La fiesta de Porfirio

El gobierno del general Porfirio Díaz, en el afán de rememorar en 1910 el inicio de la insurgencia, organizó cientos de actividades y celebraciones enmarcadas bajo el nombre de Los Festejos del Primer Centenario de la Independencia de México. El cumplesiglos de la patria reunió en su seno a todos los habitantes de la República y, en especial, a los capitalinos.

Escopeteros de Cortez
México, Fiestas del 1er. CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA.
Septiembre 15 de 1910. Gran Desfile Histórico. Escopeteros de Cortés.

Autoridades federales, estatales, mandos castrenses y representaciones diplomáticas de una treintena de naciones «amigas del régimen» se dieron cita en los múltiples espacios festivos dispuestos a lo largo y ancho del país. Por decreto presidencial, cada estado, municipio y localidad debían participar de este gran concierto no sólo con discursos, loas a los héroes, gritos, campanadas y fuegos artificiales, sino con la conclusión y entrega de una extensa red de obra pública que incluía la construcción de mercados, hospitales, puertos, parques, plazas, escuelas, cárceles, vías férreas, avenidas, estaciones telegráficas, puentes, edificios de gobierno, monumentos, estatuas, trabajos de infraestructura (alumbrado, alcantarillado, drenaje, líneas telefónicas, adoquinado de calles), así como exposiciones científicas, artísticas, y la recuperación de una parte esencial del pasado indígena, con la exploración de «ruinas arqueológicas» tanto en la parte central del país como en la zona de Oaxaca.

Nunca como entonces se inauguraron tantas obras que ofrecían la apariencia de un país moderno y cosmopolita, fincado en el «orden, la paz y progreso» que, de acuerdo con el discurso oficial, anidaban desde hacía 30 años en la nación. El programa se preparó desde 1907 y en verdad estuvo bien organizado; fue apabullante para mostrar al mundo, sin refutación posible, la pujanza mexicana en todos los órdenes. El mismo escritor, periodista y diplomático Federico Gamboa dejó asentado en su Diario del 1º de octubre de 1910: «Los festejos que la prensa ha descrito sin duda que mañana los superarán otros festejos, merced a los venideros adelantos científicos y al progreso en marcha inatacable de la civilización y la cultura, pero la trascendencia y significado de los mismos jamás serán superados; sobre que lo ocurrido y registrado, de positivo milagro ha de calificarse.» Con la salvedad de las Fiestas del Centenario de la Consumación de la Independencia (organizadas en 1921 por el gobierno del general Alvaro Obregón), se cumplió el pronóstico de Federico Gamboa: ninguna otra festividad oficial -pasada o reciente- ha podido igualar aquellos 50 días de ininterrumpidas celebraciones, iniciadas en el mes de agosto y culminadas hasta octubre. Como anticipo a este conjunto de hechos, desde el sábado 1º de enero de 1910, El Imparcial -periódico porfirista por antonomasia dirigido por Rafael Reyes Spíndola- encabezaba su edición con la leyenda «EL PRIMER DÍA DEL AÑO DEL CENTENARIO«, y sus epígrafes correspondientes: «Ya está consagrada la obra del señor general Díaz; pasó el periodo de ser discutido y entró serenamente en la historia«. Asimismo, sentenció que sería un año histórico, en el cual la República celebraría «el más importante de los acontecimientos registrados hasta hoy en los anales de su vida libre: el Primer Centenario de su Independencia«.

Fiesta Nacional
Fiesta Nacional

Los preparativos para el festejo no se circunscribieron al año de 1907, cuando fue conformada la Comisión Nacional del Centenario por los señores Porfirio Díaz (hijo), Guillermo de Landa y Escandón, José Casarín, Ignacio Pimentel y Fagoaga, Ignacio Burgoa y Porfirio Parra, entre otros. Ya desde 1903, e incluso antes, ingenieros militares, arquitectos, constructores y escultores (extranjeros los más, nacionales los menos) se dieron a la tarea de ir fincando, visualmente, la República porfirista.

Sin lugar a dudas, la ciudad de México fue el escenario histórico y corazón del festejo, pues no sólo era la capital más vanguardista del país (se le conocía como el «París de las Américas»), sino que la vorágine constructiva provocó su refundación urbana: desde 1910 le fue dado el cariz y la traza que hasta el día de hoy conservan la mayoría de sus imponentes edificios, avenidas, monumentos y espacios públicos tanto del centro histórico como de las zonas aledañas (Chapultepec, Tacubaya, colonias Juárez y Roma).

La Comisión ofreció un programa diario de los festejos que se presentarían durante el mes de septiembre. Mientras que los actos cívicos, procesiones, desfiles y eventos públicos fueron impresos en los periódicos, revistas, o desplegados en los muros de las calles, la invitación a los eventos privados como recepciones, bailes y banquetes, se realizó con elegantes cartas membretadas traducidas al inglés y al francés, señalando la vestimenta militar o civil correspondiente para cada ocasión. También se extendió un llamado para que todos los edificios gubernamentales, casas particulares y establecimientos mercantiles de la capital ornamentaran sus balcones y fachadas con medallones, banderas, listones tricolores, pendones con las efigies de los héroes de la patria, flores, flámulas y gallardetes. Por la noche, la novedosísima iluminación inundaba las principales avenidas, así como la Alameda y la Plaza Mayor.

El núcleo.

El Ángel de la Independencia
El Ángel de la Independencia fue un proyecto de Antonio Rivas Mercado

Pero sin duda el mayor lucimiento del programa lo dio el jueves 15 de septiembre, con la celebración más importante y esperada del programa, considerada la fiesta nacional por antonomasia: los 100 años del inicio de la insurgencia. En la ciudad de México, las actividades iniciaron muy temprano y fueron creciendo en magnitud hasta la madrugada. Hubo festejos para todos los capitalinos: espectáculos públicos, funciones populares en teatros, corridas de toros, entrega de juguetes y reparto de despensas.

Como el día 15 «coincidía» con el onomástico del presidente (o fue desplazada la fecha independentista para coincidiría con el onomástico del presidente), no faltó, en primera instancia, la felicitación del Estado Mayor, el Cuerpo Diplomático, el Ejército y la Armada al general Díaz, por sus primeros 80 años. A las nueve de la mañana se continuó con el Gran Desfile Histórico (que cruzó por Avenida de la Reforma, y siguió por Avenida Juárez hasta desembocar en la Plaza Mayor), donde se representaron, al decir de los organizadores, las «tres épocas» de la historia de México: la conquista, la dominación española, así como la guerra y consumación de la Independencia.

Por la tarde, un espectáculo de fuegos artificiales iluminó las principales plazas del país, para continuar con una serenata ejecutada por bandas militares. A las 11 de la noche dio inicio la ceremonia oficial en la Plaza de la Constitución: fue entonado el himno nacional, el presidente dio el grito desde el balcón central de Palacio Nacional e hizo repicar la campana de Dolores. Si bien esta ceremonia oficial tuvo gran éxito al decir de la prensa oficial, los miembros del gabinete y representantes diplomáticos presenciaron, desde Palacio Nacional, actos de repudio contra el régimen de Díaz, por parte de grupos antirreleccionistas que portaban retratos de Francisco I. Madero.

Un día después, la ciudad se engalanó con la ceremonia del centésimo aniversario de la proclamación de Independencia, y con la inauguración de su monumento oficial: una gran victoria alada sobre una columna votiva, en la tercera glorieta de la Avenida de la Reforma, realizada por el arquitecto mexicano Antonio Rivas Mercado. Una vez concluido el acto, inició el gran desfile militar que cruzó algunas avenidas de la ciudad para concentrarse en la Plaza de la Constitución frente a Palacio Nacional, desde cuyos balcones lo presenciaría el presidente de la República, su gabinete y la comitiva de altos funcionarios públicos. Fuera de estos actos históricos y patrios, también se organizaron desde bailables, danzas, funciones de gala gratuitas, corridas de toros, verbenas, gallos estudiantiles, festejos escolares, hasta los más refinados banquetes, recepciones o garden partys, organizados por doña Carmen Romero Rubio de Díaz y obsequiados a las familias más selectas de México, así como a los representantes diplomáticos y las primeras damas de los países invitados.

Palacio nacional
Palacio Nacional profusamente iluminado

El presagio del periódico La Risa, 8 de octubre de 1910

«Después del Centenario» Epitafio por Diógenes

El regocijo oficial y el regocijo particular por las Fiestas del Centenario ha fenecido. Desde el día 10 de los corrientes hemos vuelto a la vulgaridad de la vida… !Un mes de festejos!

¡Treinta días de patriotismo exacerbado! ¡Cuatro semanas de anormalidad en gastos y en género de vida! Derroche de luz para quedarnos a obscuras. Desengaños para los que tenían esperanza. El convencimiento de que otros seres nos substituirán en el Centenario venidero. Otros 100 años de olvido. Otros 100 años de luchar por nada. La enseña nacional ondeando con menos profusión. Los espíritus que dejan de vagar por el país de la fantasía. Y el progreso, vencedor y egoísta, caminando sin corazón; pero con cerebro, hacia su ideal desconocido. ¡Bendito mes glorioso, recibe mi oráculo fúnebre!

Y espera, mes del símbolo patrio, a que cada año te consagren un día de gala y de recuerdos, hasta que completes otros 100 de agonías y luchas, que entonces te dedicarán los que vengan, otros 30 días de júbilo oficial, con banquetes, banderas, luces e himnos.

El revés.

Cartel Cicentenario
Se mandó a hacer un cartel conmemorativo del centenario de la Independencia

Al margen de este entorno subyacía una larga presión sobre los intereses populares que estaba a punto de estallar, y los ideólogos del Porfiriato habían manifestado la urgencia de una renovación política radical; sin embargo, una fiesta de tal magnitud y esplendor atemperó, momentáneamente, la realidad desbordada de 1910. De hecho, los diplomáticos extranjeros asistieron a esta autocelebración de Estado sólo para admirar que la fachada del dictador había perdido energía, credibilidad interior y que, peligrosamente, se acercaba a su fin. Si bien el Centenario fue el mayor despliegue de lujo y despilfarro para recordar a los gobiernos, empresarios y hacendados la fortuna, modernización y el poder del gobierno, fuera de este círculo la celebración recrudeció viejas disputas políticas, económicas y sociales, del mismo modo que avivó los principios antirreleccionistas y democráticos de los partidos opositores. Las fiestas fueron el acontecimiento político y social de la década; se le dio al pueblo de México un último solaz esparcimiento para reunir fuerzas y prepararse ante la sublevación.

No obstante, paradójicamente, a lo largo de estas fiestas, los miles y miles de mexicanos entraron en una comunicación que los identificaba como mexicanos, como portadores de un pasado que, 100 años antes, se había insurreccionado contra la Corona española. Sin proponérselo, el gobierno fungió como ligazón entre los mexicanos del siglo XX y una historia que salía a flote y parecía tan lejana. Inconsciente o no, se le ofreció la unidad negada a través de un periodo festivo que otorgaba la suspensión de las reglas y colocaba a sus asistentes fuera de las condiciones ordinarias de la vida. Algunos lo tomaron como el ejemplo más refinado del patriarcado porfirista; otros, la mayoría de los mexicanos, como el reflejo de sí mismos en su propia esencia. Aunque la maquinaria del Estado se valió de un recurso para engalanar, y hacer ostensible al exterior, el control sobre la nación que gobernaba, el pueblo vio en las fiestas otro tipo de cohesión: se amalgamaron principios de participación en lugares públicos, de reconocimiento con el otro, y se afianzó la imagen del ciudadano que podía deambular por los espacios urbanos.

Los últimos días de septiembre, la séptima reelección de Porfirio Díaz era un hecho incontrastable, pues la Cámara de Diputados, erigida en Colegio Electoral, ratificaron la presidencia de Díaz para el periodo que abarcaría del 1º de diciembre de 1910 al 30 de noviembre de 1916. Pero nada antojaba más a los reporteros que la toma de posesión el 1º de diciembre, cuando Porfirio Díaz, terminado el besamanos en Palacio Nacional, tuvo a bien comunicarles que él personalmente se encargaría de la campaña antimaderista desde el Castillo de Chapultepec, y que sólo en el remoto caso de que los sublevados llegaran a cinco mil, saldría a combatirlos. Pero adelantó los datos oficiales de la reelección, que tuvieron lugar en una nación con 15 millones de habitantes y óptimas condiciones económicas, pues las cifras fiscales arrojaban un superávit de más de 10 millones de pesos; es decir, los ingresos habían sido de 106 millones y los egresos de 95. Y así, la desmantelada nave del Estado hizo todo lo posible para conseguir su propia mortaja dentro de una celebración. En menos de dos meses brotaron innumerables guerras intestinas para derrocar al gobierno, lo que transformó al país en un campo de batalla durante más de una década. «La Esfinge», como lo llamaban sus colaboradores, fue juez y parte de su derrumbe.

Revista Quo Por Carla Zurián de la Fuente.

Quizá te interesa:

7 comentarios en «La fiesta de Porfirio»

    • Da verguenza que en el Paso Texas exista una avenida llamada Porfirio Diaz y en México nada, siendo que no podemos tapar el sol con un dedo el puso los cimientos para construir el País luego del desastre de Santa Ana y las intervenciones.

      Responder
  1. Propuestas? ninguuuuuuuuna! Porfirio era un hombre respetable pero también como todo ser humano cometió errores pésimos, le costó la vida a muchos inocentes también, y la vida en el campo era precaria! no defiendo a Calderón, ni a algún partido político pero se ha construído mucho durante estos años, hay mucho que falta por hacer aún, pero mientras el pueblo tenga una educación sin civilización o inteligencia , que no persiga ideales de dignidad, honor, patriotismo y lealtad,, seguirán transmitiendo ese virus que mata al pueblo, la corrupción, los dedazos, el compadrismo, los puestos que dejan mucho solamente por calentar la silla, falta el ingenio y la innovación, lo único bueno de calderón podría decirse que fue el seguro popular y había otras reformas que no fueron aprobadas pero la cámara y el pleno se encargan de votar por las de conveniencia de sus partidos (todos), las modifican y aprueban lo que les conviene! da tristeza, y aunque no quieran, lo que hace falta, es una revolución intelectual, pacífica y que le pegue en donde más les duela (los impuestos, cadenas de televisión), debemos de organizar ferias de libros gratuitos, intercambio de ideas, en poblaciones con escasos recursos, un niño de 7 años será el ingeniero de los 25 años, donde la clase media será mayoría. Si no, el esquema seguirá siendo igual hasta llegar a la autodestrucción del pueblo, en donde las bardas de los ricos serán murallas y los pobres vivirán en campos de concentración!

    Responder
  2. jaja y calderon hizo su gigante vestido de charro, el pin-che muñeco ese de piedra que ya quedo arrumbado no se donde , que razon del Epitafio por Diógenes , con 100 de anticipacion lo dijo y casi se cumplio porque la celebracion no duro ni 30 dias duro solo uno y fue por la noche, por lo menos diaz celebro de verdad a lo grande y no con chin-gade-ras, como desfiles de muñequitos y carritos alegoricos, el por lo menos hizo hospitales escuelas y etc, maldi-ta historia, que no nos cuentas cosas como fueron si no a conveniencia todos los heroes y villanos de la independencia ni fueron tan buenos ni tampoco tan malos….muy buen reportaje hery….oye si te llego lo que te mande???????

    Responder

Deja un comentario