El hombre de los deseos – Creepypasta

Cuando mi hija cumplió tres años empecé a tener sueños extraños. Me encontraba caminando por la casa en la oscuridad buscando algo que no puedo recordar. Me hacía camino hasta su habitación y ahí, en la oscuridad, inclinada sobre su cama se encontraba una figura alta y oscura vestido con lo que parecía una gabardina y un sombrero de ala ancha. Podía verle mirándola fijamente mientras esbozaba una sonrisa maniática. Sus ojos, si es que tenía, estaban cubiertos por enormes gafas en las que podía verme reflejado.

hombre de los suenos (3)

Miraba hacía mí, parecía ver a través de mí, y entonces levantaba una mano apuntándome. Era en este momento que me despertaba sobresaltado. Empecé a odiar ir a dormir pues me preocupaba que pudiera tener el sueño. Mi esposa comenzó a notar mi falta de sueño así como mi temperamento que estallaba ante la menor provocación. Empecé a pegarle a mi hija y a decirle cosas malas a mi esposa e hijo recién nacido. Finalmente mi esposa decidió que iría a casa de sus padres para alejarse de mí y de mis problemas de ira. Intenté que se quedara pero entonces mi estado de ánimo empeoró. Mientras todo esto pasaba mi hija solo me vía de la forma más tranquila, incluso cuando le gritaba por alguna cosa sin importancia. Me ponía nervioso.

Una noche, mientras caminaba por el pasillo, la escuché hablando en su habitación. Me aproximé a la puerta y acerqué la cabeza.

“Ojala papá no estuviera tan enojado todo el tiempo”, dijo ella. Empuje la puerta abierta para asomarme y ella me miró. La habitación estaba vacía, solo estaban sus muñecas y sus juguetes.

“¿Con quién hablabas cariño?”, le pregunté.

“Con el Hombre de los deseos”, me respondió, alejando su mirada de mí hacia la ventana.

“¿Quién es el hombre de los deseos?”

Se volvió hacía mí y con una mirada muy sería en su pequeño rostro me dijo: “Vive en la Luna, con todos sus hijos detrás de él”.

Estaba un poco sorprendido, pero los niños suelen decir cosas raras todo el tiempo, así que lo dejé pasar. Sentado en su cama le hice otra pregunta. “Entonces, ¿qué hace este Hombre de los deseos?”.

“Te concede dedeos. Pero realmente tienes que quererlos. Él dijo que me concedería un deseo”.

“¿Y deseaste que ya no estuviera enojado?”

“Mm-hmm…”, murmuró.

Le sonrío. Era muy dulce que hubiera pensado en mí. “¿Cómo es este Hombre de los deseos?”, le pregunté.

“Es alto y oscuro, y un poco aterrador. Siempre lleva un sombrero grande y tiene unos ojos realmente enormes”. Ella sonreía, emocionada por su nuevo amigo. “¡Puedes verte a ti mismo en ellos!”.

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Mi estómago se revolvió. Había descrito exactamente aquella cosa en mi sueño. Se le había concedido el deseo. Ya no estaba enojado. Estaba asustado. La besé en la frente y le dije que se metiera a la cama. Antes de dejar la habitación, aseguré la ventana y bajé las persianas. Esa noche dormí sin sueños y desperté bastante repuesto por la mañana. Tenía un buen estado de ánimo ese día y mi esposa lo notó. Toda la semana siguiente dormí como un tronco, sin sueños, sin figuras horripilantes acechando a mi hija durante la noche. Mi estado de ánimo mejoraba de manera constante, de la misma forma que la relación con mi esposa e hijos. Pero en mi mente aún guardaba la imagen de aquella figura alta y oscura de lentes grandes y sonrisa maniática.

Cierta noche, unas semanas después, iba hacía mi habitación cuando escuché a mi hija hablando nuevamente.

“Yo también quiero, pero no quiero abandonar a mi familia”.

Escuchaba tras la puerta, con el corazón en la garganta.

“Sí”, dijo hablando sola. “Sí, pero… sé lo que hiciste. Lo sé, y papá ahora está feliz, y mamá está feliz. Yo estoy feliz, pero no quiero irme”.

Abrí la puerta. La habitación estaba vacía, como antes. “¿Quién está intentando hacer que te vayas cariño?”, pregunté. Ella me miró, y luego miró por la ventana.

“Nadie”, murmuro, mirando hacía otra parte. “Estaba jugando”.

“Está bien”, le dije, sin convencerme totalmente de que estaba haciendo estas cosas solo como un juego. “Es tiempo de ir a la cama. Duerme un poco”. Me acerqué a la ventana y comprobé que estuviera cerrada. Cuando empecé a cerrar las persianas miré hacia nuestro patio. Allí, en las sombras y atrás de nuestra cerca trasera estaba una figura alta en un largo abrigo oscuro y un sombrero de ala ancha. Corría hacía la puerta trasera y encendí el interruptor que estaba tras el porche. No había nadie allí.

Busqué en el patio, rodeé las casas varias veces y luego volví a entrar, cerrando la puerta atrás de mí. Cerré esa puerta y todas las ventanas de la casa, baje las persianas y encendí todas las luces. Mi esposa quería saber qué estaba haciendo, pero me limité a decirle que confiara e mí y que se fuera a dormir. Volví a la habitación de mi hija y la encontré sentada en la cama, mirándome.

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“¿Quién quiere que te vayas cariño?”, le pregunté de nuevo.

“El Hombre de los deseos”, me respondió. “Dice que tengo que ir con él a vivir en la Luna con sus hijos. Dice que tengo que hacerlo porque pedí un deseo y me lo concedió”.

Me senté, aturdido. “Quiere llevarte lejos. ¿Cuándo volverá por ti?”

“Esta noche, cuando tú y mamá estén durmiendo”.

“Entonces no dormiré”, le dije. “No podrá lograrlo”.

Toda la noche luché contra el sueño. Nunca he sido un bebedor de café, pero preparé del café de mi esposa y bebí taza tras taza mientras veía películas en Netflix y revisaba a mi hija cada pocos minutos. Sin embargo, al final terminé por rendirme. Me desperté sentado en el sofá, con la taza de café vacía en el piso junto a mis pies. Salí corriendo a la habitación de mi hija. Al momento que abrí la puerta allí estaba él, de pie junto a su cama. Él me miró, esos ojos enormes, eran sus ojos y no gafas como creí al principio, fijó su mirada en mí. Hizo aquella sonrisa y se arremolinó en la gabardina como si fuera soplado con el viento. Detrás de él pude ver manchas oscuras en la habitación. Manchas oscuras con ojos brillantes, observándome. Sus hijos, atrás de él. Volvió la mirada hacía mi niña mientras yo estaba allí, incapaz de moverme.

Una voz susurró en mi mente. Hablaba sin decir palabras, pero el mensaje era claro. Había llegado su momento. Había cumplido su deseo, y ahora ella le pertenecía. Me miró nuevamente con esos ojos enormes. Él también quería que yo hiciera un deseo. Quería que deseara su liberación, sabiendo lo que aquello significaría para mí. Sonrió como un loco y sus susurros se esparcieron por mi mente como el fuego. Pide un deseo, salva a tu hija, ven conmigo.

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Mi voz se quebró, apenas un susurro. Ella me lo había dicho, tienes que quererlo de verdad. “Deseo que te vayas y nos dejes en paz”. La sonrisa se desvaneció convirtiéndose en un gruñido y me miró, luego se metió en un remolino en la oscuridad, se metió en las sombras y despareció de nuestras vidas.

Los años siguientes han sido buenos. Mi esposa y yo estamos felices, mis hijos están creciendo. Mi hija se olvidó del Hombre de los deseos después de aquella noche. Le pregunté sobre él al día siguiente, pero ella no sabía de lo que estaba hablando. La vida me había cambiado y yo estaba feliz de dejar todo en el pasado. Mi niña acababa de celebrar su sexto cumpleaños y no podía estar más feliz. Hasta esa noche, hace apenas unos días, cuando caminaba por la casa a oscuras y escuché a mi hijo, hablando solo en su dormitorio.

“Yo deseo…”

Una historia original de AdumLarp en reddit/nosleep

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