El caso Carla Morán

En 1974, el equipo de expertos del laboratorio de parapsicología perteneciente a la Universidad de California recibió una visita inesperada. Una mujer llamada Carla Moran, pero a la que aún se sigue conociendo como Doris D. pseudónimo usado para proteger su identidad, se puso en contacto con el doctor y director de dicho departamento, Barry E. Taff.

Con evidentes síntomas de angustia, Doris le contó al escéptico investigador que por las noches, en su propio dormitorio, una entidad invisible la violaba. En ocasiones la agresión sexual era tan violenta que en su cuerpo eran visibles magulladuras y heridas varias, incluso en la zona genital. En un primer momento, el psiquiatra achacó los «ataques» a un desorden mental de la mujer; pero en cuanto Doris le mostró las heridas, el dictamen inicial tuvo que ser modificado. Lo que Barry Taff desconocía en ese momento es que existía una larga casuística de casos similares desde tiempos inmemoriales.

En la antigüedad estas presuntas agresiones sexuales por parte de entidades invisibles eran atribuidas a unos seres conocidos por el nombre de íncubos y súcubos: una especie de númenes de la naturaleza o demonios que poseían principalmente a las mujeres. Por supuesto, en pleno siglo XX doctores como Barry E. Taff ya no creían en la existencia de íncubos y súcubos, sino que atribuían este tipo de fenómenos a desequilibrios mentales o a las capacidades desconocidas de nuestro cerebro. Sin embargo, el caso de Doris D. ponía en entredicho cualquiera de las dos teorías anteriores.

Las marcas y heridas de su cuerpo difícilmente podían ser explicadas de forma enteramente científica, o al menos teniendo en cuenta los parámetros de la ciencia más ortodoxa. El caso captó la atención del doctor Taff, que decidió entrevistar de un modo más exhaustivo a la mujer, de la que por cierto sólo se sabe que residía en la localidad de Culver y que era viuda. Posteriormente hizo lo propio con sus hijos y vecinos, quienes le confesaron que ellos también habían sido testigos de los fenómenos. Desde ese instante, al supuesto agresor invisible se le conoció por el nombre de «el ente».

Regresiones hipnóticas.

Los primeros estudios sobre la personalidad de Doris mostraron que gozaba de estabilidad emocional. En definitiva, que se trataba de una persona perfectamente normal.
Decidido a encontrar una explicación, el doctor Taff se puso en contacto con el hipnólogo Kerry Gaynor para que indagara en el subconsciente de Doris, con la esperanza de rescatar recuerdos que pudieran aportar alguna pista.

Sin embargo, las sesiones hipnóticas no aportaron nada en claro. Mientras tanto, las violentas manifestaciones del «ser» seguían produciéndose y la investigación se centró en averiguar cuál era la causa de los arañazos y mordeduras que sufría. Un equipo de médicos, con Taff y Gaynor al frente, decidió instalarse en el domicilio de la mujer.
En aquellos días fueron testigos de la aparición de bolas luminosas, llegando incluso a obtener dos fotografías en las que aparecían reflejadas unas extrañas luces que rodeaban el cuerpo de Doris. Las imágenes dieron la vuelta al mundo, pero algunos investigadores escépticos aseguraron que no se trataba más que de inusuales reflejos en el cristal de la cámara.

Lo preocupante era que Doris no mejoraba, sino que su estado se agravaba con el paso del tiempo. Los médicos temieron que la paciente acabara sumida en un estado irreversible de esquizofrenia. Ninguno de los miembros del equipo se había enfrentado nunca a una historia semejante, pero tras estudiar los escasos precedentes que existían en el mundo de sucesos de este tipo, concluyeron que las agresiones cesarían tarde o temprano.

En un primer momento, los investigadores habían atribuido los fenómenos a algún tipo de problema psíquico relacionado con trastornos del sueño, pues las agresiones siempre se producían mientras Doris dormía. Sin embargo, ante la espectacularidad de los hechos y su impotencia para hallar una solución, los psiquiatras comenzaron a tener en cuenta la posibilidad de la existencia de una entidad sobrenatural que violentaba a la mujer.

La prueba definitiva.

Ni psiquiatras ni exorcistas habían ofrecido una respuesta a Doris, que continuaba sufriendo las violaciones. Las consiguientes marcas en su cuerpo, prueba de que había sido agredida sexualmente, provocaron en la mujer tres embarazos psicológicos.
Ante el cariz que tomaban los hechos, la mujer aceptó trasladarse al laboratorio de la Universidad de California. Allí se le construyó una casa de cristal en la que vivió durante un tiempo, continuamente observada por cámaras y los doctores. La sorpresa llegó cuando una noche todos los presentes pudieron presenciar una de las agresiones.

El cuerpo de Doris se retorcía y se movía como si alguien la empujara y la sujetara al mismo tiempo, pero ninguna de las cámaras registró nada extraño a su alrededor. A esta primera agresión le siguieron otras tantas, las cuales también pudieron contemplar los cada vez más asombrados especialistas.

De todos modos, parte de los médicos seguía creyendo que su mente albergaba la clave del caso. Sobre todo a partir de que en una de las sesiones hipnóticas a las que era sometida, desvelase que de pequeña había sufrido abusos sexuales, cuyos recuerdos había ocultado en su subconsciente durante años.

Por fin se abría un atisbo de esperanza, ya que la relación entre aquel episodio de la niñez y las agresiones actuales parecía clara. Además, según diversos estudios, los casos conocidos de entes invisibles que atacaban a personas podían explicarse con el mismo razonamiento: abusos sexuales durante la infancia o, al menos, algún tipo de grave desorden de índole sexual o afectivo.

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7 comentarios en «El caso Carla Morán»

    • Yo vi esa película de niño y me dejó algo traumado como cuando vi The Omen.
      Recuerdo que los científicos atacaron al Ente con nitrógeno líquido a fin de materializarlo y se formó un gran bloque de hielo pero no pudieron contenerlo. Me parece que la película explica que los ataques fueron cesando poco a poco hasta desaparecer.

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