Mi familia es perseguida por alguien (Parte IV)

Y así llegamos a marzo, el mes en que mi hija cumpliría su octavo cumpleaños. Mientras el día se acercaba, la ansiedad no hacía más que crecer en mí; sentía que esa era una época ideal para que el maldito enfermo hiciera alguna cosa nueva. Katie recibió todos los regalos que pidió, y organizamos una pequeña fiesta en casa durante el día, pues ese año caería en sábado.

Realizamos todos los preparativos en el jardín. Era una fiesta con una temática de arte y cosas afines, la que por motivos obvios me negué a hacer. Pero mi hija era la definición de un artista. Inspirada, motivada, y yo me sentía muy orgulloso de todo eso. Pero sólo yo sabía a donde fueron a parar algunos de sus trabajos y para que estaban siendo usados, y eso me partía el corazón.

La fiesta fue según lo planeado. Todos sus amigos asistieron y se divirtieron a lo grande. Comimos y al poco tiempo ella imploraba para poder abrir los regalos, por lo que la dejamos. Ordenó todos los presentes sobre una mesa en el jardín. Entre más regalos abría, más feliz se mostraba. Entonces llegamos a un regalo que no tenía una tarjeta “DE:/PARA:”. No pude quitarle los ojos de encima. Lo habían envuelto de la misma forma que la caja donde se encontraba la cinta algunos meses antes.

Finalmente me venció. No había forma de que yo tomara el regalo de las manos de mi hija sin que mi esposa sospechara. Pero tampoco podía permitir que lo abriera. No sabía qué hacer. No tenía mucho tiempo para pensar, y ni siquiera había ponderado esa posibilidad. Katie abrió el regalo y tomó un papel doblado del interior. Dejé que la mirada se me cayera al suelo. ¿De qué se trataba en esa ocasión? Entonces ella dijo:

“Es uno de mis dibujos que fue robado”. Lo dijo en un tono de alegría. Evidentemente no entendía lo que aquello significaba. Mi esposa me miró. No hice más que negar con la cabeza. Mi mujer se levantó y tomó el dibujo, después la caja. Katie intentó cuestionarla, pero Kimmy le indicó que siguiera con el próximo regalo, lo que ella hizo con mucho gusto. Ingresamos a la casa mientras los demás padres supervisaban la apertura de los regalos restantes. Tomé la caja de las manos de mi esposa y le ordené que me entregara el dibujo, pero se rehusó. Preguntó qué diablos estaba sucediendo.

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Se lo conté todo. Le relaté lo que sucedió en el hotel, de dónde había venido Roscoe, lo que realmente le había sucedido, lo de la cinta, la investigación de la policía, se lo dije todo. Al final estaba hecha un mar de lágrimas, y no podía culparla. Se enojó bastante conmigo por haber mantenido todo aquello en secreto, y tenía toda la razón, pero yo seguía sintiendo que había hecho lo correcto. Al menos logramos que nuestra hija no viera lo que estaba al interior de la caja.

Después que se lo conté todo, mi mujer abrió el dibujo. Era una pintura. Entiendan que, cuando digo que mi hija es una gran fanática del arte, no me refiero a que hace dibujos con lápices de colores, porque eso simplemente no la satisface. Ella hace dibujos, pinta, usa crayolas, gis pastel, tinta al óleo, grafito, de todo. Cualquier cosa que pueda convertirse en una imagen, ella la usará. Y sus obras son sobre cualquier tema: personas, cosas; tú hablas y ella dibuja.

Mientras crecía, solía decir que quería ser un artista para “pintar el mundo”. En realidad, era muy inspirador. Guardaba todo lo que hacía en su “portafolio”. Y aquella noche en que el maldito robó eso de ella, le quitó un pedacito de su alma.

El dibujo era de nuestro hijo, Alex. Las alteraciones eran evidentes. Pintaron varios árboles, con un hombre grotescamente garabateado en el medio, al lado de nuestro hijo. En toda la hoja había un mensaje escrito en rojo.

“Yo y tu hermano ahora somos amigos. ¿Cuándo seremos amigos?”.

Aquello provocó que un escalofrío me bajara por la espalda. Todos los escenarios posibles pasaron por mi mente. ¿El hombre había secuestrado a mi hijo? Mi mujer corrió a buscar a Alex, y yo miré dentro de la caja. Había un conjunto de lápices para dibujo. Además, una nota formal.

“Nunca dejes de dibujar”.

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Mi esposa regresó a la cocina junto con mi hijo, donde yo los esperaba sudando frío. Le preguntamos si algún hombre o mujer le había hablado recientemente, algo que negó. Le mencionamos que no lo regañaríamos en caso de que hubiera sucedido, pero insistió en que no había hablado con nadie. Le preguntamos si quizá conoció a alguien en la hora de recreo, o en algún otro sitio de la escuela, pero él siguió en la negativa. Le creí. Era un niño inteligente. Pero mi esposa no estaba tan segura. Educadamente terminamos la fiesta y después Katie terminó de abrir todos los regalos y así, uno por uno, los niños fueron llevados por sus padres mientras los adultos preguntaban si todo estaba bien. Les dijimos que se trataba de una emergencia familiar.

La policía le preguntó a mi hijo exactamente lo mismo que nosotros, y recibieron la misma respuesta. El detective llegó a la misma conclusión que nosotros: que ese incidente en particular era para aterrorizarnos, y que no había sucedido en realidad. Debido a la enorme cantidad de tiempo que había entre los acontecimientos, la policía nos solicitó que empezáramos a preguntar a los amigos, para estar seguros de que no se trataba simplemente de una broma muy bien elaborada. Yo me habría reído en sus caras, pero la ira pudo más. El hombre que estaba haciendo aquello era un asesino. Lo había visto con mis propios ojos. Sabía que no se trataba de una broma.

Las cosas se volvieron a tranquilizar más o menos durante un mes. No había día en que mi esposa no revisara el buzón de correo. No sé si estaba ansiosa por recibir una nueva carta y descubrir quién era el desgraciado, o aliviada de no haber recibido nada. Eso llevó nuestro matrimonio hasta un punto de inflexión. Kimmy odiaba el hecho de que yo mantuviera algo tan serio en secreto, y eso provocó que me guardara un profundo resentimiento. Jamás llegó a superarlo, pero no la culpo.

Cierto día a mediados de abril, pasé por los niños a la escuela y después llegamos a casa, Katie subió al segundo piso para guardar sus útiles y empezar con sus tareas. Tras aproximadamente 2 minutos bajó y me encontró en la sala. Sus palabras cayeron como un balde de agua helada, aquello me provocó un auténtico dolor físico.

“Papá, alguien dejó una carta para mí”.

Intenté tragar el nudo que se había formado en mi garganta y me levanté tan rápido que la silla de madera donde me encontraba cayó al suelo. Atravesé la sala a toda prisa y retiré la carta de las manos de Katie.

“Querida Katie

Me gustaría mucho ser tu amigo. No tengo muchos amigos, pero tus dibujos me hacen feliz y son muy buenos. Eres una artista muy buena y quiero ser amigo de una persona así de talentosa. Creo que a mamá y papá no les agradará que seamos amigos, por lo que podría ser nuestro secreto. Quiero que hagas muchos y muchos dibujos para mí para que pueda verlos a todas horas. Ojalá podamos ser amigos”.

La carta no estaba firmada.

Me vi arrastrado por un tsunami de emociones. Tristeza, pues ahora mi hija había sido puesta directamente en medio de esta confusión. Ira, pues ese hombre seguía aterrorizando a nuestra familia a pesar de todos los esfuerzos para encontrarlo. Y probablemente la emoción más fuerte era el miedo, pues parecía que no había forma de protegerlos de ese monstruo invisible. Le llamé a mi esposa al trabajo e inmediatamente se dirigió a casa. Llevamos la carta a la policía y se la quedaron como evidencia para intentar encontrar huellas dactilares algo que, por supuesto, no sucedió.

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Mi esposa y yo tuvimos una larga conversación. Discutimos nuestras opciones. Decidimos mantener a los niños en casa y/o con nosotros todo el tiempo, incluyendo sacarlos de la escuela y todas las otras actividades extracurriculares, o mudarnos. Nos decidimos por la segunda opción.

Pusimos nuestra casa a la venta y nos mudamos en el transcurso de apenas semana y media. Tras quedarnos en un apartamento en otra ciudad hasta el mes de mayo, nos mudamos a una casa con el estilo de una hacienda en el sur de Colorado. Inscribimos a los niños en una escuela, y mi esposa fue transferida del hospital. De forma general, el cambio no fue una transición difícil de procesar. Y durante unos cinco meses parecía haber funcionado.

No había señales de nuestro acosador. Nuestro verano pasó sin ningún incidente. Hicimos un viaje bastante tranquilo por automóvil hacia Florida, les encantó a los niños. Mi esposa y yo logramos recuperar nuestro matrimonio. Las cosas parecían mejorar para nuestra familia. Así fue hasta que regresamos a casa una tarde a finales de septiembre.

Mi esposa recibió la correspondencia y había una carta de un abogado. El contenido era sobre el testamento de mi madre. Mi corazón parecía salirse del pecho como no me sucedía desde hacía mucho. Mi madre no estaba muerta. Inmediatamente tomé el teléfono e intenté llamarla. Fue directo al buzón de voz. Empecé a entrar en pánico, no sabía qué hacer. Llamé a mi tía, y nuevamente nadie respondió. El mundo se destrozaba a mí alrededor. Finalmente se me ocurrió llamar al asilo donde mi madre vivía, y cuando me respondieron me indicaron “vamos a transferir la llamada a la habitación”, por lo que suspiré aliviado.

El tono sonó, sonó y sonó hasta que finalmente alguien respondió. Era mi madre.

“¿Bueno?, preguntó con esa voz tan dulce que tenía”.

“Dios mío, mamá. ¿Estás bien?”.

“Muy bien querido. Todo está bien. ¿Por qué me lo preguntas?”.

“Acabo de recibir una…”.

Fue entonces que lo entendí. Él había hecho la carta. Había descubierto donde estábamos viviendo. Le dije a mi madre que la amaba y que después la llamaría. Mi esposa preguntó en qué estaba pensando y se lo conté. Ella concluyó lo mismo, aquello había sido una broma de mal gusto. Cuando mi esposa vio el resto de la correspondencia, había otro sobre, éste con el nombre de Katie. Era un dibujo que Katie había hecho de su abuela, pero en lugar de ojos había dos X dibujadas bruscamente.

Aquella imagen quedará grabada para siempre en mi mente. En esa época me enfermó físicamente. Lloré mucho. Sentía que no tenía forma de proteger a mi madre, a no ser que dejara a mi propia familia vulnerable. Le llamé al detective en California que llevaba el caso y le informé las novedades. Él estuvo de acuerdo en poner un policía encubierto en el asilo de ancianos durante las próximas dos semanas, algo que le trajo un poco de paz a mi espíritu.

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Gracias a Dios, nada le sucedió a mi madre. Sus bromas enfermas eran solamente eso, bromas. Estaba al límite con toda esa situación. Sentía que aquello nunca acabaría. La época de calma que siguió fue mucho más extensa. Siete meses sin que el acosador entrara en contacto. Entonces sucedió algo que provocó que deseara más que nada que todo aquello llegara a su fin. Recibí una caja con mi nombre, en el remitente solamente había “:(“. Abrí la caja y encontré la mano cercenada de una niña.

Se encontraba en un avanzado estado de descomposición, las uñas habían sido pintadas recientemente. Las huellas dactilares estaban quemadas al punto que era imposible obtener una identificación. Junto con la mano estaba una fotografía instantánea de una niña sonriendo. Era la niña de la cinta. Si la policía no podía, yo intentaría averiguar por mi cuenta quién era. Estaba determinado a obtener respuestas.

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9 comentarios en «Mi familia es perseguida por alguien (Parte IV)»

  1. El final de este episodio lo sentí muy apresurado, pero se mantiene bien. Es larga ¡si! ¿Pero es lo que querían no? Sera difícil encontrar una joya como “Grabaciones de papá” de nuevo.

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  2. Bueno al menos ya tiene el apoyo de su esposa y al parecer va a tomar al toro por los cuernos. El le va a hacer de investigador, eso me parece genial. Ahora a esperar con qué se halla. Muy bien.

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