrarlos en su sótano. Generalmente los drogaba con una planta local y los golpeaba mientras lloraban patéticamente pidiendo piedad.

El día en que los niños fueron encontrados, Sutherland se había emborrachado en el sótano, cargaba consigo un cuchillo y una cuerda. Comenzó a atacar a los niños de nuevo, y dijo que uno de ellos moriría ese día. Desencadenó a una niña de la pared y la colocó sobre sus rodillas. El cuchillo colgaba de su cuello, cuando estaba a punto de matarla, alguien entró en la casa.

Sutherland se enojó mucho, pero lo que sea que estuviera en la parte superior de las escaleras lo dejó tan asustado que regresó al sótano. Agachándose para pasar por la puerta podía verse la aterradora figura de Herbert Solomon.

Viendo a Solomon y estando libre, la niña se arrastró rápidamente por las escaleras por el medio de sus largas piernas. Estaba en libertad, pero demasiado débil para escapar. Se desmayó antes de que pudiera salir de la casa.

Los detalles de lo que pasó con Tom Sutherland están imperfectos debido a la condición inestable de los testigos semiconscientes. Pero estaba claro que su cuello estaba roto, lo habían torcido con tal intensidad que su rostro ahora estaba hacía el lado contrario.

Después de todo, se dieron nuevos avistamientos de Herbert Solomon, y algunos de los niños dijeron haber encontrado juguetes hechos a mano, cerca del bosque, pero esto no puede ser probado.

figura bosque

De hecho, yo diría que toda la historia no podría ser comprobada, si no fuera por los acontecimientos que presencié algunos meses después a la lectura de este libro antiguo en las profundidades de la Universidad de St. Andrews.

Un colega y gran amigo mío me invitó a quedarme unos días en la casa de campo de su familia. Yo sabía que la casa estaba en la frontera y a menos de media hora de Ettrick, y no podía perder la oportunidad de ir a echar un vistazo más de cerca al lugar. Había logrado convencer a los responsables de que me permitieran llevar el libro para mostrárselo a mi amigo. Él tenía un interés particular por saber un poco de la historia y de la zona. Pensé que tal vez podría arrojar algo de luz sobre este curioso escrito.

Su familia era muy querida para mí, el sol del verano llenando la casa y sus alrededores, con los niños jugando en el campo y pasando el tiempo sin preocupaciones. Después de leer el libro me dijo que estaba fascinado, y también mencionó que conocía un poema local escrito en el siglo XVII sobre un hombre llamado Solomon que mataba a los niños, pero no dijo nada más.

Al día siguiente escuchamos gritos en las cercanías de la casa; era la hija de mi amigo. Corrimos afuera. Siguiendo los gritos de auxilio, pasamos por una valla y una colina hasta un río sinuoso y furioso. La niña había caído allí y se aferraba a la raíz de un árbol que salía de la orilla en el otro lado del río. La raíz estaba mojada y mi amigo dio un grito de agonía cuando la niña se soltó, siendo arrastrada por la corriente hacia una gran formación de rocas escarpadas que sobresalían del agua. El río estaba tan violento, arrojándola de un lado a otro, que era difícil pensar que sobreviviría.

Llenos de un indescriptible horror, pensando que se iba a ahogar, llegamos a la orilla del río. Mientras andábamos hasta el agua turbia vimos, impotentes, a la pobre niña a punto de estrellarse contra las rojas. ¡Estábamos demasiado lejos!

De repente, nuestra atención fue robada por la figura de un hombre alto y delgado en el otro lado del rio, corriendo fuera del bosque a una velocidad increíble. Con un rápido movimiento, una de las manos delgadas y huesudas irrumpieron en el agua, sacando a la niña de allí con seguridad.

Estaba viva. Asustada y en llanto pero sana y salva.

La figura de cara pálida la colocó suavemente en el suelo, mirándonos con sus ojos negros a través del río, y luego corrió hacia el bosque. Despareciendo y convirtiéndose en nada más que un recuerdo.

Incluso muerto, Herbert Solomon tenía una de las almas más hermosas y apacibles del mundo.

FIN

Escrito original de Michael Whitehouse. Traducción y adaptación por Marcianosmx.com

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11 comentarios en «La melancolía de Herbert Solomon»

  1. Magnifica historia no cabe duda que se puede distinguir el nivel del escritor al mantenernos dentro del ambiente y finalizando de esta forma.

    Gracias

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