Ahuízotl, el monstruo devorador de hombres de los aztecas

El mito alrededor del Ahuízotl cuenta que esta criatura tiene la forma de un perro, pelo corto, orejas puntiagudas, cuerpo liso y una gran cola negra, de cuya punta se extiende una mano parecida a la de un ser humano. Algunas versiones de la historia aseguran que es un ser pequeño (del tamaño de un perro promedio), pero muchas representaciones lo muestran como una criatura realmente grande.

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Temido principalmente por los pescadores, el Ahuízotl era famoso por su apetito desmedido y su predilección por la carne humana, mostrando un particular interés por las partes “crocantes” de la anatomía humana, entre las que se encuentran las uñas y los dientes. El mito también cuenta que esta criatura se deleitaba con la suavidad de los globos oculares de sus víctimas y que atraía a los pobres incautos imitando el llanto de un bebé humano.

Según Ángel María Garibay, sacerdote e historiador de las culturas prehispánicas, el nombre está constituido por tres partes, a saber:

  • A: Atl (agua), el Ahuízotl tenía su hábitat particularmente en el agua.
  • Huiz: Huiztli (espina), los pelos mojados del animal tenían una apariencia particularmente espinosa cuando emergía del agua y se sacudía.
  • -Otl: Yotl (parecido a).

El tlatoani mexica que precedió a Moctezuma Xocoyotzin y gobernó a los aztecas en el periodo 1486-1502 adoptó Ahuízotl como nombre propio y símbolo.

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En algunas versiones de la leyenda el animal aparece con patas de mono. Cuando la víctima estaba a su alcance la atrapaba con la mano en la punta de su cola y la arrastraba a las turbias aguas donde vivía. Se cuenta que atraía a los pescadores haciendo que los peces y las ranas saltaran, como si los acechara un pez enorme, cuando los incautos se acercaban a intentar atraparlo, la criatura los arrancaba de sus botes.

Una víctima del Ahuízotl era perfectamente reconocible pues su cadáver emergía exactamente tres días después del ataque, sin ojos, dientes ni uñas, mismos que habrían sido devorados por el monstruo. Dado que este ser se consideraba un siervo de Tláloc, el cadáver debía ser recuperado y sepultado por un sacerdote ya que se consideraba un sacrificio especial para esta deidad, que llevaría el espíritu del afortunado al paraíso, o Tlalocan.

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El origen de la leyenda es desconocido, pero varios pueblos prehispánicos contaban historias parecidas sobre seres peligrosos que habitaban en lagos y ríos, mismas que podrían haber sido inspiradas por diversos animales comunes a estos lugares como las nutrias o los tlacuaches.

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